
Me aconteció, un domingo
de abril cuando los dos Pacos Moya, padre e hijo, acudieron a la cita matutina
de la misa de san Juan. Se hizo realidad nuestro rico refranero de que "el
agua vuelve siempre a su cauce"; más
bien " la cabra siempre tira al monte". Por eso de que su significado radica en que es difícil
vencer la querencia, porque, al final, siempre se regresa al sitio donde uno ha nacido
o a lo que ha aprendido de pequeño. Cuadra esto con la vivencia que hemos compartido en una de las últimas misas celebradas antes del día de San Juan como "anillo al
dedo". Gracias a la labor de Paco Moya, el lazarillo filial que Paco Moya nos ha hecho
experimentar durante estos últimos domingos, en los que ha subido a su padre para
compartir la mesa del Señor y celebrar
la acción de gracias por la superación de la enfermedad de su padre. Se colocaban
en el primer banco frente al sacerdote, el padre parecía como si quisiera
compartir la antigua diaconía de monaguillo, que frecuentó en su niñez ante la mirada de continua custodia de su hijo; respondía a
todo, preguntaba hasta el mínimo detalle y miraba a la imagen del Cristo de la Salud como si fuera un imán
atrayente del que no podía desembarazarse. A todos los que compartíamos, pocos
en los últimos tiempos, nos llenó de gozo su presencia. Y más aún, cuando subió
los peldaños del presbiterio y le
suplicamos que posaran ambos y, luego, el solo, ante la imagen del cristo de
San Juan. Se sentía emocionado e impresionado, rebobinaba nombres de su
entorno, de vecinos de las calles del barrio alto, como la Veracruz y Llana, de
clientes de su prestigiosa zapatería, de su tiempo de acólito, de los curas de tiempos de la
posguerra como Manuel Santiago.
Y,
al entrar en la sacristía, saludó al sacerdote, informándole de sus tiempos de monaguillo. Y lo más curioso, se le vino a la mente comentar aquel treinta de
septiembre del primer año de la Guerra
Civil. a las nueve de la mañana, a las nueve en punto de
aquel fatídico día. Fue la toma de la
ciudad por las tropas del coronel Muñoz que se
había levantado siguiendo las órdenes del general Queipo de Llano. Antes
de que las tropas de infantería ocuparan la ciudad invadiéndola desde la
carretera de Montefrío y extendiendo su asalto desde los barrios altos de la Mota hasta llegar a los de la colina de enfrente de los Llanos, una escuadra de la aviación
preparó el terreno volando desde Armilla y ocasionando un bombardeo, en el que
perdieron la vida varios vecinos del barrio de San Juan . Fue el caso del labrador
José Moya Toro, cuando regresaba desde los pagos de San Bartolomé y sufrió el impacto de la metralla; cayó
fulminado en el camino de la
Carrera de los Caballos cuando se acercaba a su casa ubicada
en la esquina del tramo tercero de la calle Veracruz dejando cuatro hijas muy
devotas del Cristo de la Salud
y su esposa Ángeles Marañón Serrano. Simón Moya, fue testigo de los hechos, este labrador, muy ligado a aquellos lugares donde predominaba el viñedo y poseía
unas eras y una pequeña viña junto a las de la familia Gámez.

En este caso
luctuoso, el testigo fue su vecino Ramón
Callejas, una familia que estuvo ligado con el mundo escatológico ya que tocaba las campanas de la Mota y elaboraba las lápidas del cementerio, . Al día siguiente fue enterrado en la zona Nuevo Z 1º de
los nichos 6 y 7 del cementerio de la Mota , en medio de las
patrullas de defensa integradas por las tropas de Infantería y de Patriotas
Españoles junto con las otras víctimas del bombardeo. El enterrador los recogió en el libro de
registro de cadáveres de la mota y en el registro se aludió como causa de su
muerte " asfixia por derrumbamiento consecutivo de bombardeo aéreo".

Paco , últimamente, no falta a la cita
dominical ni al encuentro tras la misa, raro es el día que no me aporte algún
detalle nuevo de su biografía y de su devoción
por el Cristo de la
Salud.
El barrio de San Juan deja huella marcada a
todos los vecinos, nunca le faltó una vela ni la devoción al Cristo de las
senagüillas, como le llamaba Antonio Urbano. Menos aún , una plegaria y un te
Deum compartido. Este es el caso de Paco Moya, que fue atraido de nuevo por el agua que volvió
a su cauce.
Me encanta todo lo que cuentas y me ha gustado ver a Paco Moya, lo bien que está, y Recuerdo a Andrés el ciego. Pues mis abuelos Vicente el sereno y Milagros la dulcera, vivieron muchos años en la calle Trinidad. Todos los vecinos de ese barrio formaron parte de mi infancia y los recuerdo con mucho cariño.
ResponderEliminarComo siempre, mil gracias Paco.
A tí, por leerme.
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