Hay
personas que, tras su muerte, se resume una tipología de comportamiento social
muy frecuente en estos lares del Sur. Me refiero a aquellos que vivieron en los
albores de la primera democracia truncada por el golpe de estado de 1936;
aquellos que tuvieron que soportar la miseria y pobreza humana debido al
sufrimiento de sus padres en cárceles por
haber sido acusados del delito de pertenecer a un sindicato o partido
republicano; se alimentaron con las cartillas de racionamiento, la recolecta de
los frutos del campo-tras la campaña de
la aceituna- o de la casa furtiva del hurón, con lo que peligraba su vida, ya
que podían dar con sus huesos en aquellos insanos presidios de los Juzgados del
Partido Judicial; aquellos que
trabajaban sin cumplir la mayoría de edad, segando de sol a sol,
vendimiando hasta el anochecer y recogiendo remolachas o patatas en las vegas
ribereñas, aquellos que vieron su
salvación un día al coger sus maletas de madera y al
emprender un nuevo destino en tierras de emigración de la península
ibérica, América o Europa.
Antonio Deliche López recoge este perfil
humano, al que tan sólo habría que concretar con su padre víctima de la
represión de aquellos tiempos , en los
que las acusaciones se hacían realidad
en fallos ejecutorios sin más testigos que por oídas; un perfil que me el recordaba, en muchas
conversaciones, reviviéndome el arte de la caza de los animales durante la
noche, cuando se encontró ocasionalmente con la partida del lector de Julio
Verne ( y pasó más miedo que vergüenza al ser amenazado por aquel jefe
corpulento de ristra de balas en el pecho,
si desvelaba el secreto del recorrido de aquella cuadrilla); un
perfil humano que se hizo agricultor
autodidacta con alma de hortelano y protector del mundo de la pajarería ( lo
que rellenó , durante muchos años de su vida) en tiempos de la jubilación,
cuando le dejaban alguna parte de un peculio para plantar las patatas, y
legumbres que completaban el sueldo de su corta jubilación. Antonio completó
perfectamente su perfil de buen trabajador en Bilbao donde desarrolló varios
oficios hasta acabar al mando de un volante, lo que le hizo relacionarse con
muchas personas, allí tuvo varios hijos y una familia numerosa, que,
desgraciadamente, quedó reducida en dos hijas, ¡ con lo que duele la muerte de
unos hijos en la flor de la vida! Y, Antonio regresó a su tierra, y se convertía en el modelo de emigrante que
reclamaba la Junta de Andalucía, abriendo las puertas a muchos andaluces que
habían emigrado a otras tierras y querían terminar los últimos años de su vida
con los suyos. Lo hizo con su esposa, Ángeles, una matrona generosa de las
muchas que existen en Alcalá, una mujer forjada en el sacrificio de la
orfandad, porque su padre Domingo Muro Ruiz, él último alcalde alcalaíno de la
República había sido fusilado al acabar la guerra, y todos sus hijos debieron
labrarse su vida en medio de la más dura adversidad.
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En Jaén , monumento de la memoria histórica |
A
su regreso, fueron sus años gozosos para este matrimonio, los de su retiro desde mirador de las calles del entorno
de la Corredera, ( mientras se sentía feliz cuidando su huerto, engrandeciendo
su casa con la numerosa presencia del mundo de la ornitología, y su esposa daba todo lo mejor de sus cualidades en la
escuela de adultos ejerciendo de actriz en obras inolvidables como “Cinco Horas
con Mario” entre otras). Fueron los años
de una entrega sin igual en el compromiso por la casa de todos, haciendo de
conserje, siendo mayordomo de los
encargos de sus jefes superiores y colaborando con los compañeros en todas las
tareas que implica el cotidiano quehacer y la maquinaria de una agrupación
política (¡ con qué cuidado rellenaban los sobres de las candidaturas de los
comicios!) Pero, llegó el día en el que la calle del barrio de la Torres Bermejas
se le convirtió en una cima del Everest, o el día que su corazón no recogía más
aire que el artificial de las máquinas oxigas, de tal modo que no podía valerse
de su motocicleta para ir a la casa que tanto amaba.
Allí se
mantuvo encerrado durante los últimos, entre
recaídas y recaídas de salud, con la fuerza que la naturaleza da los
sufrientes y con el acompañamiento de su
esposa e hijos. Un ramo de flores fue lo último que se quemó junto con sus
cenizas. Bello símbolo de los restos de un fuerte hombretón que tenía un corazón muy
resistente, pero siempre ayudado
del abrazo generoso por la entrega
vaciada de una esposa extraordinaria.
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