MAYOR DE RAXIS, LA MUJER
DEL ESCULTOR FRANCISCO DE VILLEGAS , (CAPÍTULO II) EN EL 475 DE PABLO DE ROJAS IV
Fue su última visita a un escribano. Esta vez había cambiado el panorama y las
circunstancias. Lo hacía con el prestigioso Alonso Lucián, se encontraba ya con
pelo cano, y, aburrida de tantas ausencias. No comprendía el terrible destino
que le había acontecido desde sus primeros años de matrimonio hasta su
estado actual. Había marchado a Granada con su hermano Pablo y tuvo la fortuna
de encontrarse en aquel taller con su amor de su vida, Francisco de
Villegas, y con el mismo Martínez Montañés. Pero , entre tantos genios y
entre aquella gente del arte, algún maleficio se aventuraba. No
obstante, no quería olvidar aquel momento en que dio el paso de moza a
mujer casada otorgando la palabra de matrimonio a aquel mozo granadino, que la
cautivó. Y, tan grande fue su amor que ni siquiera le otorgó en la dote más
bienes que el hato puesto de aprendiz de escultura.
Entró a la tienda de los soportales de la plaza,
saludándole el escribiente de Lucián.
-Buenos días, señora. Pase, pase, Mayor de Raxis.
-No , mi señor, yo soy Mayor de los Reyes.
-Pues, ¿no es hija del famoso escultor Melchor Raxis, el Sardo?.
-Lo soy , y a mucha honra. Pero, desde hace tiempo la gente me conoce por
Mayor de los Reyes. Y así quiero que me inscriba en este documento.
-¿Qué asunto le trae a mi escribanía?-le interpeló el escribano.
-Mi última voluntad, me encuentro enferma, y, no quisiera que se me
respondiera con el mismo desacato inmisericorde, que han tenido conmigo.
-Dirá usted.
-Comienzo la cabecera con In Dei nomine, sepan cuantos esta carta
de testamento viere yo Mayor Raxis...
-Que no, mi señor, ponga Mayor de los Reyes.
-Sin problemas, así lo pongo. mujer de Francisco de Villegas , ausente de
esta ciudad, y usted enferma del cuerpo...
-Pero, en mi buen juicio y entendimiento natural que Dios me
dio-interrumpió Mayor.
-Sigo con mis fórmulas testamentarias.
-Pero, con el formato sencillo.
-Lo escribo. Vamos a las mandas. ¿Dónde será enterrada?
-En la sepultura que tienen mis padres en la iglesia del convento del Señor
San Francisco. Pero solo me acompañen nueve beneficiados a mi entierro, pues
soy pobre. Tan sólo, pido que vengan con la cruz y el pendón de exequias los
hermanos de las cofradías de las Ánimas y Nuestra Señora de
Consolación.
-Veo que se reserva un entierro llano, sin ofrenda, y lo más sencillo
posible.
-Sí, la de requién, y añada cincuenta misas, por mi alma, la de
mis padres y difuntos En las festividades y oficios que se celebren con el
calendario. Una cuarta parte en la Iglesia Mayor de la Mota ( para eso soy
parroquiana) y el resto en el convento franciscano.
-También, por su marido y parientes más cercanos.
-No me hable, no me hable, me casé en 1606 , sin aportar bienes algunos ni
firmar la carta de capital. Tuve un hijo,- mi Juan Jacinto-, me fui con
él a Sevilla a trabajar en el taller de Juan Martínez Montañés, vino por
mi herencia de cincuenta ducados que me legó Pablo de Rojas , y hace veinte
años que me dejó plantada sin aviso alguno ni desavenencia entre ambos,
cuando había firmado un buen contrato con su maestro.
-Entonces no lo pongo.
-En modo alguno. Pues no ha dado ni señas ni señales de rastro desde
hace más veinte años. No me lo menciones ni me lo cite.
-Entonces, por el alma de algún pariente cercano.
-Mi señor ¿se refiere a mi hijo?
-Eso no le he preguntado.-interrumpió Mayor-, pero, podría ser,
-Dejémoslo para el final del testamento.
Mayor se puso a llorar y no se contenía. El escribiente le dio un pañuelo. Mientras que se desahogaba tras la toca, retocaba el escribano los renglones del documento y los huecos de los párrafos. Logró que le dijera entre sollozos los bienes que le habían quedado de las herencias paternas: dos guadamecíes, vestidos, un arca y otras heredades y muebles que le sobrevinieron con el fallecimiento de sus padres.
-¿Cuánto importa todo esto?
-Treinta ducados.
-¿Algo más ?
-Sí en mi carta de dote yo las aporté, junto con una casa, en la calle de
Pareja, más bien una octava parte de una casa, y una cuarta
de viña en la Mata, lindera con la de mi hermana María. Me la tiene
arrendada Nuño Fernández, que vive cerca de mi casa en la calle de San
Francisco.
-¿Todo para su hijo?
-Otra desgracia -mientras movía la cabeza arriba abajo ostensiblemente-. Le
salió al padre en las aventuras. Lo puse a trabajar y aprender un oficio.
con el sastre Juan de la Cerda en 1623 y no llegó ni al
primer año, se escapó del taller y tienda sin dejar tampoco seña alguna.
-De tal palo tal astilla. Pero no me cuadran las cuentas, Pues me ha
referido que hace dieciséis años y acontecería por 1620.
-Estoy desmemoriada.
-No es para menos.
-Lo cierto que no he sabido nada de él ni de su padre desde hace estos
años. No han tenido la más mínima compasión. Pero, deje este encargo de mi
última voluntad a mi hermano Baltasar Raxis.
-Entonces, ¿ a quién nombró por heredero?
-A mi hijo Juan de Villegas Raxis, por si acaso volviera y estuviera vivo.
Si no, en sus hijos o sucesores en el mismo caso y manda.
-Pero agotemos las oportunidades, Mayor.
-Pues, en caso de que no se encuentre o viva nadie, se vendan los
bienes por mi hermano y se dediquen al pago de las misas comprometidas por mi
alma y mis padres.
-Entonces, no cito a sus allegados.
-Mi marido no le corre mi sangre en las venas, pero a mi hijo sí. Por
si volviere, mientras hay vida , hay esperanza....
El escribano despedía a Mayor y susurraba con el escribiente saludando a
los testigos, el procurador Ortega y el guarda Sánchez Gallego aquella mañana
calurosa del 26 de julio de 1626. Comentaba y devaneaba en su interior:
"Estos Raxis, unos genios. Mucho arte, pero sus hijos y allegados unas
cabezas rotas. No quedan más que los hijos de Nicolas – Antón , Lorenzo y
Nicolás, pues murió Pedro-sin sangre de artistas, viviendo de las rentas, y
Baltasar, el hijo de Melchor, tampoco viviendo del arte".
Un mes después, acudió su hermano
Baltasar Raxis como albacea de Mayor a la misma escribanía. Parecía que
la estaba esperando el escribano. La peste había invadido algunos rincones de
la ciudad. Se había anunciado desde Granada, donde ya desde 1635 sufrían esta epidemia de peste. y
comentaban los cosarios y mercaderes que "adoleció mucha gente de cámaras (bubas) de sangre en esta ciudad,
de lo cual falleció mucha gente de pestilencia de todos los estados y en
particular personas de más edad, las cuales morían a los dos o tres
días”. Como era frecuente se “mandó cercar la
ciudad y poner guardas en las puertas, día y noche, y se mandó que compañías de
la milicia salieran a rondar la ciudad para que no se acercara nadie… no
recibiendo a ninguna gente forastera, sino con fidedigno testimonio de no estar
enfermo”.
A Mayor le tocó la china; era mayor de edad,
pobre de solemnidad, y escuálida de modo que cayó en las primeras
de cambio. Murió en su casa a causa de la infección y le afectó a toda su
hacienda y domicilio. Es un decir, domicilio, porque era la octava parte
de la casa de Pareja, el curador de los Izquierdos, por lo que se llamaba esta
calle con su nombre y ya lo comenzaba a hacer con Caridad. Lo recibió el
escribano y le hizo declaración de albacea al mes y unos días de la declaración
de su testamento y tras la muerte en aquella casa en que vivió. donde no
quedaron bienes ni muebles algunos.
-Su hermana, una tragedia.
-Sí, mi señor escribano, tuvimos que quemar
todos los bienes en aquella casa prestada. No han quedado bienes ni para
responder a las mandas testamentarias, tan sólo un cuarto de viña en la Mata.
Por favor, mi señor, pida a la Justicia que podamos ejecutar esta venta y se
pregone en subasta en todos los rincones de la ciudad.
Aceptó la petición el corregidor y el alcalde mayor puso en almoneda
los bienes, fueron pregonados y recayó el remate en Francisco de Alcalá que
cedió a Francisco Ruiz de Santiago que aportó catorce ducados. Años más
tarde, le comunicaron al escribano que el marido se encontraba casado de nuevo
en Cádiz y emulaba a Martínez Montañés con varias obras en la capital y
pueblos. En su cabeza, rondaba la sombra de Juan Jacinto, pero no llegaban
noticias. Bulos y más bulos. No le vino a su mente otra frase que aquella Cuando se duerme la mala suerte, nadie la despierte.
ESTE RELATO ES VERDADERO Y REAL. Y MUESTRA EL FINAL DE LA FAMILIA DE PABLO DE ROJAS CON SU MARCHA A OTROS LARES DE ANDALUCÍA. LEGAJO 49 17 FOLIO 219 (testamento) 426 y ss(remate de bienes). ESCRIBANO ALONSO LUCIÁN. AHPJ.
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