Desde el mirador del Antiguo Convento de Nuestra Señora del Rosario al
rincón del Ecce-Homo (I)
He conseguido subirme a
una azotea de una casa cercana al 
antiguo  convento dominico de
Nuestra Señora del Rosario. Me he provisto de prismáticos modernos y de
binoculares de principios del siglo XX. 
Me he recreado  en un vaivén de
imágenes que me han hecho revivir la diacronía de la memoria histórica de  un barrio, que paso de ser el eje de Alcalá
la Real a convertirse en el fiel 
testigo  profundo  de la esencia alcalaína. No se puede
pedir  más a un barrio  que mantuvo, durante muchos años, y en parte
mantiene, el ayuntamiento, la cárcel  y
la casa del corregidor  en una de las
primeras  casas de Alcalá la Real, el
templo de la Patrona desde la retirada de los franceses allá por 1812, el
mercado de la ciudad  y el foro o
con  un espacio público de ocio para  la ciudad. Pueblo y polis. Justicia con
Premio  y Castigo. Religión y fiesta de
toros. Sin olvidar que, en siglos pasados,  la enseñanza estuvo presente en algunas casas
de los hidalgos  alcalaínos  y , el ciclo secundario, en los dos
conventos- el de San Francisco y el de Santo Domingo .  Mi 
vista se dirige de inmediato a la prolongación de la calle Real,
siguiendo el Juego Pelota y, a través de los antiguos empedrados escalonados,
hacia el oratorio del Señor del Ecce-Homo, con su cruz y la representación de
la primera estación  del Vía Crucis que
se escalonaba hasta la cima del cerro de los Llanos, envuelto en una salmodia
de plegarias, oraciones y  pasos del
calvario.  La ermita ya no refleja, desde
su interior, el resplandor amarillento de aquel marco dorado que encerraba una
lámina de grabado de Ecce-Homo. Desde los años sesenta, el bueno de Saturnino
López Pérez, emparentado con el maestro Manuel de la Morena, se trajo para su
tierra esa imagen  de la escuela barroca
granadina, que mejor representa la presentación de Jesús ante el Pueblo tras
ser condenado por las autoridades judías. “Ecce-Homo, he aquí el hombre”  clama entre la negra  reja de hierro y el arco  de medio punto que abre el oratorio a los
vecinos para la plegaria diaria.  Ecce-Homo que recuerda a nuestro antepasado
Pablo de Rojas o algunos de sus discípulos como los Mena con  su policromado y estofado  entre el color púrpura de su manto y la
blancura  de su carne macerada y zaherida
por los azotes. Majestad de cetro dorado en contraste con la  dura corona de espinas.   Gran acierto tuvo aquel vecino de este
barrio, maestro de obras y  alarife o
fontanero municipal- este era el nombre que se otorgaba a los que cuidaban de
la infraestructura de la ciudad-  que, a
mediados de siglo, salvó lo que pudo en medio de muchos edificios artísticos
que se declaraban ruina inminente y se sustituían por el mundo del ladrillo y
de las alturas descompensadas. Aquel Ecce-Homo salvó un rincón  único de nuestro pueblo que atrae en
primavera a vecinos y forasteros, cautiva a los enamorados  con sus leyendas y  goza en los primeros días de mayo  con  el
ágape de la gastronomía local. Y, bajando 
las nuevas rampas que simulan empedrados sofisticados granadinos, los que
 sustituyeron a los antiguos
tapiales-como se llamaban los empedrados de piedra ígnea “ ijena”,  claro para nosotros-,  los 
cuerpos se  enredan entre macetas
de geranios colgadas en las blancas fachadas y los apliques de calderos de
cobre gitano mientras se degustan los caldos del país y  la matanza alcalaína, hasta llegar al extinto
edificio de la  Tercia, lugar donde se
recogía el diezmo de los cereales para entregar un tercio a la Abadía y el
resto a la Capilla Real de Granada. Todavía la retina nos  retrotrae a  un edificio de piedra de cantería, donde
se  encerraba, en tiempos abaciales ,  en grandes trojes  los esfuerzos 
de los campesinos  y  de los labradores. La piqueta no fue contemplativa
con este edificio  sino que se
metamorfoseó en una de las primeras viviendas multivecinales , que era, para la
nueva clase media,  un motivo de orgullo
, allá por los años sesenta y setenta del siglo XX.  No le gustó a los nuevos tiempos  cambiar su fachada  blanca andaluza de la Monarquía del  Antiguo Régimen  con 
edificios del modernismo y el regionalismo  de los bellos edificios  que circundan a la farola que hace  rotonda- algunos reclaman una intervención
inmediata antes de que el cisne entone su canto de lamentación. Bello rincón
enmarcado con la torre y fachada sur de la iglesia de Consolación , la entrada
de las calles del tinajero  Antón de
Alcalá, las Parras y el carpintero Espinosa, donde se sirve la cocina del lugar
afortunadamente muy bien conservada por las manos de la familia de  los Góngora y los Daza. Los primeros  han abierto las puertas  de su establecimiento en una mansión que
recuerda el mundo de los emigrantes franceses, porque han restaurado y
rehabilitado con buen gusto una casa que recuerda la mano dadivosa de Pablito
Batmala, a la que acudían los pobres de solemnidad para recibir el real de
plata o la alcuza de aceite de un hijo de un francés afincado en tierras
alcalaínas como lo eran los vecinos de las casas de más abajo. Los Camy y  los Miqueu. Este rincón siempre fue un lugar
de artesanía por excelencia donde la carpintería antes de los Murcia, ahora de
los Hidalgos, destacaban en el mundo comarcal. Un lugar que tiene nombre
deportivo, porque en sus paredes jugaban los niños a la pelota con influencia
vasca, el vetusto frontón que despareció de tierras andaluzas y en muchas
paredes alcalaínas como el antiguo Pósito de la Mota o en el primer recodo de
la calle la Peste donde  jugaban con
bolas trapo y un palo-corto, largo, cesta, paleta, lo  que desconocemos.-  que le servía para darle más fuerza al
lanzamiento. Y la vista se  nos queda en
los edificios modernistas que sustituyeron, a principios de siglos XX, las
recatadas y blancas fachadas andaluzas. Pero, el mirador se ha saturado por
este año y se hace de noche. (continuará).  
   
 
 

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