Archivo del blog

domingo, 15 de julio de 2012

ANTONIO SERRANO SÁNCHEZ





Hay géneros de la alimentación, que, por cierto, desconciertan a los propios vecinos cuando los solicitan en una ciudad distinta a la suya. Pues cambian de la denominación  usual de un lugar a otro.   Si se acude a Alcalá la Real, de seguro que no le darían nada, en el caso de que se pida en un desayuno con una ración de tejeringos (Y, eso, que aquí no se expanden al peso). Probablemente la norma del lenguaje ha cribado este término tan extraño y  poco apropiado a la hora de desayunar cuando uno se encuentra entre sueños. Sin embargo, si pide chocolate con tallos, no le ofrecerán nada floral. Una buena ración de churros aparecerá sobre el mostrador en un rincón de la calle Prudencia Ratia, en el establecimiento de Antonio Serrano, Desgraciadamente, una sola vez suelo acudir al mes, por eso del colesterol y los malditos  achaques hepáticos y biliosos,  y denoto que falta algo  o alguien en esta buñolería. Alguien con el que mantenía una cordial conversación, siempre que pasaba por este sitio que huele a aceite quemado  y chocolate caliente. Me refiero a su antiguo propietario Antonio Serrano. Una persona encantadora, que pasó por la vida con su porte  machadiano del mundo rural andaluz, muy lejos del petulante don Guido. Era un autodidacta, con los estudios básicos, pero siempre pensando en el progreso, sabiendo distinguir la paja del trigo en la revueltas del  momento histórico (desgraciadamente, abundantes en estos sus últimos años)  y manteniendo la mesura en medio de la  tormenta pasajera, porque era consciente de que daría paso a un  cielo azul  y sereno, como siempre ocurre en  la mayoría de los días de esta ciudad de Alcalá la Real.

Entre sus conversaciones conmigo, no me faltaba nunca la referencia a su  estancia en Suiza; y me aludía a la experiencia adquirida en la emigración al pasar por  varios oficios de la  electricidad hasta la jardinería luchando por sus hijos y su  familia, lejos de Alcalá en aquellas frías tierras. Durante el transcurso de varias décadas de emigrante, a Antonio  se le forjó  un espíritu europeo, que le daba un porte especial y experto en sabiduría popular, que  cualquiera lo confundiría con un centroeuropeo  si no se  conocieran sus apellidos tan españoles, Serrano y Sánchez. Además su pose, su ánimo  y su manera de ser  no se inmutaban cuando escuchaba  críticas vanas o comentarios sin fundamento sobre la pasajera realidad, pues  le gustaba fundamentarse y apoyarse en sólidos razonamientos. En voz baja, solía  comentarme la noticia diaria  de un ideario independiente nacional, del que era siempre su cotidiano lector. Nunca se amilanaba ni se espantaba ante los que no ven más allá de un metro de su vista. Siempre, se ponía a favor del  lado progresista  en las  actuaciones del bien común y democrático  al compararlo con otras épocas. Era un demócrata de los pies a la cabeza, incluso en los momentos más malos de la vida española.

Antonio labraba su huerto y sus tierras, estaba orgulloso de los productos que sacaba de ellas. No sé con seguridad, pero me refería  siempre  con ardor rural  por la calidad de sus aceitunas, su productos de secano y algunas que otra fruta. Eran fruto de sus manos callosas y del sudor a golpe de azada y  del sacrificio de la inversión de sus años en el extranjero. De seguro que su espíritu vaga por aquellas tierras de la Fuente el Soto en medio de tantas satisfacciones que le dio la tierra que conquistó y adquirió con tanto esfuerzo y dificultades.

A su regreso, su vigor inquieto le llevó a montar una churrería de barrio, donde no faltaba ni falta  la prensa de papel  diaria y donde los vecinos suelen convertirla  en el  centro de las primeras noticias matutinas y de muchos aldeanos de la comarca de la Sierra Sur. Allí te atienden  casi todos los miembros de su familia,  las dos  Encarna,  su esposa e  hija,  su hijo Antonio; a veces nos topamos con sus nietos Vanesa y Lucas e incluso le ayudan algunas sobrinas. Todos han compartido con un sentimiento de resignación senequiano la muerte de Antonio en un momento de que podía haberse prolongado hasta el cenit de la profunda  senectud.

Durante estos días, se celebran las fiestas de la Asociación de Vecinos de la Huerta de Capuchinos/ los Sauces Verdes,  de la que el era miembro y  siempre acudía a la cita mientras sus fuerzas se lo permitieron.  Por eso queremos rendirle este pequeño  homenaje de asociado, porque siempre cooperó en la manera de lo posible con ellas. Y nos vienen a la memoria  estos versos de agradecimiento cambiando algunas palabras de un célebre poeta andaluz: “¡Y cómo aquella ausencia en una cita, /bajo los sauces que en julio dora,/ del fondo de mi historia resucita! “

No hay comentarios:

Publicar un comentario