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miércoles, 7 de febrero de 2024

DON ANTONIO DE MANRIQUE Y VARGAS

 El corregidor  Antonio Manrique y Vargas (1668-1671)era marqués de laTorre y vizconde de Linares. Se enfretnó a varios pleitos por el cobro del impuesto de millones ( seda, animales, yeguas...). 

SITUACIÓN FINANCIERA

La muerte de Felipe IV el 17 de septiembre de 1665 no presagiaba un cambio notable la vida nacional y menos aún en las ciudades que, como era el caso de Alcalá, se hallaban en una auténtica decadencia, porque contribuían con muchas dificultades a los  enormes gastos contraídos por la Corte. En 1668, se hizo un balance de las cuentas de donativos, ofrecimientos y servicios  a la Corona que suponía 58.134.185 maravedíes. Estos manifestaban un claro desfase de 2.547.325 frente a los ingresos por las rentas de arbitrios de tierras concedidas para otros fines en la cantidad de 60.950.145 maravedíes. Esto se agravaba por  los impagos de las personas, lo que daba lugar a que el ayuntamiento no podía afrontar con sus productos las rentas anuales o los compromisos con alojamientos, o contribución a los 24 soldados del tercio provincial. Lo mismo acontecía con otras imposiciones, como el impuesto del servicio de millones que también resultaba alcanzado.
De ahí que, ante la petición en forma de un  servicio de bagaje y transporte de 1.250 fanegas de cebada con motivo de la guerra de Portugal, se complicara el primer año a los munícipes para conseguirlo e, incluso, el propio corregidor fue multado con doscientos ducados a principios del año 1666 por no haberse aprestado a enviar lo que había requerido la Corona. Al final la ciudad  hubo de comprometerse con arrieros de Doña Mencia, que solicitaron el pago de 14 reales por fanega de carga y se repartieron las cargas  entre los vecinos.
Lo mismo sucedió con los treinta y un bagaje que se llevaron hacia Osuna por el mes de abril de 1666, a pesar de que la ciudad protestó por la falta de arrieros, trajineros y falderos y por los escasos medios para afrontar los gastos. También, la ausencia del corregidor Diego de Obando, enfermo en Loja,  agravó la situación, ya que empezaron a surgir protestas  para implicar las otras ciudades del corregimiento Loja y Alhama en el terreno militar, como fue el caso del alojamiento de una compañía de 65 soldados en el año 1668.
A pesar de que el ayuntamiento quería desligarse del vínculo jurisdiccional con el reino de Jaén- no quería ser representado el cabildo alcalaíno por los munícipes jiennenses en Las  Cortes- para evadir impuestos o cargas reales, de nada le sirvieron a la ciudad dichas alegaciones; lo mismo que en los 80.000 reales requeridos por parte de don Luís de los Ríos y Guzmán en 1670, que  se tuvieron que pagar sin ningún tipo de alegación.  El hostigamiento de estas medidas alcanzaba tal nivel que no  era de extrañar que muchos vecinos se marcharan de la ciudad y, en ocasiones, no pudieran recogerse las cosechas o la vendimia, porque incluso los que venían a trabajar se marchaban[1] como aconteció en la compañía de desocupados de 1670 que se iba reclutar para el socorro de Melilla y el Peñón.
Cada vez pesaba mas el alojamiento de soldados, recordando los desmanes anteriores, como los de la compañía del Tercio de la Armada Española. De ahí que los deseos de independencia con respecto a los reinos de Granada y Jaén, le daba lugar a un aumento de servicios militares, por recibir órdenes derivadas de los dos reinos y, en la mayoría de las ocasiones, al final la Corona le imponía lo  que rechazaba y argumentaba con las miles de escapatorias jurídicas. 

Don Fernando de Ceballos dijo en 1670 “ desde que recibió la orden apresó los que parece son mal entretenidos y con esta novedad muchos forasteros que habían venido a trabajar a las vendimias que están pendientes , se han ausentado y no se halla quien trabaje así en este ministerio como en otros necesarios en esta república ni se hallarán, mientras no se enviaren los que fueron a propósito de los que están presos 
Estos alojamientos resultaron penosos a muchas ciudades, hasta tal punto que en 1674 hubo intento de confederación  con otras ciudades. Así se hizo contra estas medidas por parte de Andújar, enviándose una carta para representarse ante la Corte, con la que la ciudad alcalaína  se solidariza, pero no admite la representación que, en aquella sociedad foralista,  consideraba más conveniente llevarla a cabo por sí sola.
Junto los alojamientos no se puede olvidar los repartimientos de cargas por las obras públicas como los puentes de Toledo y de Córdoba. Al primero tuvo que afrontarse, mientras el segundo de nuevo levantó un nuevo litigio en el que se desmarcó de cualquier intento de pagarlo porque no pertenecía la ciudad a ninguno de los reinos que estaban implicados, el de Córdoba y Granada. Esta cuestión puso al descubierto la dificultad administrativa de una demarcación geográfica que, en muchas ocasiones, porfiaba por mantener la estructura anterior de ciudad privilegiada fronteriza, pero que no se adaptaba a las nuevas circunstancias. Años más tarde, la cuestión quedó definitivamente zanjada con la llegada de la dinastía borbónica, integrando el corregidor de Alcalá bajo la jurisdicción de la intendencia de Jaén. 

     Algunos servicios como la sal encontraban también  dificultades para trasladarla desde Baena a Alcalá. La ciudad, que disponía del abastecimiento de las Salinas de Filique y podía conseguir unos fondos de este producto, se vio obligada a un litigio con el administrador general de la sal de Córdoba para pagar la imposición de la renta de sal.




La decadencia de la ciudad

Tampoco, durante este reinado, se produjo un nuevo resurgimiento de la ciudad fortificada de la Mota, sino que profundizo en su decadencia. Se deterioraron los corredores de las Casas de Cabildo, la casa del corregidor sufrió desperfectos en la fachada y balcón e incluso ardieron la casa de Justicia en su techumbre y chimenea. En 1678, en concreto se cayó un pedazo de corral junto a las casas de Justicia, y, la plaza ofrecía un aspecto desolador con algunas tiendas  caídas, tanto las de propios como las colindantes de Rodrigo de Valenzuela; en parecida situación se encontraba el Matadero, el adarve del Gabán, y el Peso de la Harina. Son muchas las descripciones de aquel tiempo, lamentándose de la importancia de la fortaleza como recinto inexpugnable el más importante de Andalucía para la frontera y para cualquier servicio real. Así el cabildo del 19 de junio de 1668 nos presenta este aspecto desolador:

Las murallas y torres de la cerca de ella están amenazando ruina y algunas caídas y, en particular, demás de ello, en el lienzo de Muralla desde la Puerta de Martín Ruiz hasta el Rastro han echado y echan muchas cantidades de estiércol y tierra, lo  que ocasiona  más ruina y que el paso de la Carrera y barrio de san Bartolomé y el Matadero lo van cerrando y cegando.


Algo parecido se manifiesta por la parte opuesta de la fortaleza un año más tarde (Cf.13-6-1669) que se componía de un cubo cuadrado y una puerta de arco  en forma de torre que abría todo el lienzo de la Puerta del Aire:


la fortaleza de esta ciudad por la parte que mira a la puerta del Aire está muy maltratada y con tiempos tan rigurosos de agua  deste ynvierno  sea transminado y hecho un abujero muy grande, sino se pone remedio  se ha de caer luego todo el lienço de dicha muralla y costará mucho dinero.
Sin embargo el traslado de las carnicería nos sugiere todavía un último intento de recuperación de la fortaleza de la Mota por las clases hidalgas como son estas afirmaciones del alcaide Pedro de Góngora, que ya vaticinaba  en 1670 lo  que varios siglos  después aconteció: la destrucción de la fortaleza de la Mota y de todos los barrios colindantes si se bajaban los vecinos (Cf.4.1.1670) que ya amenazaban una gran decadencia en la calle o barrio del Pósito, Cava, san Blas, santo Domingo, san Sebastián, san Francisco, santa Trinidad y san Juan por la dificultad en el sitio de edificar:

estando como están las Casas de Justicia tan ilustres  y fuertes y, consiguientemente a ellas, la Cárcel muy sigura y pues le siguen las escripturas de escribanos  públicos y junta a ellas los corredores y casas de Ayuntamiento y la Iglesia Mayor que todos son edificios  suntuosísimos y fuertes con tal orden y concierto dispuestos que causan envidia a otras ciudades y tamvien se deven conservar las plaças, pescadería, Casas Abaciales y no dar lugar a que se pierda por falta de comercio”


LA NUEVA CIUDAD
La nueva ciudad se va consolidando poco a poco con el nuevo diseño que dejó sus huellas para futuras reordenaciones urbanas. El parque de la Magdalena ya no se concebía como un simple ejido, como dijimos anteriormente, sino que los propios frailes capuchinos cooperaron en diversas obras entre las que destacaba la renovación de la alameda de especie negra frente a los blancos y la incorporación de un compás y acera frente a la iglesia. A esto había que añadir el espacio abierto hasta la ermita de la Magdalena que se prolongaba desde los Arcos en dirección del camino de Granada. Es curioso que muchas partes de las casas y calles abandonadas de la Mota servían de cimiento para la calzada de esta vía al servirse del cascajo y el escombro de los edificios derruidos. 
Hubo intentos de traslado de las carnicerías, y creación de nueva plaza, provocando un amplio debate en la población entre los defensores de su mantenimiento y los que pretendían una nueva ubicación o la creación de otra nueva en el Llanillo. La ciudad tenía un nuevo centro convencional entre el convento de la Trinidad y el del Rosario y allí se proponía su ubicación para poder abastecer a los vecinos. La vida oficial, representada por las celebraciones religiosas de rogativas, y fiestas de acontecimientos nacionales y locales, se plasmaba en las grandes procesiones generales que recorría estas calles como aconteció el de noviembre de 1675 en el que se hizo una procesión general por el acierto de rey don Carlos II por las calles del Corpus.
Además la vida comercial estaba prácticamente trasladada al Llanillo, perdiéndose el centro neurálgico de abastecimiento  de los ciudadanos en la Mota y promoviéndose las tiendas particulares, en las que no tenían ningún control sanitario ni de precios. De las catorce tiendas, que arrendaba y tenía el ayuntamiento en la plaza Alta de Mota, no quedaba ninguna. Las tiendillas de la pescadería en la plaza se cayeron en 1680 y prácticamente este comercio se realizaba totalmente en cuatro tiendas del Llanillo. La misma situación de decadencia se ofrecía en las torres del Castillo de Locubín en 1682.
El año 1683 supuso un gran paso de esta renovación urbanística de la ciudad moderna que había surgido en torno al Llanillo, a  cuya vertiente se había trasladado la población , pues se necesitaba de una nueva plaza donde se pudieran vender la caza, las legumbres y hortalizas (Cf. 8.3.1670, y 3.2.1679). Jugó un papel fundamental en este nuevo diseño el traslado de las carnicerías al Llanillo en una casa alquilada en el año 1678 a Lucas Romero por el precio  de cuarenta ducados, y, posteriormente, se trasladó a una nueva obra de la calle Real, ejecutada por Manuel del Álamo con bóveda de ladrillo y fachada de piedra[2]: Significó el punto final a la antigua ciudad de la Mota, donde tan sólo el  Ayuntamiento quedó como bastión de la vida municipal y la Iglesia Mayor abacial, testigo de un pasado que ya no se pudo recuperar. La razón de la miseria de la ciudad se aducía a posturas irracionales de querer mantener una situación en contra de los intereses de la mayoría de la población que se sumía en la miseria por la falta de un emplazamiento de la vida comercial para mejorar el abasto del pescado, frutas y caza y rebajar los precios de estos productos, al mismo tiempo que se necesitaban otros edificios y adornos públicos precisos y necesarios en el llano para aumento de las rentas. Es verdad que hubo medidas de transición hasta que se construyó la nueva plaza en el siglo siguiente,  como en el año 1679 con el establecimiento y repartimiento de tres tendillas en el Llanillo, dos en la placeta del Rosario, y otra en la de Trinidad, manteniéndose la del barrio de la Mota.
 Sin embargo, el corregidor Manuel Hurtado de Mendoza en 1687, replanteó solicitar una provisión real que ya no sólo afectaba a las carnicerías, sino al traslado de los dos últimos bastiones civiles que pervivían, las Casas de Cabildo y la Cárcel Real en medio de tan sólo la Iglesia y Casa Abacial, las de Cabildo y tres casas de Caballeros y un panorama desolador de solares y casas  amenaçando todas ruina. La ciudad ya en 1670 no tenía en el barrio de la Mota y santo Domingo sino diez casas habitadas y el resto era casas en ruinas y solares. Los corredores de la Plaza encima de los escritorios de la plaza estaban completamente desolados, años más tarde, lo mismo la cochera del corregidor, las casas de Justicia e, incluso, las casas de Cabildo. 
Se cambió el emplazamiento de la Fuente de la Mora que estaba en el Llanillo, cuyo coste alcanzó  2.000 ducados, que saldaron la cañería. Las puertas más importantes de la nueva ciudad se remozaron, construyéndose una casilla en la Puerta de los Álamos para puesto de guardia y control del comercio (29.10.1677). Por eso, no es extraño que lugares como el Corral de Comedias, que apenas podía mantener  la cofradía de la Veracruz recibiera subvenciones de arreglo de los aposentos oficiales y de la estructura de su fábrica ( la cofradía y su mayordomo Martín García recibe 100 ducados en 18.4.1669).
     Los conventos van a jugar un papel importante en la nueva ciudad con la incorporación de los vecinos a sus cultos, capellanías, servicios que prestaban como la enseñanza de gramática en san Francisco,y  las obras del Rosario, Capuchinos  y Consolación, con las que colabora la ciudad con cortas libranzas ( 50 ducados para el Rosario 1671, dorado del retablo y sagrario de Capuchinos en 1677;).
   
Esto no impidió que se realizaran obras de mantenimiento en los sitios que amenazaban ruina inmediata de la fortaleza de la Mota como las Casas de Cabildo, puerta de la Aire, matadero, corredores de la plaza y Casa de Justicia, las calles de las Entrepuertas y el pretil de la Cruz de la Piedra, aunque se percibe que en la mayoría de los casos son más bien labores de albañilería como bóvedas o retejo  en detrimento de la cantería que había predominado en siglos anteriores, siendo maestros Pedro Pérez y Diego de Lara sin participación los grandes maestros que habían participado hasta mediados de siglo como Ginés Martínez de Aranda, Juan de Aranda, Ambrosio de Vico, o Luis González. Casos excepcionales son en 1677 el reparo del Gabán o el adarvillo que está en frente de la Cruz de la Piedra y de la imagen de Nªª Sª de la Soledad (cfr. 21.7. 1677) o, casi finalizado el siglo, en el pretil que estaba próximo a la Puerta del Ayre frente a las Caballerizas de las Casas Abaciales (Cf. 17.3.1693)

Desde el punto de vista administrativo, la botica de la Mota, las tiendas y las dependencias de la Casa de la Justicia, cocheras y caballerizas, estaban completamente destruidas en el 1681 y se bajaron sus materiales  para reutilizarse en los poyos de la Casa de la Puerta de los Álamos. Era el mejor símbolo de una época, la destrucción de la antigua ciudad se había culminado, y servía de base para la edificación de la nueva ciudad.

     El perímetro de la ciudad se va cerrando por los aledaños  del cerro de los Llanos, delimitándolo con el corral del Concejo y el pilar de Mari Ramos y la cruz de los Moros, que comienzan a ser nuevos testigos de la nueva ciudad, abriéndose a la calle Nueva. Cuando en 1680 los regidores se dan cuenta de la necesidad de trasladar la cárcel pública de la Mota, la situación era más que lamentable:
no abía quedado en ella más de tres cassas y que las abitan dos caballeros biudos y un lego capellán y la cárcel y estaba amenazando todo la ruina
Años, más tarde, en 1698, se sondean lugares para matadero.

ABADÍA Y CORREGIMIENTO

Las relaciones entre las dos instituciones de abadía y corregimiento se tensaron por completo durante su mandato. El abad san Martín envió una carta a la ciudad refiriendo su deseo de dejar las casas abaciales y bajarse al Llano, que se va a ubicar definitivamente en este reinado. Su llegada en 26 de junio de 1666 había complicado  las relaciones con el corregidor y la ciudad por una serie de pleitos protocolarios en los que se cuestionaba no sólo la jerarquía sino la independencia de ambos estamentos, dando lugar hasta llegar a la excomunión del corregidor Marqués de la Torre y el alcalde mayor, porque se habían opuesto a las nuevas normas de protocolo introducidas por este abad, hijo bastardo de Felipe IV.Siempre las disputas y diferencias entre las dos jurisdicciones civil y religiosa habían existido, más por razones de puro protocolo que económicas y sociales. En estos años se agravaron dando lugar a inasistencia de las ceremonias religiosas,  al no llegar a un acuerdo en asuntos de formulismos de cortesía en las ceremonias religiosas, las llaves del Jueves Santo, la palma del Domingo de Ramos y el acompañamiento de pajes en la procesión del Corpus Christi, los miembros municipales desde la iglesia mayor  trasladaron sus fiestas a los conventos.   Se frecuenta la ciudad por frailes que piden limosna para cautivos en Africa, Asia y los lugares más inhóspitos y abundan las celebraciones de canonizaciones como Santa Rosa y san Pedro de Alcántara en 1669 por los dominicos y franciscanos, o la fiesta de canonización del rey san Fernando.    


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