XXV ANVERSARIO DE LA ASOCIACIÓN HUERTA DE CAPUCHINOS-LOS SAUCES VERDES
ALCALÁ LA REAL
RELATOS
E IMÁGENES
Encuentro con el Grupo
de Entre Aldonzas y Alonsos y III
Concurso de Fotografía Ecocostumbrista y
Vecinal
Julio 2017
Nuestra
asociación cumple el XXV ANIVERSARIO
desde su creación, allá por el año 1992
y se organizaban los primeros viajes en torno a
XXV años es
el momento de acordarse de los pasos que ha dado la asociación en todas sus
etapas, lo logros conseguidos con el esfuerzo de todos y evaluar el recorrido vecinal para
corregir los errores y
comprometernos más con la cédula suprafamiliar, que es la vecindad. No quedan
en olvido hechos importantes como el ovoide de la Avenida de Europa, muestra
incorporación al voluntariado en el Banco de Alimentos, Belén Solidario y
Ayudas a ONG, el acierto de un
senderismo de convivencia y eco costumbrista con más de cincuenta citas anuales
( diurnas y nocturnas), nuestros viajes culturales y rutas de Al-Ándalus, la
convivencia de tres fiestas que celebramos anuales ( Candelaria, Víspera de San
José y del Barrio) , edición de libretos y folclore de la comarca, concursos y
deportes....Tampoco pasamos por alto el
adentrarnos en el tercer decenio del milenio tercero, con la alforja de veinte y cinco años de vida orgánica dentro
del tejido asociativo de nuestra localidad, participando, compartiendo y colaborando
en muchas actividades y con muchas instituciones .
Se han reivindicado mejoras y necesidades del barrio, colaboramos con
toda la comunidad vecinal a la hora de resolver problemas de su barrio –grandes o pequeños,
urgentes o complementarios-. Tampoco, dejaremos atrás otros campos como el medioambiente, sanidad o
participación ciudadana, en la que se le
ha reclamado nuestra voz.
Junto con lo
reivindicativo, recogimos aspectos de folclore y los Cuenta Cuentos reconvertidos
en los Encuentros Entre Aldonzas y Alonsos que editamos con esta obra junto con
los premios de fotografía.
Queremos
agradecer el esfuerzo de todos los miembros de
También,
agradecemos la colaboración de las áreas de Participación Ciudadana, Urbanismo,
Servicios, Patrimonio, Policía, Juventud y Deportes de nuestro ayuntamiento.
SOBRE
1. Antes de la conquista de los Reyes Católicos, formaba parte del ruedo
de la ciudad y, en su mayor parte, eran fincas
de cereales y, en torno a unos arroyuelos, había zonas de arbolado.
2. En tiempos de Carlos V y Felipe II,
se transformó primero en un ejido-. lugar común para pastar el ganado-,
lindando con tierras de particulares y con los caminos de
Esta alameda se plantó en torno a los años setenta del
siglo XVI, tenía una calzada central y varios canales de riego, y a su cargo
había un guarda nombrado por el cabildo municipal que cuidaba de los álamos,
acequias y de las plantas. Ejemplo de ello son estas palabras de los regidores
del año 1597 También le preocupó a la ciudad el reparo de la alameda, pues
se hallaba casi perdida, así como la
calzada y sin agua en acequias, no se podía ir a pie ni a caballo. De este
tiempo, es la casilla de junto a la
puerta de los Álamos para caseta del guarda, que regaba la zona. Pues en esta ciudad no tenía otra cosa de
ella para paseo de recreación de
los vecinos.
Era un lugar donde los vecinos
solían ejercitarse en el manejo de la caballería corriendo y domando caballos,
haciendo simulaciones de combates y juegos de cañas. Por otra parte, cuando se
puso de moda el uso del trabuquete y arcabuz en la guerra, como en el periodo
de la guerra de las Alpujarras, los milicianos solían estrenar haciendo la
diana en unas paredes de aquella zona, y le daban de premio al mejor arcabucero
que consistía una medalla con agnus dei
de oro.
3. En el siglo XVII, se
reservó una parte de aquella alameda para el convento y huerta de los
Capuchinos, lo que hoy día es el actual barrio y quedó acotado en medio del
ejido y rodeado de la ala meda y los dos caminos. A partir de mediados del
siglo XVIII, el parque recibió una nueva remodelación, prácticamente que afectó
a todo el recinto, a la manera del
jardín francés, distribuyéndose en diversos parterres y una calle
central con una fuente, así como se mantuvo parte de la alameda y se renovaron
las plantas y flores. De este tiempo y principios del siglo XIX, viene el
nombre de Paseo Público y el uso de una glorieta para las verbenas, amenizadas
por las bandas de las compañías que se alojaban en la ciudad. Hemos encontrado,
tras la desamortización de Mendizábal relatos curiosos de ser este recinto un
lugar muy propio y elegido al juego prohibido de naipes, que era perseguido por
4. En el siglo XX, de nuevo, el
convento se usó de casa señorial, fábrica de aceito y casas de los mayordomos,
y en el resto del recinto se llevaron a cabo varias remodelaciones, una muy
importante en tiempos de Benavides, y entre ellas, la última la pérdida de la
alameda que rondaba la entrada a la ciudad por los años sesenta y, así como la
urbanización de
Actualmente, en los últimos decenios del siglo pasado se
ha remodelado el parque, se ha recuperado como patrimonio municipal la iglesia
y el convento, donde se instalaron servicios de cultura como la biblioteca.
Francisco
Martín Rosales
ENCUENTRO DEL GRUPO DE
ALDONZAS Y ALONSOS 6 JULIO 207 EN BAR
CASABLANCA
Ricardo San
Martín
MELODÍA
Así se llamaba: Melodía. Nunca un nombre coincidió mejor con
la persona a la que identificaba.
Quizás rondase los cuarenta. Lucía, casi siempre falda larga,
y cubría su pelo ensortijado con un sencillo sombrero de fieltro.
Era menuda, de movimientos etéreos y pausados en su cuerpo;
no así sus dedos, largos y fibrosos que parecían volar con vida propia cuando
grácilmente deslizaba el arco sobre las cuerdas de su violín.
Alguien me contó que había realizado estudios de música en el
Conservatorio Nacional de Viena. En esta ciudad acudía a las clases de violín
con un afamado maestro alemán. Al parecer, ella se enamoró de su profesor, con
el cual tuvo una relación amorosa durante meses. Enterada la esposa del maestro
de su aventura extraconyugal, le amenazó con abandonarlo, llevándose sus hijos
de regreso a Berlín, si no ponía fin a aquella relación. Puesto en esta
tesitura, el alemán renunció a su amada y puso fin al idilio. Fue un duro
desencanto para Melodía que permaneció encerrada en su apartamento vienés
durante dos semanas. Después, sabiendo que nunca volvería a estar con quien
había rendido su cuerpo y su corazón, decidió regresar a Alcalá, su pueblo
natal, aunque aquí no le quedaba familia.
Lo hizo con un aspecto desaliñado y un espíritu abatido.
Vivía en el Paseo. Allí pasaba los primeros días, mañana y
tarde, tocando melancólicamente su violín y recibiendo las monedas de quienes
le ayudaban con sus dádivas. Se sentaba en el banco junto a la estatua del
músico y el perro, bajo el alto pino y allí tocaba ensimismada, como ausente.
Sonaban quejumbrosas sus notas. Llevaba sus pocas pertenencias (algunas ropas,
otro sombrero y varios libros) en un desvencijado carrito de la compra. Al
llegar la noche subía lentamente hasta las Cruces y ocupaba una casa abandonada
en la que dormía.
Algo vino a cambiar su vida: un día, mientras tocaba el
violín en el parque, un perro mínimo y lanudo se le acercó y se tendió a sus
pies mirándola con ojos lastimeros. Melodía sacó los restos de un bocadillo de
su carrito y se los ofreció al chucho. Los comió con ganas el perrillo y,
agradecido, restregó su cuerpo contra las piernas de la violinista. Parecieron
quedar unidos por un vínculo invisible. Quizás era un lazo entre seres
abandonados.
Pero desde ese día, desde esas caricias del animalito,
Melodía recobró progresivamente la alegría en su vida. Parecía bastarle con
aquel afecto animal que nada le pedía y nada esperaba. Le dio un nombre,
decidió llamarle Mozart por un doble motivo: su pelo blanco como el de la
peluca del compositor austríaco y por su carácter alegre y juguetón.
Se entendían en sus silencios, se complementaban en su
soledad. La vida de ambos fue mejor a raíz de su mutua compañía.
Los acordes del violín de Melodía adquirieron vivacidad,
alegría; su aspecto volvió a ser pulcro y aseado.
Ahora, durante el día, se podía ver a la pareja por diversos
puntos de Alcalá. Tocaba Melodía en el parque, en los bares y terrazas, en el
compás de Consolación, junto a los andenes de la estación de autobuses
despidiendo o recibiendo a los viajeros o los martes moviéndose entre quienes
hacían la compra en el mercadillo, con Mozart escoltando su mínima figura.
Así se ganaba la vida: tocando alegres canciones, con una
sonrisa en los labios y un fiel compañero a su vera. Interpretaba piezas clásicas
y otras de su propia creación; todas ellas impregnadas de positividad y
dulzura, la misma que el singular dúo emanaba.
Formaban parte del paisaje y paisanaje alcalaíno. Dejaba
Melodía oír sus arpegios y cuando recibía una propina de un transeúnte, sonreía
mientras pronunciaba un suave "gracias". Mozart ladraba vivaz.
En un momento determinado, se comenzó a extender por Alcalá
el rumor de que el viejo Tomás, aquejado de una dolorosa artritis, se sentía
más aliviado a raíz de las reiteradas audiciones callejeras de los sones de
Melodía.
Luego se habló de beneficios en las jaquecas que padecía
Luisa y en la depresión que arrastraba Ramiro. Ambos eran asiduos a las
sesiones de música improvisada en el parque.
El efecto determinante, su salto definitivo a la devoción
popular, llegó cuando Bernarda, diagnosticada de un cáncer de mama, afirmó
sentirse curada tras prolongados ratos oyendo la música de Melodía. Sin
embargo, hubo quien aseguró que lo de Bernarda había sido un caso de
diagnóstico médico erróneo, que nunca
había habido cáncer y, por lo tanto, no había lugar a la curación.
Pero para entonces las gentes habían decidido creer en el
poder curativo de las notas del violín de Melodía y buscaban a ésta para que
fuese por las casas donde había enfermos, confiando en ella y su música, como
en una nueva "santa" de las cuales había larga tradición en la Sierra
Sur.
Melodía se avenía a acudir a quienes la requerían y se
despedía de los enfermos con una sonrisa y un "Dios te bendiga", que
parecía ser refrendado por los ladridos de Mozart. Jamás aceptó ninguna
remuneración por sus visitas musicales.
Seguía la violinista deleitando a los paseantes del parque.
Se situaba bajo el pino, junto al músico y su perro, componiendo un llamativo
cuarteto, o cerca de la fuente de las ranas e interpretaba sus partituras. En
primavera sus notas flotaban en el aire mezcladas con el olor de las rosas.
Fue algo súbito, sucedió inopinadamente. Una mañana que la
gente caminaba por el paseo, el silencio se adueñó del lugar desde la fuente de
Remigio del Mármol hasta la Biblioteca. Los días que siguieron fueron del mismo
tenor. Los alcalaínos se preguntaban si Melodía habría caído enferma y Mozart,
fiel compañero, permanecería a su lado. Subieron a la casa que ambos ocupaban
en las Cruces, pero el lugar estaba desierto.
Corrió la noticia de que Melodía había recibido la visita de
su antiguo amante, el profesor austriaco, quien, tras dejar a su esposa, habría
decidido volver con su enamorada. Decían que la había buscado y cuando supo que
vivía en Alcalá había venido a nuestra ciudad. Tras el imaginado reencuentro la
pareja, junto con Mozart, habrían retomado su idilio en alguna ciudad de la
Costa del Sol.
Hubo quien especuló que, dada la inusual capacidad curativa
de Melodía y su violín, una prestigiosa clínica privada le había hecho una
oferta para atender y sanar a sus clientes ricos en no sé qué ciudad del centro
de Europa.
El misterio y la intriga sobre la desaparición de Melodía y
Mozart sigue hoy en día, pero son muchos los alcalaínos que aseguran que, en
las cálidas noches veraniegas, si te sientas en el banco del paseo, bajo el
pino y pones atención, en medio de la oscuridad parecen oírse los sones
acompasados de un violín y una tenora.
Incluso hay quien mantiene que la estatua del músico y su
perro parecen tener ahora un gesto más alegre, como transmutados por algún
maravilloso y salutífero sortilegio.
Marina León
UNA TARDE DE
VERANO
Cuando acababa la siesta de por la tarde, en ese caluroso
verano de 1993, lo primero que hacía Julia era asomarse a la ventana de su
cuarto. Desde aquella ventana, tenía una vista completa del parque que había
debajo de su casa. Durante aquellos años el parque estaba siempre abarrotado de
niños jugando y de ancianos sentados en los bancos. Julia era una niña muy
pizpireta, graciosa y simpática, que hablaba con todo el mundo sin cortarse un
pelo.
Una de sus mayores aficiones era trepar a los árboles, con la
misma agilidad que un mono. Los vecinos del barrio, especialmente un grupo de
señoras mayores, se divertían con las ocurrencias y las peripecias de la niña.
Al salir al parque, Julia llamaba al porterillo de sus amigos para que bajasen
a jugar. En aquellos años aún se quedaba sin necesidad de usar nada más que tu
palabra. Tú quedabas con tus amigos en el parque a las cinco, y allí
aparecíais, sin necesidad de confirmarlo con un whatsapp ni nada.
Los viernes eran el día favorito de Julia. Sus padres tenían
por costumbre quedar todas las noches de ese día de la semana en el bar Los
Sauces, en el parque vecino al que daba a su casa. De hecho, todo el barrio ha
sido siempre conocido por el nombre de este bar, abierto desde que Julia
recuerda. Esas noches Julia veía a todos
sus amigos y si tenía suerte podía conseguir cien pesetas para disfrutar de una
leche merengada fresquita de la Estefanía. Julia y todos sus amigos se
divertían jugando al fresco de la noche de verano.
Una de sus mayores diversiones era fantasear sobre el bajo
permanentemente en obras que estaba al lado del bar Los Sauces, ese que ahora
tiene el pub l@lola. Siendo Julia pequeña imaginaba mil y una cosas que podía
haber ahí dentro, desde fantasmas hasta un tesoro. Una de esas noches de
viernes, su curiosidad le pudo y le pidió a su amigo Luis que la subiese a
hombros para poder asomarse al bajo a través de un agujero que había en la
parte superior de la pared. Julia, conocida por sus grandes dotes trepadoras,
no le tenía miedo a las alturas. Puso un pie en el hombro derecho de su amigo,
a continuación puso el pie izquierdo, y Luis la alzo con un temblor peligroso.
Estaba Julia llegando a su objetivo consiguió asomarse un poco y lo que vio la
decepcionó horriblemente. Ni fantasmas, ni tesoros, ni nada, simplemente un
bajo sin construir y lleno de polvo.
- ¿Qué hay? Dime,
¿qué ves Julia? -le gritaba Luis desde abajo.
- Pues yo no...
En ese momento Luis no pudo aguantar más el peso de su amiga,
las rodillas le temblaron y cayó al suelo. Julia se quedó colgando del agujero
al que había logrado agarrarse, pero sus manos le fallaron y se precipitó al
suelo con la mala suerte de hacerse una esguince que le hizo llevar una
escayola durante el resto de verano.
Ahora Julia, veinticuatro años después de ese accidente, se
sienta en la terraza del Bar Los Sauces recordando con cariño esos tiempos,
observando cómo la plaza ha cambiado pero, en realidad, sigue igual que
siempre.
Nono Vázquez
LA TARDE
AZUL
(SONETO)
La tarde
azul, la de la luna ajena,
se
despierta al café de aroma tibio,
se zambulle
en la bulla con alivio,
mata el
ardor con su canción serena.
El canto de
la sombra que refrena
los
silencios, el sopor del sacrificio
del que ya
no conoce el artificio,
y persigue
al chimpún de una verbena.
Es julio,
el de las mantas reservadas,
novio de
canículas, sin vergüenza,
que hoy
quiere reventar en mil palabras.
Con versos
de poetas que no lo eran:
de julio,
el de las reservadas mantas,
se riega dulcemente, hoy, su Huerta.
Alfredo Luque
SAMBUQUE
El jóven ingeniero agrónomo iba pasando lentamente las
páginas del manuscrito deteniéndose un buen rato en cada una como si quisiera
atrapar para si lo que allí se decía. Leía acerca de cómo la zanahoria es
emoliente y resolutiva en cataplasmas calientes; la hierba de los canónigos se
acomoda a todos los terrenos; el acerolo prefiere los suelos sueltos y le son
muy perjudiciales los compactos, húmedos y arcillosos; los berros tienen
propiedades depurativas y fortificantes; la lenteja que crece en suelos pobres
y ligeros; y el apio, que aunque es una planta rústica le teme mucho al frío.
Todo esto habrían de anotar en las páginas de aquellos viejos
tratados, los frailes capuchinos a la luz de las velas. Pasar del latín a la
pluma de pavo y la tinta. Del olor de las viejas cocinas, a los aperos de
labranza y esperando quizás, que las tormentas de verano no destruyesen los
surcos recién hechos en la tierra reseca. De cómo guardar, confitar o encurtir
los excedentes de frutas y verduras y sobre todo de como aprender a cultivar
los árboles frutales, las flores y las hortalizas "al estilo
capuchino".
Los farragosos tomos que el joven ingeniero agrónomo encontró
en la biblioteca del convento pertenecieron a un monje que, con su larga barba
blanca y su hábito austero, estaban a su vez basados en otros textos aún más
antiguos, que recopilaban todo el saber hortofrutícola desde las culturas más
primitivas hasta el siglo XVI. Encontró algunos de ellos, incluso, de origen
incierto. Buceó y buceó entre documentos y manuscritos de los distintos
archivos eclesiásticos para extraer todo un completo recetario médico y de
cocina. Las anotaciones de aquel fraile demostraban que en aquella época, ya
existían remedios para todo.
Los había contra la fiebre, usando endrina. Para fortalecer
las encías, resina de condrila y para los bronquios, salvia, que era la planta
favorita de los romanos, a su vez un buen colirio, digestiva, antiséptica y
cicatrizante. Encontró además plantas remotas, que se usaban ya en la Edad de
Piedra, como la cola de caballo, el suco y la semilla de majuelo o espinal, un
excelente tónico cardíaco y la planta curatodo por excelencia, que es el cardo
de santo, que cura el dolor de cabeza y el de oído, los vértigos y favorece la
memoria.
Le resultaba increíble y a la par fascinante, leer cómo los
antiguos monjes horticultores medievales crearon sus propios métodos para sacar
el máximo rendimiento a las huertas y campos de cultivo que rodeaban sus
conventos y de los que se abastecía toda la comunidad. Los monjes eran expertos
en conservar el excedente de alimentos y verduras producidas, como alcachofas,
coliflor y guisantes, para asegurar el sustento en los duros inviernos. Quizás
fuera suficiente este ejemplo, a poner en práctica por los ingenieros agrónomos
del futuro: el secreto de los capuchinos para conservar durante varios meses
los melones consistía simplemente en enterrarlos en ceniza. De igual forma,
estos monjes también contaban con un método propio para aprovechar el agua de
lluvia, reteniéndola con unas zanjas llamadas mulladuras, que permitían que el
agua se filtrara progresivamente al subsuelo.
Pasaba página tras página, para comprobar que en los huertos
que se describían, se cultivaba especialmente acerolos, granados, nísperos,
melocotoneros, guindos, azufainos, limoneros, naranjos, ciruelos y manzanos.
Los frailes introdujeron en el refectorio la espinaca, que tradicionalmente
había tenido uso terapéutico contra el asma. También los colinabos, chirivías,
espárragos, lechugas y rábanos eran otros de los cultivos que abundaban en las
huertas capuchinas. Anticipándose a lo que
se ha denominado "cultivo ecológico", aquellos hortelanos
capuchinos trataban de evitar la proliferación de orugas plantando hileras de
cáñamo en los jardines y huertas conventuales y solían impedir la acción nociva
de las babosas, sembrando garbanzos.
Además, con las hierbas aromáticas preparaban el agua de
lavanda y de colonia y también perfumaban el "óleo de San Serafín",
un ungüento que se ponía en el pecho de los enfermos afectados por los fuertes
catarros y bronquitis crónicas debidas a los frios y las nevadas tan
abundantes, por aquel entonces.
El joven ingeniero agrónomo cerró el pesado volumen y lo
depositó cuidadosamente en la vitrina
donde estaba guardado, cerca del claustro, en una estancia, que formaba parte
aún de lo que quedaba en pie de la que fuera la biblioteca del monasterio. Se
quitó unos desgastados guantes de fibra que usó para ir pasando las delicadas
páginas y los depositó en la mesa. Recogió el cuaderno de notas y salió al
exterior. Afuera el sol golpeaba incipientemente las paredes compuestas de
grandes bloques de piedra medio derruidos. Atravesó el recinto y dio una vuelta
casi completa por los alrededores intentado ubicar el terreno donde tuvo que
estar asentada la huerta del convento. No encontró rastro alguno de los
antiguos surcos, o algún pozo. Ahora ya no quedaba nada, salvo estructuras de
hormigón y hierros retorcidos cubiertos de óxido.
Ni las juntas de las baldosas albergaban algún vestigio de
vida vegetal, pues las tapaba un cemento gris y áspero. Sin embargo al fondo,
entre algunos cascotes de piedra amarillenta y arenosa, y medio oculto a la
sombra de la tapia que delimitaba el recinto, vio algo que captó su atención:
Un brote minúsculo, comenzaba a tomar forma y a desarrollar unas pequeñas hojas
adornadas por un fruto brillante. Era un sauco, una antiquísima y poderosa
planta con cuyas flores los antiguos curanderos hacían cataplasmas para aliviar
la nariz, los lacrimales y purificar el cuerpo. Era conocido por los frailes,
como el "buen árbol". En la
antigua Grecia era conocido como sambuque, un árbol sagrado y en Roma, la
ciudad eterna, como el Sambucus Nigra, una planta de hojas y bayas milagrosas.
Se decía que de tan noble árbol sólo podía extraerse la belleza, pues en las
mismas ruinas de la clásica Creta se encontró un instrumento musical, de miles
de años, de nombre sambuque, consistente en una especie de arpa, al parecer
fabricada con la madera de esa planta.
Quizás no todo estuviera perdido,
como creía el joven ingeniero, pues siempre, de entre la destrucción y las
ruinas, surgen los nuevos comienzos, y la vida, la belleza y la alegría que
ello conlleva, terminan por abrirse paso lentamente. Como sucedió con la
alegría de la huerta de aquellos monjes de largas barbas blancas.
Jorge Romero
SAUCES
(SONETO)
Conozco yo
un vergel donde conviven
edificios,
gente y la vida entera;
solsticio
de verano en primavera
con hado y
delicia que nos cautiven.
Donde
tantos besos que se cultiven
compongan
de tiempo su enredadera.
Ya no
tendrán el alma callejera
los abrazos
libres que allí perviven.
Pasearé en
silencio sus senderos,
que atentos
mis ojos piden sosiego
como los
árboles al firmamento,
que
muestran deslumbrantes sus luceros
con
recuerdos de luz plenos y fuego.
Pintaré su luna en mi abatimiento.
Rafa Vera
DE SONETOS
VA LA TARDE
(SONETO)
DE SONETOS LA TARDE, ¡VAYA COSA!
¿QUIÉN TE IBA A TI A DECIR, A ESTAS
ALTURAS,
QUE TENDRÍA TAL NIVEL Y ENVERGADURA
LA FIESTA DE ESTA HUERTA PRIMOROSA?
DE NADA HAY QUE EXTRAÑARSE: LOS
LLAMADOS,
PESE A VENIR DE MÁS DE MIL LUGARES,
REVOLOTEAN PALABRAS. SON COMO AVES
DEL CUERVO AL GORRIÓN, Y HASTA AL
ALBATROS.
PASAMOS BUENA TARDE, DISFRUTANDO
DE PALABRAS, OÍDOS, MUECAS, PALMAS,
Y SÓLO POR SEGUIR A ESA QUIMERA
QUE, TAL CUAL, ES GUSTAR Y SER
GUSTADO.
ES SENTIR QUE SE LLENA YA LA PLAZA
Y RECOGER LOS FRUTOS DE
LA HUERTA.
Raúl Góngora
A MI MESA
Prologo:
Un estudioso franciscano, a inicios del S. XX, mientras
seguía el rastro de la segregación monacal de mediados del XIX, encontró una
pequeña tumba de piedra junto a la ermita de una familia adinerada de Arjona.
Allí se leía: Hno. Pedro, el del Puerto. Y en su parte inferior las siglas:
2.E.E.D. y la inscripción en latín De
gradus in mensa (que quiere decir: en los escalones de la mesa).
Las campanas del convento no tañían
Hacía ya algunos días que las campanas del convento no tañían
con el fresco cacareo de cada mañana.
El Hermano Pedro, el del Puerto lo llamaban por su origen en
aquella maravillosa ciudad gaditana, parecía transmitir en su toque de campanas
el desasosiego, que a modo de niebla a ras de suelo, vagaba esos días por el
convento. Y es que no se hablaba de otra cosa por los pasillos y celdas
capuchinas que no fuera la llegada de un tal Mendizabal, como Ministro de
Hacienda de la regente María Cristina de Borbón, y su forzada desamortización y
exclaustración (supresión de conventos religiosos). Se palpaba en el ambiente.
- ¡De mi tierra
tenía que ser... de mi casa vendrá el que nos echará! -se repetía esos días el
Hermano Pedro, refiriéndose al origen gaditano del tal Mendizabal.
No se sabe si por su neutralidad en aquel convento, pues fue
el último en incorporarse a la orden o simplemente por la confianza que
transmitía su semblante, el caso es que el Guardián del convento, la misma
noche del día del ingreso del Hermano Pedro, entró en su celda y estuvo
hablando con él durante una hora. Le pidió que escondiera unas letras y números
que le había hecho memorizar en el sitio más lejano de la vista emponzoñada del
hombre, y cercano a la plena divinidad de Cristo. El nuevo quedó sin pronunciar
palabra durante minutos hasta que el superior del monasterio se dispuso a salir
y Pedro se despidió con un inaudible así se hará.
El del Puerto, no pegó ojo en las poca horas que duraban sus
noches, pensando en lo que el guardián, le había confiado, y sobre todo en
cumplirlo como Dios lo requería.
Estuvo dándole vueltas a las indicaciones que el viejo
guardián, el Hermano Blas, le había dicho; algo cercano a la plena divinidad de
Cristo.
- ¿Qué hay más
cercano a Dios, al cielo, que un monacal repique de campanas?
Aquel mismo amanecer Pedro talló en la parte superior de la
pequeña espadaña, que había al fondo del pasillo principal del convento, las
letras y números que el guardián le había hecho memorizar: 2.E.E.D.
Tan solo un par de semanas más tarde, aquel nuevo decreto
ministerial que se supone que ayudaría al país a sanear sus arcas y acarrearía
beneficios para todos, cosa que quedó bastante lejos del efecto de aquella
desarmotización, estaba siendo ejecutado con todo rigor.
- Recuerda hijo, que el hombre es el que nos empuja al abismo y Dios el
que nos tiende escaleras hacía la verdad -le dijo el guardián, el superior del
convento al Hermano Pedro, con los ojos abiertos como platos y haciendo
hincapié con su voz en la palabra escaleras.
- Cada vez que suene una llamada a misa, sea donde sea, me acordaré de
usted. Usted ha sido la piedra angular que ha guiado mi voz en este convento.
Y así mirándose fijamente a los ojos y hablándose como si los
dos tuvieran problemas auditivos, se despidieron el superior del convento y el
Hermano Pedro, encargado de marcar los tiempos en el convento, y ahora
arrastrando algo más en su carga.
Ambos sabían que probablemente no se volverían a ver nunca
más. Por la extraña situación política del país tras el cierre de conventos y
por la avanzada edad y estado de salud del actuar guardián del convento.
- ¡Recuerda, Pedro, que separarnos de nuestros lugares sagrados ha sido
la menos salomónica de todas las
decisiones posibles! -le volvió a gritar el superior, alzando notablemente la
voz en la palabra salomónica.
- ¡Los peldaños de nuestra fe nos unirán en la
catedral divina con el resto de fieles!
Y su voz se perdió entre el trote de los caballos que tiraban
de aquel carruaje a modo de cárcel.
PREMIOS DEL III CONCURSO DE FOTOGRAFÍA ECOCOSTUMBRISTA
PAISAJE EN EL CASTAÑAL. AUTOR FERNANDO
DEL PINO.PRIMER PREMIO EN SENDERISMO.
VIA VERDE. AUTOR FRANCISCO GARCÍA PÉREZ SEGUNDO PREMIO DE SENDERISMO.
REGANDO MACETAS.AUTOR ANTONIO HEREDIA.PRIMER PREMIO DE ECOCOSTUMBRISMO.
LAGUNA. AUTORA- LOLI SILES- PREMIO ACCÉSIT DE
ECOCOSTUMBRISMO.
COMIDA VECINAL. AUTORA
LOLI SILES. PRIMER PREMIO DE INTERÉS VECINAL.
MARATÓN. FRANCISCO GARCIA. PREMIO ACCÉSIT DE INTERÉS VECINAL
EN LA FIESTA.FERNANDO DEL PINO.- PREMIO
ACCESIT. INTERÉS VECINAL.
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