EL SOLDADO DEL
SANTO ENTIERRO DE CRISTO, UN CARTEL DE
1784
Primera parte

Vivió en la calle
Rosario, muy cerca de las iglesias en las que se desarrollaron sus
actividades cofrades, entre el convento del de Nuestra Señora de
los Remedios, subiendo la calle Real llegaba al convento de frailes de la Observancia de San Francisco, y la iglesia de San Juan, de modo que por la misma calle Rosario
ascendía a su parroquia de Santa María Mayor, que disfrutaba su sede vicaría durante estos años.
Sobre su laboral, por el testimonio de sus mandas y encargos testamentarios, se veía que debía haber sido un buen labrador, ya que había labrado las tierras
de la capellanía del labrador Francisco Márquez. Consistía en un peculio de cuatro
fanegas y media con su lagar y dos fanegas de tierra calma en el pago del
Rosalejo, a la que se añadía aranzada y media de viña torrontés, alguna que
otra de albillo o albarillo, y unas cepas de todos vidueños. También gozaba de un
solar junto a la iglesia de Santo Domingo de Silo, más bien un solarín, porque
el barrio antiguo estaba prácticamente abandonado y allí cultivaba algunos
alcachofares, espinacas, acelgas, tomates de secano y unos almendros.

Tampoco olvidaba la práctica piadosa del Vía
Crucis, ya no se acordaba del que se había levantado en la Cuesta del Cambrón,
sino que lo practicaba, simulando a
Jesús cuando subía al barrio del Calvario, donde, desde mediados del siglo
XVII, se levantó la primera estación con su cruz. Esta señalaba como hito el recorrido desde el final de la calle Peso Viejo, junto a un oratorio, donde se veneraba un cuadro del Señor del
Ecce-Homo, una capilla sencilla, de cúpula de media naranja, que invitaba a
proseguir el camino del Calvario, como se llamaba el barrio, y luego de
las Cruces, por las catorces cruces de las estaciones. Se detenía en algunas estaciones, que se habían horadado y habían formado una pequeña urna en la roca de las faldas de los
Tajos, donde habían introducido la escena pasional. Cuando regresaba de los Llanos, siempre lo hacía en la ermita de la Verónica, otras veces, mientras rezaba un padrenuestro y avemaría, leía detenidamente en otras peanas: "Aquí cayó por primera vez... por segunda vez... por
tercera vez...". Y, un poco sudoroso y casi sin aliento, se paraba finalmente en el
oratorio del Santo Sepulcro, donde albergaba otras imágenes como la de san
Judas, a los pies del molino de viento de los Llanos. Contemplaba la
ciudad, señalaba su casa de la calle Rosario, el ayuntamiento, los conventos y
regresaba por los rincones con olor de romero, entre cuevas
de pastores y almendrales, y por veredas
que daban a los huertos de los vecinos de los barrios altos con
solarines. También le venían a la mente la leyenda del corregidor y la muerte
que se encontró mientras simulaba un encuentro amoroso con una dama con toga negra envolvente.
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