
Ayer acabamos la ruta de este año del Cristo de la Salud a partir de las nueve y cuarto de la noche. Zubia-arriba, llegamos a la entrada por la puerta del Aire, descripción del antiguo barrio de San Sebastián y mesones del siglo XV, estancia del rey Enrique IV. Las murallas de cremallera, los torreones redondos, cuadrados y macizos. La puerta del Aire . Desde San Sebastián a la puerta del Aire y a la Puerta Nueva. La Puerta de Santiago. Las Caballerizas del Señor Abad. La muralla de la torre de la Especería, El bajondillo Alto y Bajo. Puerta Nueva. el palacio Abacial. Una parada y la leyenda del Duende. la Casa del monasterio de la Encarnación. El palacio del Conde de Cabra. La muralla del Gabán.
Siguiendo el anillo de la ciudad, los tramos de la muralla del Trabuquete, con parada en altos de la Torre de la Imagen y cerca del segundo Trabuquete.
Anillo Norte, con vistas a la Mata , Guadalcotón, tierras de Priego, las atalayas, paso por la muralla oeste.
Bajaamos y terminamos con Leyendas de la mora Cava. Nada menos que tres...y las tumbas antropom´rficas de las calles de la Carrera Vieja...En recuerdo a mi amigo Pepín...
En 1993,
escribía una elegía dedicada a mi padre por aquellos años en un programa de
cuartilla, elaborado en Talleres Grafimed. La huella que dejó en esta
hermandad, su ascendencia pujarera, Y su amor al Cristo de la Salud. Nuestra madre, Ana Rosales Gómez, vecina del
barrio hasta la madurez, nos dejó a sus noventa y un años en el mes de enero de
2017. Una gracia de Dios. Era cofrade, pero compartía la devoción al Cristo del barrio de San Juan, como aquella anciana que pasaba desapercibida en el templo y Jesús
salió a su encuentro. Lavó trajes penitenciales, guardó las ropas de la banda
de los años cincuenta del siglo pasado, planchaba las enaguas del trono a
ruedas, depositaba los enseres de la hermandad sanjanaera en las cámaras de la calle Veracruz,
cuando no había casa ni casilla. Pero, sobre todo, ejercía y nos dio ejemplo en
las prácticas diarias de oración y rezos a su protector divino, rezando el rosario,
acudiendo a las citas del quinario, misas y actos de culto y penitencia. No
ocupó cargos, pero fue la mujer ideal para un hombre cofrade de esta hermandad pujarera, su Cristo de la Salud era la luz ante todos los actos de la vida,
colocando sus plegarias en cualquier momento. Y, sobre todo, nos enseñó a rezar
y confiar en ÉL. No olvidaremos aquella tarde de oración en
familia por una petición especial. Allí, estaba Ella, Y Allí ESTUVO SU
HIJO.
… Y mi madre se fue. Y se quedó el calendario
y se quedó el veintiséis de enero, con un redondel marcado
y con su último hálito.
Todas las noches, la Mota se colocará su negro manto;
y tu pelele se subirá en su egregio altozano,
a los verdes álamos contemplando.
Tu semilla pervivirá en aquellos que te amaron;
y la gente recordará tus encuentros pasados;
y desde de aquella alcoba, y en aquel sillón acomodado,
tu espíritu se desgranará en el rosario diario…
Y mi madre se fue; y el muñeco se vio solo, sin compaña, ni súplicas
fervorosas ni promesas escuchando,
sólo, con la sombra de tu rostro último y lánguido…
Y se quedó blanco el calendario.
Y mi madre se fue. Y se quedarán las aguas sin el barco,
juguete y maternal regalo.
Y de hielo quedó seco el césped del lavadero en el verde patio,
la colada manual recordando.
El pozo común de la casa del cura, la vaquería urbana
y el balcón de la calle del Rosario.
Y, no se escuchó el toque de aquel templo,
ni los desvelos cómplices ni los anhelos cofrades de su amado.
Y mi madre se fue. Y siguió a su Cristo desde el cielo azul y cándido.
Por sus hijos, sus familias y sus nietos reclamando,
Y resonaron las campanas del sanjuanero campanario
sus muchas promesas pregonando,
y resonaron sus ofrendas filiales de plegaria implorando
entre novenas patronales y septembrinos quinarios.
Y mi madre se fue. Y dejó el timón de su dulce mando
ofreciendo sus manos de su talante solidario
y su desvelo por todos propagando.

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