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EN IDEAL. LA HOYA DE CHARILLA
LA HOYA DE CHARILLA
Al paraje de la Hoya hay que
encontrarlo. A pie o en coche, da igual, por camino o carretera, por senda o
veredas, pero el esfuerzo es vertical. Si alguien intenta dirigirse a la Hoya
de Charilla, puede hacerlo por diversos itinerarios o senderos. Desde Frailes,
por la carretera que se dirige a
Valdepeñas, y, desde la cercanía de los
Llanos del Ángel, se adentra una carretera que conduce a este paraje natural de
gran belleza; si lo hace a pie, desde
Santa Ana sube por tierras de la Carraca, y, dirigiéndose hacia Charilla
entre la Celada, cortijo del Ángel y de la Cruz por los Collados, por
una senda de pronunciada pendiente, se adentra
en un paraje agroganadero, con una tierra cultivada, restos de la
actividad ganadera, corralones y parajes
de una arboleda de quejigos, encinares y
monte bajo, el agua escasea y aparece en alguna fuente seca en verano; y la ruta más conocida, la que parte desde Alcalá la Real o Castillo de Locubín, a
través de la antigua variante de la N-432, se llega a la carretera
provincial JV 2264, y tras, parar en
Charilla para recuperar fuerzas, por una carretera municipal, un antiguo camino
asfaltado en los años ochenta del siglo por el IRYDA, permite el acceso tras un
trayecto de más de siete Kilómetros, tras pasar por los pagos de la Dehesa, el
Cementerio, e. portillo de Alcalá, la Lastra y adentrarse en un terreno cada
vez más marcado y agreste. Hasta al automóvil, esta vía se le resiste, entre
cuestas con gran desniveles, curvas y pronunciadas pendientes, donde solamente
se permite la relajación tras el ascenso al portillo de las Alhucemas. Pues, es
un elevado y privilegiado mirador de
toda la comarca de la Sierra Sur, desde donde se divisan las tierras que se
extienden desde la Nava y Acamuña hasta
los Tajos de Charilla, desde la
Martina hasta los Pedregales.
Esta
atalaya natural se envuelve entre olivares y predios ganaderos, y otea a sus pies la zigzagueante vega del
Guadalcotón entre arrañales y canteras, contempla tierras de olivares del entorno de la Fuente del Gato, Robledo y la Lastra y se adentra por los cortijos de
los primeros colonos en tierras castilleras, donde sus paredes recuerdan gestas
de monfíes, bandoleros, gente de la
Sierra o maquis de la posguerra.
La Hoya es
una tierra de conquista humana a la naturaleza. Desde lugar casi inaccesible a encuentro de caminos,
hoy carreteras municipales y asfaltadas, entre los términos de Frailes, Valdepeñas,
Castillo de Locubín y Alcalá la Real. Muy remotos son los tiempos de los siglos modernos en los que el
corregidor y los miembros del cabildo municipal fijaban los mojones de los términos entre las anteriores poblaciones,
colocándolos en el Majanillo, los Collados, la Huesa de los Enamorados, de la covezuela
de la Manseguilla de la Peña y el del camino entre el camino real de Valdepeñas
y Jaén, y en medio de todos ellos el de la Peña Bermeja, que era como se llamaba
en el siglo XVI. Se reservaba a la primera conquista humana de los ganaderos, a
las dehesas comunales, a los recursos cinegéticos y a
una vía de comunicación por tierras de evadir las rutas tradicionales. No era
un terreno que se reservaba al encinar y al monte bajo, sino que los quejigos,
el fresno, la coscoja, la cornicabra y los robles proliferaban para señalar las
cruces de términos. El espliego, el tomillo, el romero y los arbustos más
aromáticos se emplean para la medicina artesanal y como condimento de las
carnes a la brasa. Dos siglos después, la Hoya cambió el
primer epíteto cromático de bermeja, sin lugar a dudas por el
asentamiento de una alquería musulmana, y
se convirtió en Redrada, un adjetivo que
contiene la aféresis de su primera
sílaba a lo largos de los documentos alcalaínos, y alude a su segunda
conquista, la del movimiento roturador de la Edad Moderna, cuando las zonas comunales se reservaron en favor de los
vecinos de Alcalá la Real y el Castillo, en medio de trances y suertes que
ocuparon pastores y agricultores con chozones y viviendas de retamizas. Y, en este tiempo de la Ilustración, esta
tierra comenzó a un nuevo periodo de expansión poblacional disperso, que
alcanzó su primera población estable en tiempos de Madoz. Un momento en el que llegó a formar un núcleo rural en torno al núcleo rural de los cuatro cortijos
de la Joya, como le gustaba llamarse a sus vecinos olvidando que eran una depresión entre los cerros del
Marroquín, Rompezapatos y Martina, configurando un valle donde corrían las aguas de
una fuente que no surtía siempre de aguas.
Pero culminó, a mediados del
siglo XX, con nuevas conquistas sociales, fue sede del ayuntamiento republicano
en la retaguardia durante un mes d la Guerra Civil, aumentaron las viviendas
rurales hasta alcanzar en todo su entorno las cien familias, el maestro comenzó
a ser presencia en este diseminado (desgraciadamente fue sitio de docentes
desterrados en los años del hambre), un pequeño oratorio se levantó para
celebrar a la Virgen de Fátima en el mes de mayo hasta que los nuevos tiempos la
trasladaron a principios de septiembre y un lavadero a mediados del siglo XX;
llegaron los progresos, la luz, el asfaltado de la carretera y el telefonoro a finales de los ochenta del siglo
pasado.
Actualmente, la Hoya olvidó su primitivo
nombre de Redrada y se convirtió en la Hoya de Charilla. Es un rincón apetecido
por los amantes de la naturaleza, a
siete Kilómetros de la aldea que le da nombre y a otros cuatro más de Alcalá la Real, atrae a turistas de tierra adentro senderistas y se yergue como baluarte de la
tierra vacía, ofrece el paraje de los
que ejercitan en el bucolismo, o de los que ansían compartir las vivencias del poema de Beatus ille qui procul negotiis. En la Sierra
Sur, es un solaz de abandonar la rutina , y de disfrutar
de la belleza de sus campos o de gustar de sus gastronomía en el Hostal
de Sierra Martina, rodeado de la Martina (1.558 m.), Rompezapatos (1410) y el Marroquín ( 1553), donde abundan los
Títiros en medio de un paisaje arcádico de la Sierra Sur. En la ruta hacia los
Llanos del Angel se comparten las huellas ovinas de la vida ganadera con sus apriscos en las cuevas, y los
arroyuelos con las minas abandonadas; en la ruta de los Collados, los
abrevaderos economizan un aguas
estancada para las cabras que se reservan para los quesos artesanales, y, sus
casas son testigos de unas familias que, incluso, dieron vida a personajes como
el famoso deán Mudarra; por carretera, se topa con una arboleda de grandes troncos y con casas abandonadas, que
recuerdan las leyendas de embaucadores, espiritistas y fantasmas, y por veredas
las cuevas se transformas en archivos de cuentos orientales, relatos de
triángulos de amor y de narraciones de ficticios tesoros. Todavía, la
vegetación mediterránea se cubre con torviscos y rosas silveltres, lirios
blancos del campo y jacintos naturales
en medio de una presencia testimonial de actividad agroganadera. Actualmente,
viven apenas pocas familias, que mantienen sus lazos con su lugar de origen, y
algunas han desarrollado algunas propuestas de
turismo rural, porque en estos lugares se prestan a ser un sitio
estratégico para visitar rincones turísticos de las provincias andaluzas así
como de disfrutar el encanto de la naturaleza lejos del atjetreo urbano.
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