TRAS EL QUINCE DE AGOSTO EN ALCALÁ INFORMACIÓN DE HOY
Corrían
otros tiempos, los de la sociedad agroganadera, cuando las fiestas religiosas
marcaban un hito para señalar el principio o el final de una estación agrícola
o ganadera. Las había para el remate de la aceituna en torno a San José, o, si
se adelantaba, en la Candelaria, en primavera; por Semana Santa, comenzaban a
florecer los campos en abril; y , en otoño, se iniciaba la vendimia y
culminaban muchas fiestas relacionadas con la Virgen María en la advocación del
Rosario. Ni qué decir que, con motivo del final de la cosecha de cereales, el
quince de agosto era la fiesta por excelencia, la de la Asunción de María,
cuando se resolvían todo tipo de pagos en las contrataciones, en los
empréstitos dos o en las obras. Tras el
quince de agosto había que esperar hasta la Exaltación de la Cruz o a la
Natividad de María en el mes de septiembre para celebrar fiestas,
principalmente más cerradas, ya que sus organizadores eran las cofradías,
hermandades o fundaciones, salvo la de San Roque de Mures.
Todas
estas fiestas parten de una fuente sacra en una sociedad confesional católica,
que alcanza su cenit con el nacionalcatolicismo de pasados tiempos. Por su
inercia, mantienen algunos elementos de la morfología religiosa (el culto y la
fecha), pero cada vez más se vacían de su fundamentación cristiana ante el
fomento de otros aspectos que se han desarrollado en torno a la fiesta. Se ha pasado del ágape familiar al banquete de todo los miembros con la convivencia de la comunidad que celebra las
fiestas, con platos de arroz gratuitos pata todo ser viviente; la música ha
desbordado las antiguas capillas de música y se ha impuesto las orquestas de
baile que sobrepasan las danzas autóctonas, como el fandango de Charilla, y la
multiplicación de las verbenas que pasan del día de la fiesta principal al de
la Víspera, Patrón y Patronillos; de algunas voladeras para anunciar las
fiestas y el volteo de campanas no es de extrañar que castillo y fastuosas tracas de fuegos artificiales se impongan en todos los rincones festivos;
incluso, con gran acierto, se propagan un amplio programa cultural, festivo y
deportivo, donde comparten espacio temporal desde el humorista de turno a los colectivos musicales
como las corales, los grupos, las
bandas, las agrupaciones y los conjuntos de músicos desde el trío hasta la
orquesta sinfónica; desde el mimo hasta los diversos géneros de teatro (
predominando la comedia, por eso de que ya es trágica la vida para no
edulcorarla con su ficción escénica); del circo a los grupos de calle y juegos de ficticios encierros de toros de
plástico; incluso, todos los juegos de mesa, de calle y de campo se programan con motivo de las fiestas para
ensalzarlas.
En
esta nueva sociedad laica, aconfesional y multicultural, en la que estamos
enraizados afortunadamente desde el principio de la democracia actual, conviven
estas dos fórmulas festivas, predominando el encuentro, la convivencia y el
aspecto lúdico en detrimento del aspecto de rito cristiano. No es de extrañar que
asistamos a momentos en los que los organizadores de las procesiones patronales encuentren
dificultades para sacar las imágenes, o lugares donde los templos presenten
grandes ausencias en los días de la festividad patronal de cada rincón. Y aún, se asista al nacimiento de nuevos
acontecimientos festivos, sin que esté relacionado con el elemento religioso.
No tiene nada de extrañar, hace muchos decenios comenzaron a celebrarse las
Fiestas del Árbol, para festejar la plantación en primavera. O se conmemoraba a
personajes famosos o artistas con un programa curtido de actividades como los
Juan Martínez Montañés; o mimetizaran eventos de otros rincones como los
festivales o Etnosur, sin conexión alguna con el día de un santo o una advocación
mariana.
Menos
nos debe sorprender, en esta sociedad, en la que el multiculturalismo y el
laicismo se imponen por todos los lares, que se ritualicen los momentos
fundamentales de la vida. Desde el nacimiento hasta la muerte, pasando por la
carta de ciudadanía del adolescente y la unión de una pareja, todos los momentos
fundamentales de la vida se someten a una serie de ceremonias. Es cierto que el
cristiano se imbuya de una
espiritualidad que le marca el sello bautismal a lo largo de toda la
vida dentro de las familias. Pero, no nos debe asombrar cuando cada persona o
grupo asume otros ritos, que se marcan con las simbologías más variadas. Desde
la bandera hasta los signos más extraños para iniciar o finalizar una actividad
humana o grupal. Pasaron los tiempos de Torquemada, y aún más, no tiene sentido
revivir a personajes como aquel arzobispo compostelano, de nombre Elipando,
que, en tiempos de dominación musulmana de España, quería crear una cultura
sinergista para contentar a tirios y troyanos, en su caso, judíos y musulmanes
con cristianos, una cultura que fue derrotada en los concilios de Frankfurt y
Ratisbona. Ahora, abundan los familiares del Santo Oficio de la Nueva
Inquisición y los Inquisidores de turno en las Nuevas Tecnologías. No son
Palabra de Dios, pero son como Atila, invaden todo y se consideran los
paladines y adalides de su reconvertida democracia. Les viene a cuento: “Bajo las fuertes patas del temible caballo
de Atila no volvía a crecer la hierba ni vida alguna.”. E,
incluso, esta menos conocida que no deja hueco ni para la libertad de
expresión: ¡Quiero oír la letanía de la sangre de los hombres! Son claro
testimonio de que en su entorno no se ganó la democracia.
Francisco Martín
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