No entiendo
en modo alguno por qué la iglesia de San Antón se ha levantado con una esbelta
torre que forma una perfecta línea aurea desde los distintos ángulos y
perspectivas por donde se contemple  con
relación al resto de la fábrica de la iglesia, sin ser parroquia. Esta
coqueta  torre, desde el siglo XVIII, ha
desempeñado las funciones de aduana y puerta de entrada, desde la que se divisaba la
llegada de forasteros a la ciudad de la Mota.
 Hasta los años ochenta del siglo XIX,
controlaba el paso  de los que recorrían
el camino de la Corte provenientes de Granada a través de los tres ojos de la
Puerta de los Arcos. Desde  allí,
diariamente, acudían los cosarios que traían los encargos  de la ciudad de Granada ( desde el terciopelo
más lujoso hasta el último fallo de un pleito de la Chancillería); los
comerciantes que traficaban sus mercancías con los vecinos de Alcalá; los  viajeros que se trasladaban a los baños de
esta comarca abacial; los presos que se transportaban desde las  tierras de interior a Granada para  cumplir las penas de prisión o y de galeras;
los predicadores que acudían a realizar misiones religiosas a los pueblos de la
Abadía  o a darle realce a las fiestas cristianas de las ciudades de las diócesis colindantes; en fin, procuradores,
artistas, abogados, militares que se alojaban en las dehesas del municipio
alcalaíno y un sinfín de pobres que recorrían los pueblos de España pidiendo
una limosa o un alojamiento en los hospitales que jalonaban el trayecto de este
camino real.  
            Pero esta
torre ha llorado y ha secado  las
lágrimas con el pañuelo de la despedida a 
muchos vecinos de Alcalá la Real. Algunos, simplemente, debieron
abandonar gozosamente esta tierra por razones familiares, laborales o
profesionales, y, el gozo cabía en este pozo, porque eran fruto de matrimonios
bien avenidos  y, a veces,  mejor 
concertados  con buenas dotes; sin
embargo  otros desgraciadamente lo
hicieron por múltiples motivos de desgracias personales o exequias funerarias. Es verdad que hubo
muchos artistas que abandonaron nuestra tierra y triunfaron en ciudades
importantes. Desde esta torre, la estatua de Pablo de Rojas (que
afortunadamente  ya la conocen  muchas más personas que un servidor, aunque
algún que otro osado la convierta en un famoso líder político del pasado) es un
claro testimonio de  la diáspora de toda
la familia de los Sardos Raxis que triunfaron hasta en tierras americanas, y,
no pasemos por alto, a toda la familia de su discípulo Juan Martínez Montañés  que, con su gubia y arte,  se convirtió en un artista universal. Pero ,
esta escultura trasciende lo  local
y  lo artístico para transformarse  en  el
mejor exponente de  muchas personas
que  tuvieron que emigrar a los
rincones  más recónditos de todo el
mundo: en los siglos de la edad Moderna, como exponente de  muchos aventureros que emigraron a tierras
americanas; en el siglo XIX, como testigo de una gran parte de la burguesía
hidalga alcalaína ya que abandonó la ciudad para asentarse en otras  ciudades, principalmente, la  de la Alhambra;  o recordatorio  de algunos 
trotamundos como Enrique Jiménez, padre e Alberto Jiménez Frau,  que hicieron sus pinitos en las primera
industrias de la capital malagueña.; y en el siglo XX,  como monumento de la memoria histórica,
cuando se completó  el círculo de las
migraciones  desde las  estacionales como la golondrina ( primero a
segar tierras de la Campiña , y  actualmente,  a la vendimia francesa o a la
manzana leridana, que perviven en muchos vecinos nuestros) a las más trágicas
que  conllevaron muchos
desgarramientos  hasta la despedida final
Si volvieran a este entorno los
autobuses y  taxis de la  segunda mitad del siglo XX, no darían cabida
en un lustro a una población  emigrante
que redujo a una ciudad de 30.000 habitantes en menos de 20.000.  Ni las taquillas  de la antigua estación de Autobuses darían
abasto a expandir billetes hacia tierras europeas (sobre todo Alemania, Francia
y Suiza)  u otras tierras de España
(Cataluña, País Vasco y Madrid sin olvidar los pueblos de nueva colonización) 
Por eso, la torre  de San Antón mira diariamente  con recelo a la estatua del imaginero
(provisto de un hálito melancólico) 
cuando, a pesar del remozamiento del entorno   y el traslado de la Estación,  en estos tiempos, todavía   despide a los vecinos que marchan a otras
tierras para trabajar y prestar servicios en zonas  de turismo o en las tradicionales  migraciones, que perviven desgraciadamente. 
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