Se celebraba, a principios de
mayo, el día de los Trabajadores. Unos lo celebraban, y celebran, hace años, calificándolo
como la fiesta de san José Obrero; otros
la incardinaron como el Día Internacional
de los Trabajadores , o Uno de Mayo, en defensa de su dignidad basándose en la
efemérides y homenaje de los Mártires de Chicago. A todos, les mueve resaltar
al trabajador-por su lucha en sus conquistas sociales, laborales y políticas-
frente a la exaltación del proceso
laboral como un puro objeto de
manipulación económica, de usar y tirar, comprar y vender, o de dígito, simple y
puro, de la contabilidad financiera y comercial. En nuestra comarca, por siempre
muy festiva, salvo contadas ocasiones,
nunca se ha reflexionado sobre el significado de tan sublime Día; pues hemos
reservado esta efemérides al cultivo de nuestros huertos familiares- otra forma
de honrar al día del trabajo-; o la hemos reconvertido en la cadena festiva
del triduo de la Cruz o de las primeras
Flores de Mayo; y, a lo más, hemos delegado en otras personas el sentimiento de
la solidaridad sindical o las reivindicaciones laborales en medio de un clima
de tertulianos provistos de trabuquetes
antisindicalistas y de catapultas agresivas contra el estado de bienestar. Habría
que remontarse a los tiempos de las Sociedades Obreras de todas las aldeas y de Alcalá la Real,
allá a finales de siglo XIX y principios
del siglo XX, cuando los obreros acudían a grandes concentraciones comarcales
en el Pasaje del Coto o a las eras de lugares que ocupaban el sitio
intermedio entre varias aldeas. Y de eso hay constancia del sentimiento obrero con la
lectura de sus propios nombres: Esclavitud Emancipada, Defensa Mutua, la
Emancipación, Los Amigos del Trabajo, La Flor del Trabajo, Cereal…
Es
fácil, en estos momentos, responsabilizar a la herencia de una persona o a un
grupo político sobre todos los males que acontecen a nuestra
sociedad cogiendo el rábano por las hojas- que es lo más sencillo, sin profundizar sobre el sistema capitalista de
producción-; también hemos de ser conscientes de comprobar la trascendencia
futura de las medidas económicas y laborales que se están emitiendo para
afrontar un momento tan delicado en el que nos encontramos. Pues debemos
cuestionarnos si conducen a una revalorización del mundo del trabajo o a un maquillaje
y sutil cambio de mismo sistema, en el que se dora la píldora al dios del
dinero por encima de todo, como siempre acontecen en los momentos de crisis. Con pocas palabras, vivimos momentos y
tenemos la oportunidad de la catarsis, de la autocrítica y de
la proyección esperanzadora dejando atrás políticas que sean puras pompas de
jabón consumista. Pues, si esto no fuera así de sencillo y simple, “muerto el
perro, se acabó la rabia”, o, más bien, se había acabado la rabia y estaríamos
en un momento de proyección exitosa-cosa que no los estamos comprobando-.
Por eso, es el momento de todos, pero con una
nueva visión y planteamiento ante la futura sociedad que tratamos de
construir. Y, por eso, en el Día de los Trabajadores, desde la Sierra Sur
debemos iluminarnos con este mundo de atalayas que nos rodean para afrontar los retos futuros. Ni debemos
caer en la demagogia diaria de
destrucción del adversario anterior o posterior, y, más bien, hemos de afrontar como principio básico del
sistema económico el carácter sagrado del
trabajador, al que no es lícito eliminar derechos ni protecciones y debe tener la garantía de
una vida digna para él y su familia; ni debemos minusvalorar el esfuerzo de muchos emprendedores-
y digo emprendedores que se entregaron a constituir su pequeña y mediana
empresa como un trabajador más-, porque, en muchas ocasiones, son víctimas de
los enredos de los movimientos bursátiles y el capricho de las grandes
multinacionales abusando de sus horas de sueños e ilusiones; ni debemos
destruir el estado del bienestar que nos cierra el ciclo vital de las familias
con su subsidiariedad, su solidaridad reconocida y su integración de todos sus
componentes mediante la contribución proporcional
y de justicia contributiva y
distributiva de todos los sectores y personas. Como dicen algunos, debemos
favorecer la comunitariedad.
En estos momentos de reflexión sobre el mundo del trabajo, podemos manifestar que es el momento de la solidaridad con los primeros despedidos y excluidos de la crisis- parados, inmigrantes u obreros no cualificados-; es el tiempo de
la fraternidad para construir una nueva
sociedad en la que nos encuadre a todos como miembros de una familia en la que
el trabajo nos une para conseguir objetivos comunes, y, aunque a algunos les suene
a musical celestial, es el tiempo de la caridad. De la caridad que tiende
puentes, y no de la que algunos ignorantes laa descalifican con conceptos o
interpretaciones del pasado o con
comportamientos demagógicos cayendo en la beneficencia. Porque caridad
significa sobre todo amor, entrega de unos para otros, amor interrelacionado sin
nada a cambio, cosa que mejoraría
nuestras relaciones, y va más allá de la
solidaridad. Al fin y al cabo, decía Oscar Romero, “Ya basta de sufrimiento
para el pueblo. El pueblo es el primero en los sufrimientos y es el último en
ser tenido en cuenta No podemos callar
en un mundo tan corrompido e injusto. (…) . sería de veras la realización de aquella comparación
tremenda “perros mudos”¿De qué sirve el
perro mudo que no cuida de la heredad?
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