La torre de San Marcos no fue siempre una torre; era la
espadaña que culminaba un mirador con su  corredor renacentista y  adosado a la ermita de santo evangelista, uno
de los tetramorfos leonado. Esta torre, una vez levantado siglos después  su cuerpo sobre un cajón de mampuesto, oculto
por su blanquecina cal,  adosó su fingido
chapitel con su ventana para la campana y lo coronó con unos aletones muy del
estilo de los canteros alcalaínos del siglo XVII. 
Esta torre siempre rezuma una
espiritualidad  profunda, porque se
remonta a una sociedad alcalaína anterior a su historia. Tiene sangre
ganadera porque a sus espaladas se asentaron los pueblos argáricos, los de la
época de los Metales, los más antiguos de Alcalá. Y quién sabe si no se
encontraba, en este recinto apartado de los 
caminos pecuarios- el del 
Portillo Cerrado y los de la cornisa de los Tajos-, su lugar sagrado ,
luego reconvertido en mansión religiosa de cenobio cristiano  en tiempos de las conquista del Reino de
Granada. 
Esta torre son los ojos de una plaza
desde donde se contempla la ciudad alcalaína con perspectiva utópica, y, ahora
reciente y bellamente remozada, proyecta una traza singular que invita a la
ilusión de  buscar un futuro mejor para
los hombres de Alcalá. Pues esta atalaya ermitaña  rezuma 
historia,  y sangra con las  dificultades del pasado. En su derredor y en
la cuesta que culmina el caminar  hacia
la ermita, las bellas casas, en forma de vagones de un tren de tercera ( qué de
tercera , de cuarta y de  quinta del
siglo pasado) parecen los peldaños del romero que se encamina al santuario de
su itinerario  vital. Estas casas son un
claro testimonio de la solidaridad 
humana, la de la familia 
afrancesada  de los Batmala
Laloya. Esta, ya casi extinta a mediados del siglo XX,  levantó este relicario urbano como un
monumento testimonial de la fraternidad 
y de la caridad. Tanto Pablo como Clotilde Batmala simbolizan los dos
modos de luchar por la injusticia humana cooperando con sus propios medios, más
bien desprendiéndose de su hacienda personal 
para aportar su  granito de
arena  a la hora de conseguir la igualdad
de las personas. No quedaron ni insensibilizados, ni  lamentándose ni , como  simples pedigüeños, a un Papá Estado que poco
soltaba de  las tetas de la fláccida
vaca. 
El primero,  un
republicano radical, no de palabra sino de acciones, entregó su  vida 
siendo fusilado en enero de 1937 en las paredes del cementerio de San
José de Granada y, sus bienes incautados por los tribunales de las
Responsabilidades Políticas, fueron 
recuperados gracias a las gestiones de su hermana Clotilde para cooperar
con el hombre donando aquellas viviendas que alojaron a muchas familias pobres
de solemnidad, como se decía por aquellos tiempos. Su hermana era la mejor
muestra de unas manos rotas a toda regla, cooperando con todo tipo de
acciones  sociales ( en aquel tiempo
benéficas o caritativas) puso  su casa a
disposición de la ciudad para abrir un mercado que no llegó  a ser realidad, lo mismo hizo con la
instalación  para las Escuelas de la
Sagrada Familia; se desprendió de su capital para construcciones religiosas y
sociales, , cómo no , culminó su vida entregando prácticamente toda su  hacienda para levantar estas casas que
jalonan el camino de la Virgen de la Cabeza. Pablo  fue un modelo de un hombre de bien,
filántropo, altruista, agnóstico y defensor del auténtico humanismo; Clotilde,
la otra parte de la media naranja, desde la órbita de la caridad cristiana, entendida
no como beneficencia ( a lo que muchos han dado 
lugar con su  falsa interpretación
o los hipócritas comportamientos) sino superadora de la solidaridad y de la
lucha por la auténtica justicia.
La mirada de los alcalaínos siempre se dirige hacia la torre de San Marcos convocados por esa campana cantarina y alegre que redobla sin cesar en los días de fiesta de la Virgen Romera. Subir hacia este santuario siempre es una forma de gozo al contemplar desde su renovada plaza la Alcalá, en este caso, la del siglo XXI, y, siempre, una buena lección ética transmitida por la cuesta de la Virgen de la Cabeza. Y eso que nadie se acuerda de la memoria histórica de sus benefactores. Para colmo, ya no se conservan sus nombres, ni siquiera, en la bóveda del cementerio del Cerrico de los Caballeros.

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