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martes, 30 de agosto de 2011

El lobo y la grulla


En las relaciones públicas y el contacto con los demás, acontecen situaciones curiosas, en las que muchos personajes públicos se encuentran desilusionados ante la ingrata respuesta que recibe por su entrega generosa. No digamos en la vida política, en la que todo se ha encanallado hasta el máximo y el hombre (imagen y fruto del dios capitalista) se ha convertido en lo que decía aquel dicho “homo homini lupus”. La fábula de “El lobo y la grulla” es un claro testimonio de esta reflexión. En ella, por una parte aparecía un ansioso lobo, angustiado por el hecho de que se le había atravesado y clavado en su garganta un hueso de una comida mal digerida; por otro lado, con voz lastimera solicitaba la ayuda de cualquier animal para que le sacara este objeto dañino. Acudieron varios animales, pero tan sólo se atrevió una astuta grulla, que con su largo pico y garganta logró sacarle el dañino hueso. Y ese es, precisamente, el hueso que se le ha atrancado al capitalismo actual, porque ha abusado tanto de sus recursos, se ha sentido tan insaciable que no ha dejado ni un hueso para los demás, y se ha atragantado a sí mismo con su filibusterismo financiero de modo que ha atorado su boca de ganancias insaciables ¡Vaya hueso tan gordo le ha tocado al sistema lupino del capital, y lo más malo que ha pretendido que todos fuéramos pequeños lobos con relación a los demás!
Por eso, pocos han volado alto y menos aún recorren largas distancias. También son escasos los que disponen de altas miras y ofrecen utopías posibles al lobo del capital actual; se quedan en pequeños parches de pan para hoy y hambre para mañana. En tiempos de la fábula, los hubo, pues abundaron unas aves, las grullas, que recorrían largos espacios y disfrutaban de los hábitat tranquilos ajenos a la actual globalización. Eran grullas que se pavoneaban de vivir como reinas dentro del más grande respeto ecológico. En lugares abiertos, disfrutaban de su propia idiosincrasia natural- dando zancadas con sus largas patas y recogiendo semillas e insectos sus largos picos, viviendo en bandadas y recorriendo largas distancias para criar-. Además de emparejarse de por vida, disponían de una tráquea muy larga, con la que emitían agudos sonidos de trompeta que podía escucharse a varios kilómetros de distancia. Y, en la fábula, el largo cuello de la grulla logró sacar el hueso de la garganta del lobo. Como siempre los mismos sufridores y en trance de peligro, viviendo en cortejo común y sacrificándose, serán los que salvarán al lobo de la situación actual. Pero hay que tener cuidado con este animal de ambición insaciable. Pues la fábula cuenta que la grulla pidió el prometido premio por haber curado la herida del lobo. Y este se lo negó con un respuesta sumamente agresiva. Parece como si se repitiera la misma situación en los buenos hombres de hoy, ya que reciben estas mismas palabras del lobo mercantilista: “Ingrata grulla, que has sacado incólume tu cabeza de mi boca y pides premios”.
Por eso, ahora, comprendemos que la grulla común, tan extendida en otro tiempo, haya descendido mucho porque necesita vivir en un hábitat tranquilo. Y, entre teclas de ordenadores y movimientos bursátiles se siente angustiada y muere de un stress asfixiante. Sin embargo todavía, afortunadamente alguna que otra, pavonea en la intelectualidad científica de muchos museos, y es necesaria su presencia.

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