
Parece que, en Charilla , sucediera algo así como si se entablara un bello diálogo de amor entre sus aldeanos y la tierra, un diálogo de orgullo entre el ser y el ensueño, un bello vínculo que se parece a todos aquellos enamorados de la poesía, el mismo que cantaba Ben Jakán, poeta charillero, cuando lo hacía con estas bellas palabras:
Me perdí, y
dejé mi continencia en el desierto;
Y monté mi
gozo a rienda suelta.
Me ofreció la
rosa de sus mejillas,
Y la
recogí con la mirada sin pecado.
Quise
abstenerme de su amor, pero no pude,
Mostrándole
seriedad en medio de la broma.
Y dejé que mi
corazón fuese, por el ardiente afecto,
Como un ave
con la que vuelan, sin ala, los deseos.
Por eso, no es de extrañar que los charillero
s siempre se ufanen de que han nacido en esta tierra, y Charilla sea su escudo y honor, su tarjeta de presentación en muchos lugares de España, porque esta tierra ha dado muchos frutos. Ya hace ciento cincuenta años, de esta manera nos la describía bellamente el ministro Madoz en tiempos de Isabel II:

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