DESDE EL MIRADOR DE LA TORRE DE LA DEHESILLA
Resulta arduo
subir desde la carretera de Villalobos hasta los repetidores de telefonía y
encaminarse por el camino de la loma de la
Torre de la Dehesilla. Una vez traspasado el camino de las Solanas, parece
más cómodo el caminar y la vista se extiende a derecha e izquierda entre
olivares y algún que otro encinar. Te atrae, poco a poco, esta
torre gótica, atalaya esbelta y coqueta como si fuera una dama de un
caballero homiciano. Al llegar a sus pies, resuenan los mensajes transmitidos
de recuas de playeros, las avanzadillas de moriscos de Íllora y el paso de
afectados de las pestes y epidemias. Como si fuera la parte superior de una
cabeza humana, por el sitio que mira a
la ciudad de la Mota, se divide en suertes de cuatro a seis fanegas, que
parecen conquistadas a un monte bajo, antaño de encinas y matorral, y hoy de
olivo picual; en su parte baja, abunda el cereal y algún que otro huerto sustituyendo los suelos linderos de un
extenso descansadero de animales y una era colectiva y comunal. Actualmente, una población dispersa de segunda residencia
en torno a la variante viaria de índole nacional ha sustituido aquel corral de
los animales preparados para las
carnicerías públicas y para
la doma de caballos y yeguas.
En
la Ddehesilla se escenifica el paso de la ganadería a la agricultura entre los
vecinos de Alcalá la Real. Y se asiste a la puesta en escena de los primeros
pasos de la industrialización comarcalPues, se topa uno, sin darse cuenta,
con el rótulo de la calle Industria, que responde a los primeros asentamientos del sector secundario que,
por los años cincuenta del siglo pasado, modernizaron la ciudad de la Sierra Sur tras el adelanto de la industrias agroalimentarias de
principios de siglo XX. Cercanos al
Llano de las Aves Frías, se yerguen dos hitos de la historia económica de Alcalá
la Real, dos formas de entender la economía, la del modelo empresarial y la del
cooperativista. A saber, Condepols y la Cooperativa Metalúrgica de San José
Artesano. Ambas han resistido reestructuraciones, reflotaciones, recortes,
crisis, crack, y una historia difícil de batallas ganadas a los banqueros, a los
accionistas, a las tentaciones de los socios y, sobre todo, al mundo financiero
y del capital, que no valora el humanismo de sus productores frente a la ganancia anónima del dinero. Son un ejemplo de resistencia obrera y de
testimonio de quijotes productores que han sobrevivido a planes provinciales y han superado los
embates y envites del mercado. Han extendido sus productos a los rincones más
lejanos de nuestra tierra, en el mundo y en muchas ciudades españolas. Han sabido
adaptarse además a los tiempos más penosos: la primera cambió de las redes y de
las
maromas de la pesca marítima a
las enormes sacas de contenedores
pasando por los fardos y otros productos derivados del polipropileno; la
segunda creó un equipo excepcional de trabajadores expertos en el tratamiento
del metal, rejería, aluminio y
calderería reclamados en muchas obras y servicios.
Desde la
Dehesilla, se asoma la nueva ciudad que se ensanchó hacia el Sur,
prolongándose a extramuros, en las
afueras del casco histórico. A expensas del sector de servicios, el cerrico de
Vilches recogió el cementerio de la ciudad fortificada de la Mota; entre la Cruz de los Muladares y la cruz de los Blanquitos, nacieron los barrios de la Tinta, la Quinta,
Belén, San José Obrero, Iberoamérica, Salvador, Cuesta del Cambrón y el
Camino del Cementerio Nuevo. En este solar urbano, se experimentaron los diferentes
planes de promoción de la vivienda (desde las protegidas a la libre competencia),
y, recogieron los sudores de su trabajo
de muchos emigrantes en tierras
europeas.
Desde la Dehesilla,
se divisa una ciudad en progreso, que vació
muchas casas del recinto histórico
artístico, encerrando las cruces de los antiguos caminos como un canto de cisne
de una sociedad tradicional que se escapa
de las manos en el siglo veintiuno. Frente a la piedra y mole de las torres
históricas del fondo, se levantan la cal
y la negra pizarra de la torre de la nueva parroquia del Salvador, sobresale el
tejado del silo ya abandonado y que cambió su uso agrario por el de consumo del
ocio; duerme la Mota todas las tarde en
los tejados y terrazas del Campero. Si es de noche y verano, el bulevar ha
fijado sus servicios junto al Centro de Salud y Deporte, la Piscina Cubierta
Municipal, un destello de arquitectura moderna en su fachada, interiores y
empleo de materiales modernos.
En pocos minutos, se ha bajado de la tranquila cumbre
de la torre al bullicioso llano, y se ha pasado del sector primario al de
servicios, y, en estos tiempos, sin dejar huella el secundario, ya que la
silueta urbana no se interrumpe con las
numerosas grúas de años pasados.
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