I
En el siglo XVIII,
escasearon las noticias para la Historia de la Hermandad. Tras la lectura de
muchos testamentos y documentos en el Archivo Histórico Provincial, apenas hay
referencias a la cofradía, al templo o a la imagen salvo las editadas en el libro.
No obstante, a pesar de que, a finales del siglo, llegó a desaparecer junto con
el resto de las cofradías de la diócesis, hemos encontrado en un legajo
correspondiente al registro de la Contribución única realizado en 1761 y
conservado en el AMAR (Archivo Municipal de Alcalá la Real) este dato:
“La cofradía de Nuestra Señora de la Cabeza, extramuros de esta ciudad,
su hermano mayor Pedro (…) Naranjo confrontó su registro y está en ver, a
excepción del solar de un celemín de tierra de secano en el arrabal de Santo
Domingo de Silos, que consta en el folio 710 del segundo tomo eclesiástico, que
se vendió a Ceferino de Torres”.
Por lo que se concluye
que la cofradía mantenía su vida y estructura de hermandad y elegía sus cargos
cada año, que lo representaba ante la notaría y las autoridades, en este caso
la declaración de bienes de la Cofradía y las bajas que se motivaban por su
venta. En 1761, puede constatarse la presencia de Pedro Naranjo representando
la cofradía. Unos años después, tuvo lugar la cofradía sufrió el decreto de
eliminación, pero pronto renació como manifestábamos en el libro.
II
En este mismo siglo, unos años antes que el dato anterior
entre el 1751 y 1752, se realizó en Alcalá el Catastro de la Ensenada. Es muy
interesante la declaración individual de los bienes y situación familiar de los
vecinos de Alcalá la Real. Hay varias citas a la Virgen de la Cabeza. Entre ellos, el hidalgo abogado don
Gabriel de Miranda, casado con doña Juana de Molina Lizaur, cuya familia se
componía del matrimonio y de dos sirvientes y dos criadas. Y se especifica con
el vecino número 1090. Como abogado de Alcalá recibía unos beneficios de 400
reales. Era escribano de cabildo y de millones por la memoria fundada por don
Juan Rodríguez de la Rosa, arrendados en la cantidad de 3.000 reales (uno, el
de cabildo, en 160 ducados, y el de millones 140 ducados). Y nos aporta un
dato interesante del barrio de San Marcos y Cruces.
El primero que esta escribanía estaba gravada con la
memoria de la ermita del Santo Sepulcro,
que consistía en dos cargas: una misa rezada en todas las fiestas del años (
por lo que se pagaban 172 reales a razón de 86 días por la limosna de a dos
reales cada misa); la pensión de costear y pagar todas las obras pías para la
conservación y decencia de los cuerpos de la Iglesia y sacristía del Santo
Sepulcro, así como el adorno de sus altares y ornamentos para decir misa,
cera, vino y las demás ocurrencias ( se le regulaban 200 reales). Vivía en una
casa de la calle Real, y la poseía por la
memoria de doña Ana Montijano, se nos ilustra de las casas de aquel tiempo,
porque estaba compuesta de bodega con
ocho tinajas, y encima un cuarto bajo para despacho, otra bodega con cuatro
tinajas, otras dos pequeñas sin vasos, dos despensas, caballeriza, cuartos
segundos principales que son dos antesalas, dos salas, tres alcobas, un
dormitorio, cocina, candiotera, tres cámaras; de doce varas ( en torno a los
nueve metros de frente) por seis ( casi
cinco de fondo). Tenía correspondencia a otra casa accesoria, que le servía de
puerta falsa a la calle Braceros, ambas incorporadas, y en medio un patio y dos
corrales, por donde se servían. Esta casa secundaria estaba compuesta de
portal, caballeriza, aposento, cocina y cámaras; era lindera con la casa del
presbítero don Antonio Contreras, y por la baja, con don Fernando Montijano de
la Rosa. La casa principal de la Calle Real, lindera con la casa de Don Diego
de Moya, por la parte alta, Y por lo bajo don el presbítero don Eladio Serrano.
La habitaba este escribano y, si se alquilara, rentaría 440 reales. Gravada con
una misa y fiesta cantada en el convento franciscano de Nuestra Señora de
Consolación con una limosna anual de 44 reales. Tenía muchas más casas de su
propiedad que alquilaba.
El segundo dato aportado se refiere en dos ocasiones a la imagen de la Virgen
de la Cabeza. Son dos tierras que se refieren por sus linderos con la imagen
alcalaína. De la misma memoria anteriormente comentada, poseía una fanega y
once celemines en la Pililla, comprendida en la calzada del Castillo, que
produce sin intermisión habas, trigo y garbanzos, lindera con tierras de
la imagen de Nuestra Señora de la Cabeza de la ermita de San Marcos, tierras de
don Fernando Marrón (O) capellanía del ubetense don Bartolomé de Lara (N)
y camino del Castillo (S). Y otra haza de fanega y diez celemines de
la misma memoria en el mismo sitio y ruedo que la anterior, con la misma
producción, lindera con don Alonso de Pineda (E), imagen de Nuestra Señora de
la Cabeza (O), la granadina doña Baltasara de Sotomayor, camino de Charilla (N)
y camino del Castillo (S).
Curiosamente, no se refiere a la cofradía, sino a la imagen
de la Virgen de la Cabeza, en los mismos términos que la Virgen de las
Mercedes, que por aquellos años no disponía de cofradía y se administraba por
un capellán mayordomo que sostenía la capilla de la Iglesia Mayor de la Mota.
En este caso, administraba bienes de la cofradía, varias fincas cercanas a la
ermita de San Marcos y en un torno que definen los declarantes como los
Torcales, haciendo referencia a esos hundideros que eran cultivables entre
peñascos desprendidos de los grandes tajos. También, mantenía las obligaciones
y deberes que exigían las memorias, como misas y sufragios de hermanos. Como se
ve, el siglo XVIII no es muy profuso en ofrecer una historia de la cofradía con
muchos datos de la vida de la Virgen de la Cabeza de Alcalá la Real.
III
El tercer
dato se refiere al título de Real que ostenta la Cofradía. Ha sido imposible
encontrar el momento en el que pudo ser declarada la cofradía como real, por el
decreto del monarca. Se creía allá por el mismo tiempo que lo ostentó la
cofradía de la Virgen de las Mercedes y de las buenas gestiones del capellán Jerónimo
Utrilla. Hoy puede remontarse su titularidad a tiempos más lejanos. Pues, en el
conflicto de protocolo con la llegada de las cofradías al puente de Andújar en
1857, ya comentamos el intento de Arjona de querer colocarse en segundo lugar y
adelantar a todas las demás. Se produjeron cuestiones desagradables, que se
resolvieron colocando a la cofradía urgabonense al último lugar, como acontecía
cuando una cofradía volvía a la romería. En 1858, antes de la romería, se
dirigía al Obispo para que contemplara que la Real Cofradía de Nuestra Señora
de la Cabeza de esta antigua ciudad (Alcalá la Real) defendía que debía ocupar
el puesto cuarto, que lo había conseguido desde haber ostentado anteriormente
el 22º porque no se conocía época ni año en que había dejado de concurrir a tan
solemne acto y no quería perder los derechos adquiridos. Se alegraba de la vuelta de Arjona, pero
debía respetar la normar de ocupar el último puesto por haberse ausentado
varios años en la romería, como había acontecido con otras cofradías. Y se
apoyaba en evitar de este modo se distraigan los fervientes ánimos de las
religiosas y cristianas personas, que con el mayor celo y entusiasmo abandonan sus
casas para asistir y dar culto a María Santísima de la Cabeza en su santuario
de Sierra Morena. Firmaban el escrito el hermano mayor y vocales, miembros de
la cofradía alcalaína el siete de abril de 1858. Por lo que se deduce de este
documento del Archivo Diocesano recogido en el Libro de Francisco Toro y otros
El Obispado de Jaén y la Abadía de Alcalá la Real (Correspondencia 182º-1899),
dos importantes daros:
-La Cofradía ya se denominaba Real, anteriormente a la de
la Virgen de las Mercede y sugerimos con sus nuevos estatutos en tiempos de
Carlos IV, en el siglo XVIII.
-Aumentamos el número de hermanos mayores nuevos en el
siglo XIX con Francisco de Asís Romero, que fue miembro del ayuntamiento
alcalaíno, y el de los vocales miembros de la Junta Directiva con Rafael
Zamora, depositario, José Oria, Felipe Serrano, José Antonio Cabrera, Fernando
Muñoz, José Romero, Francisco de Torres, Faustino González, José de Callaba
Jiménez. El capellán que siempre acompañó la cofradía era don Benigno de
Torres.