En
estos días se obligaba a la asistencia de misa y a la observancia del precepto
de no trabajar, se cerraban todo tipo de comercio y trabajo artesanal y las tabernas y mesones no se podían abrir
hasta la salida de la misa de la Iglesia Mayor. Tan sólo se permitía que en
algunos lugares se pudiera traficar el comercio, relacionado con los molinos
por estar apartados de los núcleos de población.[1]
En el año 1754, se recibió una prohibición real en la que se impedía trabajar
los días de fiesta.
Este calendario se completaba con las fiestas
particulares de hermandades y cofradías, de aldeas y otros núcleos rurales. Por
ejemplo, San Miguel en Charilla, santa Lucía en Frailes, san José en la Rábita,
san Juan en las Riberas y la Cruz en Cantera Blanca.
Algunas
vigilias son importantes como las de Navidad y Pascua de Resurrección, donde
las velas nocturnas ocasionaban a veces algunos altercados que son
prohibidos.
A
mediados del siglo XIX, tuvo lugar la reducción de fiestas establecidas por un
concierto entre el ayuntamiento y el cabildo eclesiástico. Tan sólo, la
festividad del Corpus, el de Santo Domingo de Silos, San Blas y la de Virgen de
las Mercedes se salvarán del amplio repertorio.
El
final del siglo XVII, con motivo de la Novísima Recopilación, el purismo
introducido con la Ilustración y el rigoricismo de los nuevos abades, sobre
todo, Mendoza y Gatica y Palomino López de Lerena, va a suponer un fuerte retroceso
en el costumbrismo festivo y en la desaparición de importantes hermandades y
cofradías que son las que configuraban en su mayor parte la parte festiva. En
el año 1829, la situación nos la expone el cabildo del diez de marzo cuando
dice:
que se suspendan todas las cofradías que hay en esta ciudad sin Real aprobación, quedando sólo las dos sacramentales, las dos de Ánimas y la de Jesús Nazareno por la Real Cédula que la instituyó, y , creando a veneficio de los Expósitos, una nueva bajo el título de los Desamparados, a las quales únicamente se les permita sin prestarles comunicados a los interventores con la multa de cien ducados o la que sea del real agrado a beneficio de los mismos.
Además,
a esto hay que añadir un principio de siglo del siglo XIX bastante convulsivo y
nefasto para los elementos festivos, religiosos y ulturales, en el que
sobresalen la guerra contra los franceses, el nuevo espíritu de la Constitución
del 1812, las calamidades, entre ellas, diversos años de sequía, peste y de terremotos,
y los continuos movimientos políticos( guerras civiles y levantamientos
militares) que no coadyuvan a favorecer ni implantar nuevos movimientos
festivos. Una savia renovadora se introduce en la Iglesia local con el
nacimiento de la Casa de Misericordia, que agrupará todos los bienes de las
hermandades, fundaciones, bienes, censos y otros elementos de las manos
muertas, provocando un gran decaimiento de la actividad festiva.
Durante
algún tiempo del siglo XVI, el centro neurálgico de la ciudad fue la calle
Real y el Paseíllo de la Mora, el Llanillo y la Placeta de las Trinitarias,
fueron los espacios abiertos donde se proclamaron y levantaron los tablados y
de confluencia de vecinos en las manifestaciones religiosas.
Muy
ligado con el fenómeno anterior, fue el nacimiento de nuevas ermitas, iglesias,
parroquias y ayudas de parroquias, que tienen lugar en el propio casco (La
Iglesia de San Juan, dependiente y parroquia de Santa María la Mayor; la de la
Veracruz, de la de Santo Domingo de Silos). Tambiés fue el caso de la parroquia de
Frailes, o de las aldeas, Charilla, Las Riberas, San José de la Rábitas, Mures,
Valdegranada, la Pedriza y Ermita Nueva. Al frente de ellas a llevaron a cabo una
actividad festiva centrada en un capellán encargado, que, al mismo tiempo,
desarrolló algunos elementos festivos, e, incluso, culturales, como le caso
de la Ribera, donde ejerció de maestro. Esta nueva situación fue fruto del gran
crecimiento que se inicia en las zonas rurales , influido por el movimiento de
las roturaciones de tierras y las posteriores desamortizaciones, que favorecieron el asentamiento y la dispersión de la población rural.
El
siglo XIX significó un auge de los elementos festivos centrados en los
actos organizados con motivo de acontecimientos políticos relacionados con la
proclamación de las Constituciones, el Estatuto Real y las Cortes frente a la decadencia de los festejos, que
versaban sobre efemérides religiosas. Estos, poco a poco, quedaron reducidos a la
fiesta del Corpus y a las rogativas, mientras no se escatimaron recursos para
organizar festejos que celebran los acontecimientos referidos. Además, se
impregnaron de nuevos elementos que renovaron e introdujeron nuevas características
a la fiesta popular. Jugó un papel importante la música, el baile y la
participación popular del pueblo a traves de las antiguas máscaras, la
formación de las comparsas gremiales y el mantenimiento de los toros.
A esto
hay que añadir que la desaparición paulatina de los distintos conventos de la
ciudad dio lugar a la progresiva ausencia de un clero que mantenía muchas
fiestas particulares, patronales o conventuales que tuvieron lugar los siglos
anteriores. En concreto, se inició este movimiento el año 1821, cuando ya sólo
quedaron dos conventos el de los Capuchinos y el de los Dominicos [4].
Los frailes estaban muy integrados en la formación religiosa , ya que impartían
primordialmente funciones de confesar, predicar, auxiliar y mayor culto.
La
abolición de muchas capellanías y el establecimiento del impuesto del
repartimiento del clero dio lugar a muchas dificultades económicas,
obligando a solicitar ampliaciones de subvenciones para poder asumir los gastos
como el monumento de la Semana Santa a soclicitud de los curas párrocos en el
diecinueve de febrero de 1842. El control fue exhaustivo en estos momentos que
se ven obligados a entregar el movimiento de cuentas a todas las parroquias,
instituciones y cofradías a la Alcaldía en el año 1843.
[1] AMAR. Libro de
Ordenanzas de 1760 y Capitulaciones Sinodales del abad Pedro de Moya.
[2] AMAR. Cabildos de suertes del
30 de diciembre de 1718.
[3] AMAR. Cabildos
de abril de 1730 y doce de a septiembre de 1729. Es interesante resumir las
piezas inventariadas del oratorio y de la capilla: cruz de plata, Evangelio de
san Juan de plata, cáliz de plata , una patena, dos bujías de plata, un atril
de plata, platilla de vinajeras, vinajeras, una campanilla, todas ellas con la
llave y las armas de esta ciudad, además de las mazas de martillo para los
maceros y dos tarjetas de plata con sus cadenas para los porteros con las armas
y llave de la ciudad, un misal nuevo dorado por las orillas, el pendón real que
la ciudad saca en las funciones con las Armas Reales a una parte y en otra
parte las de la ciudad de castillos y leones con flueque de seda y rojo carmesí, tres
sobremesas de damasco, una badana para
bufete de los escribanos, dos ropas de porteros de damasco y vueltas de
terciopelo carmesí y galoneado de oro fino, dos gorras para dichos porteros,
dos bufetes de nogal, una casulla de nobleza encarnada, con sus corporales,
manípulos forrado en tafetán caarmesí y bordado en plata, un amito, dos albas
de lienzo, de encajes y mangas, dos
cíngulos de Colonia encarnada, otro amito, otra alba, dos purificadores,
manteles y cornualtares, en la cárcel un ara de piedra de alabastro, dos nuevos
manteles, dos candelabros, una cruz de plata, un frontal, un cáliz de plata,
una patena, un paño de cáliz, y una patena.
[4] AMAR. Acta del
cabildo del diecisiete de mayo de 1821.
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