EL DÍA DE LA DIÁSPORA ALCALAÍNA
Hace ochenta y ocho años, se produjo la gran diáspora de cinco mil personas de Alcalá la Real en dirección a las tierras de interior de la provincia de Jaén. Se inició el día 30 de septiembre de 1936 en el casco urbano alcalaíno y prosiguió los días siguientes desde las aldeas meridionales hacia las norteñas. Las tropas rebeldes entraron en Alcalá por la carretera de Montefrío. Reforzado el flanco Sur y con estas avanzadillas, se propuso el objetivo fundamental: la ocupación de la plaza de Alcalá la Real. En primer lugar, se inició la concentración de las tropas de Montefrío y Almedinilla al mando del coronel Basilio León Maestre. Intervinieron un tabor de Regulares, formados por tropa mora, tres compañías del "Pérez del Pulgar", una falange de treinta ocho hombres, un grupo de sesenta requetés, cincuenta "Españoles Patriotas" (algunos procedían de hijos alcalaínos), dos baterías de 105, dos secciones de Artillería de protección, una compañía mixta de ingenieros y una compañía y una sección de ametralladoras del Regimiento de Infantería. Otra columna salía de Priego, compuesta de cien caballos y cuatrocientos fusiles para cubrir el flanco Norte e impedir la llegada de los refuerzos de Alcaudete.
Un poco exagerada resulta la cifra señalaba por el cronista de guerra Moreno Dávila de más de cien muertos, además de la ocupación de dos camiones, una ametralladora, un cañón de ametralladora, y municiones hasta llegar a tierras alcalaínas. . “Prosigue el camino, ahora con mayores dificultades. La lluvia que desde hace ya un largo rato cae sobre nosotros forma un espeso barro que inmoviliza a los coches en el camino. Muy difícil caminar de pie, porque la barro arcilloso se adhiere al calzado, a veces en cantidades que llegan a imposibilitar la marcha o la hacen muy penosa. Para coronar la cuesta de la divisoria entre Montefrío y Alcalá, nos vemos con la precisión absoluta de empujar los coches. Unos campesinos ofrecen unos pares de mulas y brindan, además, el esfuerzo de sus brazos. Los soldados empujan a la formidable mole de los camiones sobre los que carga la artillería y logran, al fin, que la penosa cuesta quede atrás. Les queda buen humor para engalanar las piezas. En una florecen dos magníficos girasoles cogidos de un huertecillo. De la boca de otra pende un cuadro de san Miguel, que estaba en la ventilla, propiedad de un socialista.
Es curioso. En esta venta aparecieron dos cosas, principalmente: cuadros de Santos y Prensa de Madrid, “Política” y “Mundo Obrero” impresos ambos en la imprenta “El Debate”, y otros papeluchos igualmente revolucionarios. Los soldados ven los titulares, ríen, insultan y tiran los periódicos. Y guardan las imágenes de los bienaventurados.....”
Las tropas rebeldes siguieron por el camino de la carretera de Montefrío, donde les esperaban las guardias de los milicianos de la aldea. Apostados en el Castellón y en los cerros de alrededor, al ver el gran volumen de la tropa y a los vecinos que venían huyendo de los cortijos de la Venta de los Agramaderos, también desde la Pedriza se provocó la huida de los milicianos que prestaban guardia y de las familias de los miembros del Frente Popular en dirección a Alcalá. Los milicianos no pudieron hacer frente, en sus puestos de guardia, a tan vasta columna, porque, según todavía recuerda Sixto Hinojosa “la guardia era más testimonial y simbólica que real”. Prueba de ellos que este miliciano ocupaba un puesto de guardia con un mosquetón picado que ni siquiera podía responder al tiro.
Además la artillería hizo estallar los cañones sobre las lomas inmediatas de la aldea-Chaparral de Nubes, Alamoso, Castellón...Con el estallido de los obuses, se producía inmediatamente la correspondiente huida de los milicianos y simpatizantes republicanos hacia Alcalá la Real. Dejaron la aldea sin vecino alguno, hasta tal punto que la escena, al paso de los ejércitos, se describía con un ambiente solitario y desolador: “El pueblecito de la Pedriza, un anejo de Alcalá la Real, parece esperar, encaramado en su loma, que lleguen las fuerzas para saludarlas con el fervor del vecindario. Pero el vecindario falta en un enorme proporción. Tal vez huyó asustado por los bulos de los rojos (...) tan sólo unos pocos alzan las manos y vitorean a España con muestras de un entusiasmo muy vivo”.
En Alcalá, por la mañana sonó la sirena anunciando los ataques aéreos a las primeras horas de la mañana; desde Villalobos, se divisaba perfectamente las parejas de aviones que provenían del aeródromo de Armilla de Granada. Pues, muy de temprano, al amanecer la aviación hizo un fuego de castigo en diversos puntos de la ciudad provocando el desconcierto entre la población con el estrepitoso zumbido de sus motores y la muerte de varios vecinos de la calle Rosario. A las nueve de la mañana, por segunda vez, la aviación granadina, de nuevo bombardeó la ciudad, provocando la inmediata reacción de huida. Con más voluntad que eficacia, los grupos de milicianos, trataban de derribar los aparatos, desde sus puestos de guarda, principalmente en la Malena y en la Mota, con sus fusiles disparando sobre los aviones en vuelo.
Mientras tanto, gran parte de los vecinos se escondió en cuevas y en artificiales refugios de dentro y fuera de la localidad. Unas horas después, este era el paisaje de Alcalá y sus alrededores” En el pueblo van penetrando varios grupos de gentes que abandonaban sus hogares por miedo a los que acometían para posesionarse en él; se acrecentaba el pánico de tal forma que infinidad de familias, bien o mal equipadas, se preparaba para el abandono de sus hogares. Los contingentes de hombres, mujeres y niños se multiplicaban cada hora que transcurría, y tomando las salidas libres se encaminaba hacia otros pueblos que estuvieran más separados de este constante peligro, refugiándose algunos a centenares de Kilómetros”.
Alcalá dejaba de pertenecer al gobierno de la Segunda República Española, y era tomada por las tropas dirigidas por el coronel Basilio León para pasar a la jurisdicción granadina, que dependían del gobierno sublevado. Surgió un municipio bifronte con las dos caras de Jano: desde la capitalidad alcalaína hasta Ermita Nueva quedó gobernada por los militares que seguían a Queipo de Llano y Franco y dejaron el ayuntamiento en manos de sus seguidores ; y desde la ciudad de la Mota hasta la cordillera de la Sierra de San Pedro, fue administrada por una comisión municipal integrada por los miembros de los diversos partidos y sindicatos de Alcalá la Real y aldeas. Durante casi dos años y medio de guerra civil, las dos Alcalá compartieron frontera, tierra de nadie, escaramuzas bélicas, y penalidades. Se vivió intensamente el desgarramiento entre familias, la ausencia de seres queridos, a corta distancia y sin esperanza de llegar a buen término.
Durante muchos años se celebraba dicha fecha por los conquistadores a bombo y platillo y con un programa surtido de actos festivos y religiosos. Sin embargo, un profundo silencio invadía en todas aquellas familias que huyeron, sin más hato que el puesto, y sin otra comida que la poca fruta silvestre que podían recoger en los linderos de las veredas y coladas que se dirigían hacia Castillo de Locubín, Frailes y, sobre todo, Valdepeñas. La tragedia invadió en muchos rincones de la comarca.
Esta encrucijada de huida, con nombre de "desbandá", “espantá” o “despantá”, suele ser recordada y homenajeada en otros lugares de Málaga por el mayor número de personas que se vieron obligadas a dejar sus hogares en dirección a otros municipios costeros en poder de los republicanos. No se queda corta la diáspora alcalaína teniendo en cuenta que la población de Alcalá la Real alcanzaba las 25.000 almas, a las que había que añadir los nuevos vecinos que se alojaron hasta aquel día triste en estas ciudades procedentes de otros municipios granadinos del sector noroccidental, sobre todo de Montefrío y Pinos Puente.
Faltaría papel para recoger los relatos de todas las historias y vivencias que acontecieron a todos estos fugitivos por miedo a perder la libertad. Los hubo niños que estuvieron a punto de ser reenviados a las tierras rusas, jóvenes que se enrolaron en el nuevo ejército militarizado de tiempos de Largo Caballero; familias enteras que se alojaron primero en las villas de Valdepeñas y V, y, en posteriores etapas, en casas particulares, iglesias, orfanatos, conventos y otros edificios oficiales de la capital jiennense y en cortijos de la campiña y de otros pueblos de la Sierra Sur. Algunos ya no volvieron a sus tierras y se vieron enrolados en otras guerras defendiendo la democracia; otros fueron emigrantes en tierras catalanas, europeas o mexicanas durante toda la dictadura y no volvieron a su tierra hasta los nuevos tiempos de la democracia; para otros el regreso a su tierra fue fatídico , porque le esperaban la cárcel o la muerte; y, para la mayoría, los años del hambre, la humillación y la persecución en los campos de concentración y en los batallones de trabajo.
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