Cuentan que en
los núcleos rurales, durante muchos años, el cura, el maestro y
la autoridad civil o militar (un
guarda, un guardia civil o un pedáneo) eran los ejes que estructuraban y conformaban la vida social de muchas
sociedades. Todos obedecían a sus órdenes, seguían sus consejos y cumplían sus deseos como si se tratara de
las manillas del reloj. Por cierto, no
se ha escrito mucho de los curas de la comarca; algo más de las autoridades,
(algunos se extendieron en la influencia de los zahoríes, precedente de
los alcaldes pedáneos). Hoy nos vamos a detener en uno de estos personajes más
influyentes de las aldeas: los maestros.
Se trata del
docente Luís Gómez Atienza. Este nació, a principios del siglo XIX, en una casa
solariega de la Fuente del El padre de Luís
era un labrador devoto de la
Virgen de la
Cabeza , a cuya fiesta del monte del Cabezo acudía siempre
todos los últimos domingos de Abril: lo hacía con su acémila y su numerosa
familia; incluso hubo años que ostentó el cargo de hermano mayor de la
cofradía. Su madre, Adelaida, mujer
prolífica, y religiosa como la que más, representaba la bondad humana y la
santidad de los seguidores de Jesús en
la tierra. En su hogar, la familia rezaba al alba, en el ángelus, en las
ánimas y al acostarse.. Por tradición,
sus hermanos se dedicaron al campo y acompañaron al padre en la venta de la
leche y los más jóvenes ingresaron en el
Cuerpo de la Guardia
Civil. Luís, el más pequeño, como era frecuente, por aquellos años, marchó a
tierras extremeñas, a un seminario de la ciudad de Don Benito, atraído por los aires de santidad
de un misionero que le había cautivados
en las frecuentes Misiones Religiosas, que se celebraban en la comarca alcalaína para formar cristianamente a la población. Sin embargo, por los años treinta corrían
aires no muy propensos a los estudios del sacerdocio y Luís volvió
a sus tierra, imbuido en una fuerte formación religiosa que lo iba
definir en toda su vida. Su familia, labradora y ganadera, debió mantener
buenas relaciones con el alcalde pedáneo de Santa Ana y, durante los años del
bienio radicalcedista, el joven Luís cooperó en la elaboración del censo de
aquel partido de campo. Esto le ocasionó más que un disgusto sufriendo los
desgarramientos de la lucha fratricida.
Tras la
guerra, ejerció de maestro; primero lo hizo en Ermita Nueva y,
posteriormente, desde finales de los
años cuarenta, en la aldea de Santa Ana, en los bajos de un gran caserón que
miraba a las espaldas del presbiterio de
la iglesia. Todavía lo recordamos con su bata oscura dirigir el corifeo infantil sentado en los
bancos de madera instruyéndole en las primeras letras y en el cálculo de los
números, Placentero como el que más, ejercía su autoridad y transmitía su bondad a sus discípulos que
lograba darle ese instrumento fundamental que los iniciaba en el mundo de la
formación y la cultura para librarlos de la ignorancia. Su fama se extendía a
todos las aldeas, núcleos rurales y a la misma Alcalá la Real , desde donde acudían jovenzuelos
para perfeccionarse en sus estudios básicos. Muchas anécdotas recuerdan de la
etapa escolar y de una enseñanza en la que todavía no se había extendido su
obligatoriedad y, menos aún, se cuestionaban los métodos y disciplina del maestro. Siempre, marcó el
ejercicio de la docencia con la
transmisión de valores, y la huella del humanismo cristianismo era
latente a la hora de impregnar su comportamiento ético e intelectual.
Fue, además,
un hombre de amplia cultura, entusiasta bibliófilo, recogió algunos restos de
bibliotecas de sacerdotes y personas
cultas, al mismo tiempo que no había novedad bibliográfica que no adquiriera
para las baldas de su biblioteca particular. Generalmente, se desplazaba a
Alcalá la Real ,
y en la librería del maestro don Pascual
Baca compraba todo tipo de novedades.
Don Luís, que
era una institución en Santa Ana, dejó su huella en muchos que ya han fallecido
y en otros alumnos supervivientes hasta los años sesenta del siglo XX. Luego,
cambió de aires, se vino a Alcalá y ejerció la docencia muy pocos años en las
Escuelas de la Sagrada Familia.
No llegó a los sesenta años cuando le alcanzó la muerte muriendo con la misma
paz que compartió con todos los de su
alrededor.