FERNANDO
VI (1746-1759)
Si los reinados
anteriores se caracterizaron por la penuria económica, el de Fernando VI, del mismo modo, en
Alcalá se inició con una gran crisis de
las arcas municipales, que se hallaban embargadas y endeudadas por los
acreedores de antiguos préstamos, no permitiendo ni siquiera celebrar en los
primeros días la fiesta de la proclamación del monarca. Todavía repercutían las
guerras del anterior reinado, sobre todo, las de Sucesión en tiempos de Felipe
V, incluso el treinta y uno de febrero se llevó a cabo una leva secreta de 25
hombres par cubrir el servicio real de los
25.000 reclamados por la Corona a través del Marqués de la
Ensenada. Aunque se celebró en el 1748 la Paz de Aquisgrán, firmada entre
Francia, España, Génova y duque de Modena y por otra parte el Emperador, el rey
de Bretaña, Hungría, y las Provincias Unidas, con un solemne Te Deum,
publicación de fiestas, corrida de toros, máscaras, luminarias y pólvora y
mojigangas al frente de las cuales los maestros y oficiales de los oficios
organizaron pequeños artificios ingeniosos, la ciudad se mantuvo en una situación difícil por los
gastos mencionados y los continuos alojamientos de soldados. Todavía se
resentían de las distintas facultades reales de los años 1616, 1656 y 1668 que
habían provocado un endeudamiento y un ahogo económico casi imposible de
superar para hacer frente a los mínimos gastos de funcionamiento del
presupuesto municipal.
El valimiento
Aún mas la roturación de nuevas tierras concedidas para paliar la situación, no había conseguido sus objetivos, ya que sus rentas se encontraban penadas con un fuerte impuesto de su mitad y cuatro por ciento de la otra mitad. Si ello se añade que los bienes propios estaban embargados por el impago de los réditos ( en 1752 el capital de los censos alcanzaba la cifra de 927.921 reales y los réditos 27.186 reales que en dicho año ya se habían pagado), a causa del pleito de alcabalas, compra de tierras del Castillo y otros servicios a la Corona, el panorama era desalentador hasta tal punto que hasta el año 1750 fueron muchas las dificultades para poder pagar los salarios de oficiales y regidores; y el abandono paulatino de los servicios, obras de la ciudad o de sus cortijos y caminos fueron constantes (cfr. cabildo 3.8.1750. Los gastos extraordinarios de fiestas o las ordinarias, como el Corpus y rogativas, se controlaron en exceso, cuestionándose algunos actos como el convite de dulces del día del Corpus o la cera otorgada a los miembros de los cabildos eclesiásticos y civiles.
De ahí que los corregidores y la propia
municipalidad trataron de levantar la imposición de la Corona, conocida por el
valimiento de las nuevas tierras roturadas. No se escatimaron esfuerzos, el
propio corregidor Nicolás Carrillo de Mendoza se trasladó a la Corte para alzar
la imposición, se solicitó un nuevo arbitrio y la venta de tierras propias y
concejiles del partido de Noveruelas y Mures. Incluso, se empeñó la plata del
Oratorio y de los distintos despachos del Cabildo.
Cuando
la ciudad consiguió el año 1749 el levantamiento de este gravamen, y
lograron evadir esta fuerte carga, no era para menos que se celebraran grandes
fiestas en honor de la Patrona Virgen de las Mercedes, que tuvieron lugar en el
año 1751 cuando se recibieron las cantidades que correspondían por los 230.000
reales que se adeudaban a la Tesorería General del reino por el testamento de
Felipe V( Cf. 8-2-1751.
El renacer de
la ciudad
Así, saldándose las cuentas y pagos de muchos acreedores, pudo asistirse a un renacer de la ciudad, que se manifestó en su ornato público con la recuperación del Paseo de los Álamos que, a partir de este momento, se concibió como un espacio de ocio, olvidando su uso de ejido, y al que se le colocó una fuente taza que en palabras de los regidores de entonces hermoseara y adornara la entrada de los Álamos y Camino Real a Granada. También, fueron reparados el Humilladero de San Marcos, se arreglaron varios de puentes, como el del Palancares, y calzadas y otras obras públicas y privadas como el traslado de la cañería de agua de la Fuente de la Mora por la calle Pastores y Fuente Nueva hacia el Pilar de los Álamos, la apertura de la nueva calle del Camino Nuevo, las casas abaciales y la iglesia de San Antón, que se había edificado en el reinado anterior y estaba cubierta de aguas embelleciendo la entrada y salida de la ciudad, transformada en calle y no antiguo camino de paso.
Lejos estaban los tiempos de restauración de la antigua fortaleza de la Mota, que ahora tan sólo en el año 1757 se restaura en las murallas de las Entrepuertas, con el fin de proteger a los vecinos en la subida a la Mota para las pocas celebraciones de culto que quedaban en la Iglesia Mayor Abacial. Se abandonan, sin embargo, por completo las casas del corregidor en la Mota.
Los propios
particulares se ven impulsados a engrandecer sus espacios urbanos, como el
regidor Manuel de Lastres que llevó a cabo una placeta frente a su casa en 1754
adornada de arcos. Al mismo tiempo
prometieron nuevos tiempos las nuevas medidas de control y saneamiento del Pósito que provenían de las directrices del ministro
Marques de la Ensenada y el Marques de Villar del Campo, dando un gran
protagonismo a las juntas del Pósito y al nombramiento de depositarios de
solvencia que libraran a las arcas públicas de las malversaciones de fondos,
abusos de poder, fraudes, corruptelas, o enriquecimientos personales que hasta
ahora había caracterizado a esta institución.
En este
contexto hay que señalar la propuesta del cabildo municipal solicitando a instancias superiores y eclesiásticas
el permiso para poder trabajar los días festivos del año y no sólo durante la
cosecha y la vendimia, que ya disfrutaban dicha concesión. Algunas medidas de
estos ministros de Fernando VI no favorecieron a la comarca como la nueva
carretera nacional que por Campillo
acortaba el tráfico y el comercio de Granada a Madrid en dirección a la Corte.
Otras, sin embargo, promovieron el fomento de la ganadería mediante ordenanzas
de las dehesas de potros y yeguas. De ahí que el interés del ayuntamiento alcalaíno
se esforzara en solucionar los puntos conflictivos en la red vial de la zona.
En la misma
línea se recibió en la ciudad una carta del Obispo de Toledo, como miembro del
Consejo de Estado recabando información de la producción económica, establecimientos
públicos y sanitarios, fundaciones, plagas, exención de los habitantes y orden público,
así como situación otros estados, los
religiosos.
Desgraciadamente, otras obras no se llevaron a término como pudo ser la creación de una nuevo templo matriz de la Abadía en el centro de la nueva ciudad, cuyo enclave central era la plaza del ayuntamiento, puesto que la iglesia de Santa María la Mayor se encontraba en un lugar despoblado y abandonado del culto, medida que pudo ser fundamental para el desarrollo urbano y perduración del organigrama administrativo del siglo XIX, por lo que su construcción no hubieras permitido ni la desaparición de este ente eclesiástico, y, qué decir, de fomento para el progreso de la ciudad. En las mismas intenciones, se zanjó la apertura de una calle que conectara el centro radial de la Plaza Nueva del Ayuntamiento con la calle Real para que los vecinos pudieran abastecerse con el agua de la Fuente la Mora.
En esta línea
del reformismo borbónico y de la ilustración, hay entender el nuevo padrón de
habitantes que comenzó a realizarse en el año 1749, con el interrogatorio de la
Única Contribución, -conocido por el Catastro de Ensenada-, y las reformas de
la organización del Pósito, organismo básico para el abastecimiento y el aumento
de la producción de la ciudad que dependía eminentemente de la agricultura.
Nuevos
servicios sanitarios se crearon en la comarca. Un médico pudo establecerse en
el Castillo que presentaba una población empobrecida, pero que aumentaba cada
vez más demográficamente y con muchas enfermedades, tan solo asistidas por el
traslado de los médicos alcalaínos.
Decadencia de
su economía
La economía de
la comarca, distinta por otra parte, manifestaba claros síntomas de
decadencia en sus tres pilares básicos
de producción y comercio como era el ganado, las viñas y la fabricación de
paños, tal como se manifestaba en una de las cartas de la ciudad alcalaína
enviadas al Marqués de Villastre,
corregidor de Jaén que reclamaba las rentas provinciales (30.3.1751. Son pocas
las iniciativas en la industria de paños, aunque en 1755 un vecino de Granada
reconoce que existen en la ciudad y quiere abrir otra nueva de paños y bayetas
por los privilegios que mantiene Alcalá ( Cf. 22-3. 1755.
Una gran
masa de pobres mendigos y jornaleros
presentaba una triste realidad, porque no tenía ningún otro tráfico salvo la
agricultura y la limosna. De su dependencia y abuso de los patronos, hay datos
manifiestos en la regulación que se estableció en el cabildo de 17 de abril del 1755, para los salarios
consistentes en una horquilla que iba desde los
dos reales de vellón hasta 24 reales para el peón de escarda y sembrado,
que no recibía la paga del apareador hasta terminar la faena, el de vinar en cavada
y viñedo se le subía el salario mínimo en tres reales, pero tenía un tope de 24
reales. Una medida de repartimiento del trabajo obligaba también a un tope de
12 jornales diarios. De ahí que las
distintas informaciones previeran en
1754 las posibles circunstancias
trágicas de algún que otro levantamiento, y para ello hacían propuestas al
municipio para que construyera algún hospicio y cualquier tipo de fábrica para
aliviar las penurias de este gran grupo de personas.
A esta
situación se añadió que las enfermedades del tabardillo incidieron intensamente
en la población junto con la escasez de los fondos del Pósito, provocada por
los años de sequía intensa de 1748-1751. Para paliar los problemas de salud y
de los numerosos transeúntes que pasaban y se alojaban en la ciudad, el cabildo
municipal intentó crear un nuevo Hospital que intentó cubrir los servicios del
Hospital del Dulce Nombre de Jesús,
perteneciente a la abadía, y se trajeron
tres hermanos religiosos de san Juan de Dios, que ocuparon como lugar uno de
los mesones de la ciudad, el de los Álamos. Muy relacionado con este aspecto de
la salud, comenzaron a protegerse las fuentes y los balnearios que habían alcanzado notoriedad y prestigio curativo en las comarcas de
alrededor. En el año 1752, hay noticia de las aguas de las Majadillas y de
Fuente Álamo, que eran visitadas incluso por vecinos comarcales-De ahí que sean
muy ilustrativas estas palabras del cabildo(cfr.20-4-1752):”las aguas de la
fuente, que llaman hediondas, en el sitio inmediato de la fuente del Álamo de
este terreno, han causado y causan muy provechoso efecto para la curación de
diferentes enfermedades, así bebiéndolas como bañándose con ellas, y que de
estraños lugares concurren a llevárselas para administrarlas a los
enfermos, y algunos de estos bienen al
sitio para aplicársela, y que por nazer en la profundidad de una cañada y no
tener pilar en que recoger ante sí, éstas como están llanas y rasas, las
tarquinan la vecindad, y la hocen los cerdos y ensucian otros ganados, por lo
que en muchas ocasiones no han podido los enfermos usar dichas aguas
prontamente y, siendo, como es conveniente, el recoxerla y ponerla en estado. y
se mantengan limpias y, en porzión bastante, para que se puedan bañar en ellas
las personas que por accidentes lo necesitaren,.....acuerdan...tomar, a
dispendio del estanque y licencia, lO que sea necesario, para que dichas aguas
estén recogidas limpias y prevenidas de las huellas de los caminantes y estén
dispuestas en todo momento y ocasión para uso y aplicación.
En pocos años de la vida del municipio, éste no se había encontrado en una situación de mayor desabastecimiento, coincidiendo con los del resto de la región. Ello dio lugar a registros del trigo particular, prohibición de vender trigo y oposición a las órdenes de los intendentes del Reino de Jaén y Granada para que los labradores y el Pósito de Alcalá abastecieran con sus fondos de trigo a ambas capitales.
El abad y el
municipio
El ayuntamiento
alcalaíno tiene varios enfrentamientos con las autoridades eclesiásticas,
representada en los primeros años por el provisor del abad, don Pedro Pablo de Vera y Barnuevo Salcedo y Fuenmayor.
A los desacuerdos a las partes contributivas de los eclesiásticos en las rentas
provinciales, se añadían las nuevas imposiciones que se establecieron en el
nuevo Concordato e, incluso, otras medidas de índole más particular de asuntos
más locales como eran las deudas contraídas por las limosnas de las fiestas tradicionales y
cuestiones protocolarias. La razón económica estribaba en que el estamento eclesiástico,
por ser exento de contribuciones, con las nuevas ordenanzas y leyes reales cada vez se les obligaba a contribuir más,
sobre todo, en las rentas provinciales que incidía en el comercio y venta del
vino, cuyas propiedades muchos clérigos controlaban, y, por encima de todo el
aguardiente, que era fabricado en su mayor parte hasta estos años por ellos. El
punto más álgido de este conflicto se alcanzó
en 1750 con motivo de las Letanía Mayor del Rosario, en la que hubo más
que palabras, y llegaron a retirarse los regidores a la entrada de la iglesia
cuando iban en procesión.
En este tiempo,
por los datos que disponemos tanto civiles como eclesiásticos, debió ocurrir un
gran estancamiento en las costumbres populares, ya que se prohibieron las velas
nocturnas en las iglesias, las procesiones de noche como la de la Soledad, y
los rostrillos y vestidos de las cofradías penitenciales como las de la
Veracruz, señor de la Humildad y Dulce Nombre de Jesús.
El conflicto además se agravó al relacionarse
con un tema de hidalguía, en la que los regidores querían mantener sus
privilegios dentro de la cofradía de la Soledad, provocando las acostumbradas
desavenencias y conflictos protocolarios típicos del Barroco, a los que
tuvieron que intervenir la propia Chancillería de Granada y el propio rey
Fernando VI emitiendo una provisión para zanjar el enfrentamiento. No obstante,
el cardenal Mendoza, que era abad y
miembro del Consejo de Estado, ejerció
su influencia en la Corte como valedor de las proposiciones de la ciudad y
pronto se deshizo del provisor reformista comentado anteriormente.
Varias son las
cartas recogidas del Cabildo, dirigidas al rey y al Marqués de la Ensenada,
solicitando la gracia para los asuntos importantes de la ciudad y el agradecimiento de la ciudad por la
resolución de algunos de ellos. Una de ellas escrita desde su residencia de
Madrid en el 17 de febrero de 1750 manifiesta entre otras cosas, expone el
clima de enfrentamiento entre los dos estamentos con estas palabras: “atendiendo
a la pobreza y deplorable estado, en que se encuentra el vecindario por las
pujas, que han acontecido en el gobierno antecedente por diferentes
particulares” (Cf.17.2.1750).
Las dependencias religiosas de la abadía se hallaban ya instaladas en el Llanillo en unas casas abaciales que la cámara abacial había restaurado y donde habían instalado la mansión de los abades, el provisor, el vicario, la Cárcel eclesiástica y otras dependencias de algunos cameranos. Esto provocó un aislamiento y abandono de la iglesia matriz que dio lugar a que, por parte de la población representada por el cabildo municipal, se iniciara una campaña de erigir de nuevo una iglesia matriz en el nuevo casco de la población, cosa que, como hemos dicho anteriormente, hubiera permitido, de seguro, un final más feliz y, tal vez hubiera perdurado hasta nuestros días. Las razones urbanísticas bastaban, y, a eso se añadía que la descompensación del esfuerzo económico de la ciudad con la iglesia local no repercutía en la población. Pues el pueblo alcalaíno no recibía beneficio alguno por diversos motivos, primero porque las dos tercias partes de los diezmos y primicias sobre todos los productos de la agricultura y ganadería correspondían a las capellanías de la Capilla Real de Granada, y, en segundo lugar a esto se sumaba que la ciudad ni sus habitantes no recibían ningún producto de los nuevo beneficios, de los otros dos dedicados a las Escuelas de Baeza y la Compañía de Jesús de Montilla y del reservado para la Santa Sede, y, por último, muchos abades y miembros del aparato administrativo ni siquiera residían en la ciudad y, al finalizar su mandato, se disipaban sus rentas para otros lugares. Mientras tanto, dejaban encargados de la función religiosa a unos sirvientes que apenas obtenían recurso alguno.
No obstante,
como muestra de la religiosidad del momento, la ciudad hizo patrona a la Virgen
de las Angustias, que el rey había proclamado a su vez patrona de Granada, y a
cuya congregación se acogió la ciudad, costeando los gastos litúrgicos de esta
hermandad, que se referían, sobre todo, al rosario y procesión del Viernes de
Dolores. Y lo que es más importante, comenzó a gestionar y promover un nuevo templo en terrenos
pertenecientes a los propios, entre los que se sugirieron los comprendidos
entre el Pilar de Mari Ramos y los Corrales del Consejo, cerca de Consolación.
Finalmente, se eligió uno cercano al ayuntamiento nuevo. Pues era el centro de
la ciudad y contribuía al diseño urbanístico embelleciendo su trama con amplias plazas. Dicho lugar había servido los años
anteriores para el Juego de la Pelota, que se había puesto de moda entre los
jóvenes y tenía una extensión de 10 varas de ancho por treinta de largo.
Años de sequía
Durante los
años 1750 y 1751 la ciudad se resintió
en gran manera por la gran sequía y la consecuente falta de granos,
ocasionada por la falta de lluvias que
aconteció en toda Andalucía. Esto dio lugar a que se produjera un alza del precio del trigo al reservar los vecinos sus
granos y aprovecharse del ventajoso precio que tenía el Pósito en una proporción de 28 reales la fanega
frente a los cuarenta y cinco en el
mercado particular. Las autoridades trataron de parar estos abusos y obligaron
a llevar a cabo un registro general y la prohibición de vender trigo a forasteros,
y para favorecer las clases más desfavorecidas, hicieron un reparto a los
jornaleros a razón de un pan para cada vecino, medio para las mujeres, y a los
menores cada tres miembros de familia
una libra de pan, porque empeñaban sus jornales de agosto y de la
cosecha para poder comer. Además, Se
recogió todo tipo de trigo y cebada. Tan sólo,
quedaron unos pocos eclesiásticos que podían hacer frente a esta
situación llena de pobreza y miseria. Claro
testimonio de la situación es el cabildo del veintisiete de abril de 1750, en
el que se escribe: “En este cabildo y atento que la ciudad hizo este
cabildo, se reconoció por sus balcones los clamores repetidos de tantos pobres
mendigos y jornaleros suplicando que la ciudad les favorezca y socorra con una limosna,
por hallarse pereciendo de hambre, a causa de no tener en qué trabajar ni poder
medio pan para sustento”.
La ciudad hubo
de oponerse a la solicitud de la Corona y al propio presidente de la Chancillería que reclamaron e, incluso,
enviaron ministros para registrar el trigo del Pósito y a los particulares, con
el fin de recoger algunas cantidades para abastecer la capital granadina. Sin
embargo, los pocos recursos, que quedaron, sólo permitían ser acaparados por el
Pósito local para su abastecimiento y alimento de los vecinos.
PRINCIPALES
CIRCUNSTANCIAS DEL REINADO DE FERNANDO VI
1746 |
Lluvias |
Sequía |
Peste |
Epidemia |
Otros |
1747 |
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|
|
|
|
1748 |
|
X |
Enfermedades del tabardillo |
|
|
1749 |
|
X |
tabardillo |
|
|
1750 |
|
X |
tabardillo |
|
terremoto |
1751 |
|
x |
tabardillo |
|
robo de campos y ganados |
1752 |
|
|
|
|
|
1753 |
|
x muy seco |
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1754 |
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|
1755 |
|
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|
|
1756 |
|
|
langosta |
|
|
1757 |
|
|
langosta |
|
|
1758 |
|
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1759 |
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|
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|
Por otro lado,
la falta de pastos, en todos los pueblos de la campiña cordobesa y Sevillana,
ocasionó una extraordinaria trashumancia hacia los pastos de las sierras
alcalaínas invadiendo campos de labor- lo que daba lugar a que se provocaran
situaciones fraudulentas de personas que se
habían hecho de una gran cantidad de ganados y entraran en fricción con
los labradores e, incluso, infectaran a los ganados autóctonos. Por eso, fueron frecuentes los bandos de la autoridad en defensa de los ganaderos y
labradores de la localidad, prohibiendo su entrada o expulsando a los intrusos,
nombrándose servicios de protección de guardas por los particulares y cercando
sus haciendas rurales, al mismo tiempo
que se registraron los granos de la cosecha de agosto por el corregidor
Montoya. A pesar de los esfuerzos de la justicia en hacer rondas nocturnas,
curación de enfermos y vestir desnudos, es sintomático el cabildo del cuatro de
mayo de 1751 que dice: ”... no se pueden contener los robos del campo y de
noche y el escalamiento de oficinas públicas de carnicería y matadero con otras
muchas casas de particulares”.
No era de
extrañar que se produjeran en estas circunstancias la invasión de los campos y
los robos de granos en los campos tanto por los pobres jornaleros como por los
ganados talando las mieses.
Desde el punto
de vista administrativo, él termino municipal se dividió para su protección,
encargándosele a un regidor y a un guarda montados a caballo, en los
siguientes partidos. Lo que perduró en
años posteriores:
1. Desde la
vereda del Coto y camino de la Magdalena, por el camino de Granada, todo el
terreno que comprendía las vegas del Palancares, Ermita Nueva, Villalobos,
Cantera Blanca, y Agramaderos hasta
confinar con el término de Monte frío.
2.Partido que
comprendía el territorio que iba desde San Bartolomé, y tenía en su interior la
Vereda del Carmen, Eras de Velasco, Pasada Baena, camino de Córdoba en
dirección hasta el final del término con cortijos de la cortijada de
Cantera Blanca.
3.Partido que
comprendía desde la Fuente Nueva, Guadalcotón y Charilla desde el camino de
Córdoba hasta los Barrancos del Postigo.
4. Comprendía
el camino que partía a la Fuente Rey desde el camino de Granada y el de los
Llanos hasta las Juntas y Palancares, Santa Ana, los Llanos hasta la Boca de
Charilla y Salobral por el camino de Noalejo.
5.Frailes y
todo lo contenido en el camino de Noalejo.
6. Charilla.
En estas
circunstancias era una norma tradicional solicitar la ayuda de la Iglesia
local, para que, con su socorro, al menos paliara algo la situación. Pero, las
cosas no fueron como exigía la situación social, pues una serie de conflictos, más formales que de
índole real, ocasionaron grandes desavenencias entre los dos cabildos-
eclesiástico y civil- y tuvieron que
solventarse finalmente para hacer frente la situación de necesidades de la
salud pública y a la pobreza de las clases jornaleras. Por eso, se hicieron
limosnas por ambas partes y se instalaron hospitales y en los cuarteles de la
ciudad, y, en común, se repartió el trigo racionado con el asesoramiento de los
párrocos que realizaban las listas de los más desfavorecidos y, a continuación,
se llevaba a cabo el reparto por parte de dos regidores, a los que se añadió
por este tiempo un jurado como síndico defensor del común. En esta misma línea,
la hermandad de la Soledad asumió, dentro de sus estatutos, el sustento de los
encarcelados a título de perpetuidad en el año 1751,que eran en su mayoría,
pobres jornaleros que no podían subsistir.
Relacionados
con la cuestión social, la
agricultura cada vez ocupaba una situación más privilegiada a la ganadería
hasta tal punto que son varias las medidas que hubo que adoptar para la
protección de los montes y plantíos y del ganado. Por este tiempo, se observa
un leve crecimiento de las plantaciones
de olivos, sobre todo en el Castillo con la extensión concedida en el
Navastrillo al Convento del Rosario junto a un cortijo de su propiedad a título
de censo.
Sin embargo, la
ganadería bajó, y comenzaron a resentirse, por otro lado, los vecinos en el abastecimiento de la carne
que se encarecía y había que comprarla
de otros lugares. Por ello, se impidió la venta de carne en casas particulares
para evitar su salida y protegerla con medidas sanitarias, al venderse en las
carnicerías.
En este aspecto
forestal, se ejecutó una política
cortesana de protección de los montes mediante la plantación de nuevo arbolado
en los sitios cercanos a los arroyos del Palancares, principalmente, álamos, lo
mismo que en los caminos y calzadas de salida de la ciudad de Alcalá hacia
Granada. Todavía, hasta aquel tiempo se mantuvieron grandes zonas como
el Camello, Maleza Prieta, Frailes, Encina Hermosa y la Hoya con una gran masa
arbórea de quejigos y encinas que no hubo que replantar. No obstante, para
protección del ganado caballar y
abastecimiento, se crearon dos dehesas de pastos, denominadas carniceras, y se
persiguió a los roturadores de tierras que invadían las cabezadas y las zonas
montañosas como la Cañada del Membrillo. Algunas dehesas o tierras, sin
embargo, se habían roturado, como las Nogueruelas o los Llanos y, de nuevo, se
convierten en zonas de pasto.
Dentro de estas
reformas de la agricultura, se tomaron medidas de la remedida de tierra de las
ocho mil fanegas roturadas en reinados anteriores, y lo mismo se hizo con la
protección de las veredas, descansaderos y abrevaderos tal cual eran los casos
de la Fuente de los Chopos para los ganaderos de Fuente Álamo.
El viñedo
seguía siendo uno de los frutos más importantes, ocupando los partidos de la Camuña, Prado Gordo
y Caserías, monte Rey y Boca de Charilla y Castillo.
Algunos cotos
particulares se desacotaron en Bohórquez y en el Menchón, que comprendía
Malabrigo, La Parrilla, Quejigar, y Moralejo para el beneficio del pasto común.
Otro aspecto relacionado con lo anterior
fue levantar los cotos de dehesas para pasto común en la zona del Sabariego,
esto era debido a la comunidad de pastos que se mantenían con la vecina villa
de Alcaudete por el sitio de que venía de la Rábita hasta el altar de san Pedro corriendo por el
Portillo de la Harina y el vado de Palomares (30-6-1755)
Pero, en un
ambiente hostil a la ecología, fueron además frecuentes los aleos o persecución
de animales, como los lobos y zorros, que para aquellos tiempos se reconocían
por destructores de los campos en las sequías a lo largo de las Sierras de
Frailes y la Ribera. Los labradores reclamaron eximirse de pagar tributos aquel
año por la esterilidad de sus campos.
UN RESUMEN DE LOS CINCO PRIMEROS AÑOS
No obstante, y, a pesar de estas medidas reformistas, por estos primeros cinco años del reinado de Fernando VI,, hubo repetidos conflictos entre la iglesia local y el propio corregidor, que manifestaba un nuevo modo de concebir la sociedad; entre ellos, no se obligaba la presencia de la autoridad eclesiástica en actos protocolarios y, aún más, se inmiscuía en su jurisdicción con la licencia de que los mercaderes trabajaran los días festivos. Todo ello hay que comprenderlo con la nueva política de recuperación de la economía introducida por el Marqués de la Ensenada, que el corregidor Alfonso de Montoya trataba de plasmar y tuvo su principal obra con la elaboración del Catastro, del que no hubo respuestas por parte de los bienes eclesiásticos. Como tampoco, pagaron el ocho por ciento de la parte que el Papa había concedido al Rey, ya que por el convenio con el Obispado de Jaén el escusado y el subsidio de la iglesia local superaban con creces el beneficio de las rentas que no pudieron valorar ni registrar. En esta línea del regalismo, es la nueva bula papal del 1749 que dejaba las primicias de las malezas, bosques, jarales y montes a la Corona hasta que se rompieran.
Las
imposiciones denominadas rentas provinciales que incidía en el ramo del
comercio, vino, aguardiente, aceite y jabón suponía una suma de 69.387 reales. Si a esto añadimos la llamada
de utensilios, el servicio ordinario y extraordinario de la paja, el vestuario,
el sitiado de la sal que se pagaba a la administración cordobesa y el
mantenimiento de una compañía de soldados, afincada en Antequera, era
desorbitarte el conjunto de gastos que tenían los vecinos que afrontar ante la
Corona. Por eso, se pagaban con
continuos retrasos, protestas vecinales y continuas reformas de los padrones.
Aún mías, con dificultad se podía contribuir a la Corte con medidas que le
afectaban como el donativo por el puente nuevo de Andújar que se iniciaba en el
año 1749. Incluso, se protestaban impuestos como los del sitiado de las Salinas
de Filique, relacionadas con la administración cordobesa, porque provocaba una
serie de gastos de los que quería la ciudad desembarazarse para depender de las
salinas de Granada que eran más ventajosas para los vecinos por su cercanía
(cfr. 22 de enero 1750.
Por eso, a
pesar de que se llevaban intentos de reforma
de algunos campos y, en la provincia de Jaén, se impulsaba nuevas
medidas para proteger a las clases más desfavorecidas con la creación de un
Hospicio Provincial, la ciudad trataba de evadir cualquier tipo de imposición
que conllevara su mantenimiento tal como se establecía de un real por arroba de
aceite, con el fin de acoger a los pobres. A ello se añadía el deseo de
exención y libertad de Alcalá con respecto al corregidor de Jaén. Y, por otra
parte, todavía, está muy lejano el momento de que nuevos cultivos dieran lugar
a un cambio en el pensamiento y en la riqueza de los vecinos del partido de
Alcalá.
DESDE EL AÑO 1753
Si los años
anteriores fueron secos, el 1753 fue un año todavía más seco, multiplicándose las rogativas a nuevas
advocaciones como la de Jesús Nazareno.
Pareció
cambiar el clima de enfrentamiento entre el estamento civil y religiosos, en el
año 1754, en cumplimiento del Concordato entre la santa Sede y la Corona
Española, por eso se llevó a cabo la valoración de las distintas propiedades
eclesiásticas, capellanías y patronatos, que se remitieron al gobierno de la
nación. Sin embargo, e intento de contribuir con el escusado reformando las
parroquias de la localidad no llegó a término, porque ambas tenían la misma
entidad.
La villa del Castillo
El contencioso
con la villa del Castillo de Locubín se estabiliza durante estos años de este
reinado. Tan sólo, se manifiestan algunas muestras de rebeldía que fueron
sofocadas por los munícipes con motivo de las exigencias de los escribanos del Castillo, encabezados por los Álvarez de
Morales y, por medio de un subterfugio, consistente en solicitar los límites
del término de esta zona. Algunos problemas atrasados se solventaron, entre
ellos, el reparto de aguas de las
huertas del Castillo tras el acuerdo con los regantes para la revisión del
canon, las horas de riego y la revisión de sus tradicionales normas en tiempos
del corregidor Montoya en el año 1755. Otras demandas de los vecinos,
siempre a través de los alcaldes
ordinarios del Castillo, se aprobaron con reticencias. Así, en el año 1757, se
concedió cierta autonomía en la celebración de las subastas, en los
arrendamientos y en las pujas de los ramos del aceite, aguardiente y
carnicería, pero siempre que estuviera supervisada por los dos regidores
diputados del Castillo y con la consideración de que la villa no era sino un
arrabal más de Alcalá, cuyos privilegios y compra se había realizado en
reinados anteriores de una manera pacífica.
¿NUEVAS ALDEAS?
Aunque en estos
años se asistió a la propagación de albergues y casas de ganado en algunas
zonas rurales, sobre todo Santa Ana, y en menor cantidad, en el cerro el Moro
de Mures, Majalcorón, y Frailes, no estaba muy clara la organización de las
nuevas cortijadas.
El corregidor
Nicolás Manzano arbitró algunas medidas nombrando alcaldes ordinarios y
ministros para poder ejercer la justicia en estos nuevos poblamientos. Hay
datos concretos del pleito de Frailes. Sin embargo, no gozó del consentimiento
de los regidores, entablándose un litigio entre ambas partes. Por un lado, el
corregidor había decretado por su cuenta el nombramiento de Bartolomé Martín de
Moya y Francisco Mudarra en 1747 como alcaldes ministros de Frailes tal como se
manifiesta en el cabildo del 30 de enero de 1747: “. para que celasen la
dicha cortijada y sirvieran al mismo tiempo las órdenes, que por real
jurisdicción se les cometiese, guardando sembrados y montes de aquel partido, y
con otras condiciones y calidades contenidas en el despacho, que a este fin se
le concedió”.
Sin embargo,
por otro lado, la ciudad, constituida por los regidores y jurados criticó la
medida, porque le hacía perder competencias y vaticinaba futuros conflictos que
ya había mantenido con la villa del Castillo de Locubín, alegando no
estar conforme al memorial celo de no
poder ni por dichos señores ni por ciudad constituir nueva jurisdicción en
perjuicio de las regalías de la ciudad, que adquirió mediante la comprada de
todo el término y el del Castillo y no permitir separación que perjudique , séase
a nombres de alcaldes ordinarios o de ministros dependientes de esta Audiencia,
que en uno y otro caso quedan perjudicados los vecinos en calidad de carga
concejil y el de los privilegios de la ciudad en quasi despojo por su
tolerancia”.
De ahí que los
alcaldes de Frailes no tuvieran más motivo que presentar su dimisión alegando
que no podían asistir a las labores y, ante la insistencia del corregidor, la
ciudad le obligó a retirar los títulos de nombramiento.
fin del reinado
En el once de
noviembre año 1750 se produjo un fuerte terremoto que afectó a la mayoría de
las iglesias de la ciudad, mientras se asistía a la función de iglesia en san
Juan; en los años 1756 y 1757 la langosta invadió todos los campos alcalaínos,
tanto de sementeras como huertos, dando
lugar a una labor intensa para extinguir la plaga por parte de toda la
población, colaborando incluso los propios eclesiásticos tanto del cabildo
eclesiástico como de los conventos de la ciudad a real por fanega de
imposición. Entre estas medidas se llevaron prácticas de exorcismo y
purificación de los campos como el agua pasada por los clérigos por la
cabeza de san Gregorio, el reparto de productos, la muerte y destrucción de
gusanos y su introducción en pozos ciegos, batidas por los campos y las
tradicionales rogativas que en el último año se multiplicaron en súplica al
Señor de la Humildad, Jesús Nazareno, Santa Ana, Virgen de las Angustias, san
José y Virgen de las Mercedes.
El reinado
finaliza con el corregimiento del Marqués de Ussel que mantiene la recuperación
de la ciudad y el saneamiento de la economía con la aportación al sitiado de la
sal por las salinas de Filique, evaluado en 41.140 maravedíes, debido a la
buena situación económica sin precios excesivos en los productos y abastecimiento
de la ciudad en el trigo, mientras la ganadería se va concretando en las reses
lanares y caprinas.
La preocupación
por el urbanismo de la ciudad se manifiesta
en acuerdos como el siguiente de dar licencia para la torre contigua a la Iglesia de san Antón Abad para señalar el sitio se halla remetida de dicha fábrica adornando una de los sitios más públicos que sirven a su aspecto de la entrada de la ciudad en el camino a Granada y será conveniente que sea igual con las dos calles de la Peste y Lecheros agregándose todo el terreno que necesita que guarde la entrada sin invadir el uso público del común, el cuartel y el Juego de Pelota.-l
Fruto de esta
colaboración con la iglesia, fue la
cesión de las Casas capitulares de la Mota con lo que significaba de abandono
por parte del estamento civil de aquella fortaleza emblemática, quedando el templo como un
simple residuo y santuario de ella. Curiosamente, los celosos guardianes del
Antiguo Régimen, el cabildo civil, abandonaban su baluarte e impedía el reformismo de la economía, pero
se adecuaba al modernismo urbanista de las nuevas medidas de la Corona,
mientras el clero local se enclaustraba en aquel recinto, a pesar de que
algunos abades fueron paladines y defensores del regalismo como el abad de la Cerda.
Pero, desgraciadamente estos no llegaron a residir en Alcalá con lo que hubiera
significado de un nuevo progreso en los campos de la industria y en la
mentalidad de la época, e, incluso, cuando lo intentaron con sus provisores
tuvieron que ceder ante el estamento civil y eso, que siempre criticaron la
superstición que reinaba en muchos lugares frente a la nueva visión del
racionalismo de la Ilustración española.
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