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eneralmente,
las visitas a los monumentos o conjuntos históricos quedan reservados a todo lo
que sobresale por encima de ras de tierra. Como si no hubiera aspectos
constructivos subterráneos dignos de consideración, o no se hubieran utilizado
las entrañas de las antiguas ciudades por las civilizaciones más antiguas. No hay
por qué preguntarse que el hombre vivió en el mundo de las cuevas antes que levantaran
viviendas de adobe. Este es el caso de la ciudad amurallada de la Mota, donde
no hay rincón que se libre de encubrir un sitio oculto. Hay cuevas en tono a la
parte alta de las faldas del cerro que se adentran a los más profundos avernos;
hay pozos que se ramifican con galerías subterráneas por el sitio menos
esperado en sus arrabales; hay aljibes y depósitos cavados en la roca misma o
construidos en conjunción entre la roca y la labor humana. Y, no sólo la
arqueología puede facilitar un buen plano de estos aspectos ocultos, sino que
abundan las leyendas que se desarrollan entre oscuros pasadizos, galerías
ocultas y minas abandonadas.

Subir
a la medina de la Mota no siempre se salvaba con una buena entrada a través de
una calle o camino bien arrceifado. Más frecuente era que los vecinos se encaramaran
por las galerías de las cuevas adosadas de sus viviendas, que servían de bodega
o despensa, pero, que, en momentos de emergencia o ataque bélico, se convertían
en la trocha más rápida para alcanzar la plaza de armas o el refugio más
insospechado. Incluso, en la última guerra civil hubo cuevas que sirvieron de
refugio ante el ataque de los aviones. Este es el caso de las casas de las
Entrepuertas que, a lo largo de la muralla del Trabuquete, se comunican por la
hueca roca de sus cuevas con la parte superior, aunque muchas actualmente hayan
desaparecido por efectos de la mano del hombre o de movimientos sísmicos. Quedan
algunos restos en las tiendas adosadas junto a la torre de la Justicia o de
Santa María, por la que se ascendía a través de la escalinata del segundo piso
a una oquedad que se estrechaba en su parte final.
Han desaparecido muchos
pasadizos ocultos en torno al recinto del Albaicín alcalaíno debido al derrumbe
del año 1581.Pero algunas
se mantienen vigentes en el caso del pasadizo de la Ciudad Oculta de la Mota.
Debía partir desde las afueras de la muralla tercera del Arrabal Viejo en
dirección a la misma puerta del castillo de Aben Zayde. y encaminarse por entre adarves cubiertos,
pasadizos subterráneos, reutilización de antiguos escondrijos de la roca
originados por los movimientos telúricos del mar de Thetis y la construcción de
escaleras ocultas y secretas de las mansiones militares, en este caso de la
Torre del Homenaje. No es de extrañar que estos pasadizos, y, éste en concreto,
perviva como una etapa de la conquista de la ciudad o se convierta en leyenda de
sus moradores. En cuanto al dato histórico nadie puede cuestionar que este
pasadizo subsista porque no era sino un camino secreto que se dirigía a un pozo,
que aportaba el alimento vital del agua a sus moradores; por otra parte,
externamente, se escudaba en formar parte de la barbacana y de la coracha como
avanzadilla del castillo de Aben Zayde para proteger aquel pozo del altozano.
Por eso, en 1341, el rey Alfonso XI se valió del artilugio de raptar un morador
de Aben Zayde a través de su adalid para que le desvelara el secreto del camino
interior del Huerto de la Moriana. No puede olvidarse que el agua es un
manantial de salvar vidas como alimento de sus moradores (de ahí que “castillo
sin aljibe, enemigo dentro”) y da lugar a muchas leyendas que se enredan en los
romances con damas moras que bajaban por agua para sus familiares enfermos. Se
les puede llamar Cava o Fátima; en el caso de los alcalaínos asimilaron sus
mujeres con el amor de don Rodrigo. La historia andaba `por otros derroteros
que se surtía de la imaginación. A Cava se le podía buscar un hermoso capitán
que se enamoraría de ella, o se le podía vengar con la muerte a manos de sus
padres; o incluso sus propios familiares podían ser víctimas de la locura y
podían montar su propio cadalso. La leyenda puede transformarse en una cruzada,
en la que sirve de modelo para la integración del mundo musulmán en territorios
cristianos, se convertía al cristianismo por el amor del capitán, se casaba en
la iglesia principal y, sin datación documental, vivieron felices y comieron perdices. Este pasadizo no debió ser único, incluso, no
pudo quedar como un hito histórico, sino que salvar la altura por otros
procedimientos que no fueran los normales, se solían explorar.

No extraña que
en torno a la muralla del Gabán se encubriera un cañuto, una calle de
descendida oculta que permitía que subieran los vecinos de los barrios nuevos a
la medina. Muchos pasadizos han desparecido y solo han quedado en la leyenda.
Es el caso de la leyenda de la Mina que muchas personas hacen enlazar la torre
de la Cárcel con los Llanos a través de un pozo que se denomina La Mina. Aquí,
la arqueología nos hace topar de bruces con la palpable realidad de que la
comunicación quedó interrumpida y el inicio del pasadizo se queda en una simple
mina de un pozo. Pero hay quien lanza la hipótesis que no debía ser la primera
estructura fortificada, como se contempla hoy día ya reconstruida en tiempos de
los cristianos.
No son los pasadizos
las únicas partes subterráneas que se conservan, hay neveros encuadrados en un
contexto del mundo mistérico de la edad de los metales; pozos de depósito de
material variopinto en el patio de armas, cantidad de aljibes musulmanes y
cristianos. Es una obra de insigne ingeniería los aljibes reutilizados como
osarios del cementerio de la Mota

del siglo XIX y mitad del XX, y cubiertos por
los pisos altos de la Casa de los Cabrera. No son una excepción, en la propia
iglesia se multiplican los pozos, aljibes, pudrideros, mausoleos, criptas
subterráneas y algunas obras de ingeniería hidráulica se remontan a la época
romana. Y lo interesante para el viajero que su contemplación no está vedada.
Se recorren, se palpan y remontan a otros tiempos.
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