EL DÍA DESPUÉS
Hay
un sentimiento popular de fijar o
establecer una fecha, que sirva de frontera o límite para acabar una etapa y
emprender una nueva, con más fuerza e
ilusión para superar el abatimiento y el desbordamiento actual. No hay que
buscar orígenes profundos, porque como simple razón vital la muerte separa dos momentos fundamentales de una persona; o un
dígito al final de un año abre un nuevo
decenio, lustro, un siglo o milenio, y
parece como si inaugurásemos una nuevo modo de ser o un modelo diferente de sociedad. Y,
abundando en este sentimiento, las
propias horas del día se separan con el
mediodía, y, haciéndose uso de los latinismos refinados, colocamos A.m. o P.m.
para reflejar los momentos matutinos o vespertinos.
Parece
como si hubieran quedado muy lejos los
años de las vacas gordas, cuando andaban por sus reales el desarrollismo a
ultranza y el ansia de convertirse en ricos (teniendo como exponentes de aquellos
tiempos la ostentación de poseer varios
vehículos, dos o tres viviendas y el derroche de un sobredimensionado bienestar
que se manifestaba en el lujo y el
aventurismo sin cordura). Hemos quedado sumidos en el agujero negro, más profundo
que los de los sistemas estelares, porque no se le ve punta al lápiz por más
que nos afinen las cuentas, redoblen los
recortes y retrocedamos, cada día más, en los derechos básicos de las personas
más vulnerables. Como el maná de los israelitas, se asiste a un deseo de cambio profundo y llegar a la tierra
prometida, donde se rompa con todo lo que significa una etapa que
convendría arrancarla de las crónicas de
España.
En
medio de esto, la crisis con el sentido etimológico de este étimo griego, nos
ha servido como el vocablo más apropiado no sólo para definir este momento, sino también como actitud
personal y colectiva para “ separar, elegir o distinguir” la paja del
trigo, lo banal de lo esencial y los fundamental de lo accesorio; y añadimos,
siguiendo sus diversos matices de su campo léxico, la idea de explicar y resolver para siembre la duda entre la ficción, en la que estábamos inmersos, y la pura y dura
realidad, en la que nos habían sumido el neoliberalismo y el egoísmo
imperante.
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