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miércoles, 20 de abril de 2016

III. HACIA LA ROMERÍA DE LA VIRGEN DE LA CABEZA. EL RELATO DE MANUEL NAVAJO.

Se mandaban, de vez en cuando, cartas y no faltaban tampoco los mensajes por paisanos que regresaban a su tierra tras licenciarse. Así lo hicieron el primer, segundo  y tercer año. Entre los paisanos  cuchicheaban  y extendían sospechas de que Manuel había sido e traicionado por Juana y se había entregado a uno nuevo pretendiente, que está a punto de casarse con ella.
            Manuel ya  estaba a punto de retirarse y volver a su vida privada  en el invierno de 1757, y un buen compañero le comunicaba  de que no iban bien las cosas por su pueblo. Bromeando  un paisano le dijo " no me gustaba  cómo la  calzaba su perro" y Manuel mudó de color, arqueó sus ojos y, estupefacto, comenzó a musitar. No dormía y se apuntaba a todas las noches de guardia. En los primeros días de 1758,  regresó otro  paisano y  le comunicaba que no le gustaba los comentarios de Alcalá sobre su Juana , porque  ya no era su Juana. La había visto en muchas ocasiones con un tal  Lorenzo Navas. Un soldado de la demarcación de Alcalá la Real, que formaba parte de las tropas de la ciudad a las órdenes de un alférez mayor. Parecía como si no quisiera romper el vínculo amoroso por sus pretendientes militares y jugara con ellos como si se tratara de marionetas vestidos de soldados.  
            No se lo podía creer y se buscó mensajeros para que le confirmasen los comentarios. Y, en verdad que le trajeron malas noticias,  ya que, a finales de enero, otro  paisano le aportó  una copia de las admoniciones colgadas  en la iglesia mayor, donde se admitían todo tipo de alegaciones para impedir aquel futuro matrimonio entre Juana Gallardo y Lorenzo Navas. Le daba vueltas a la cabeza, pero no podía salir de este difícil embrollo y forzado atolladero. Se le había caído todo su castillo de naipes, cuando estaba a punto de licenciarse y retirarse a la ciudad. No podía escapar de la ciudad de Cuellar que era donde estaba alojado  el regimiento , ya que seria declarado en rebeldía y su cuerpo caería en los calabozos de la Cárcel Real. Se asesoró de sus mandos más cercanos, y le aconsejaron que llevara el asunto a las autoridades judiciales. Acudió con el cura del regimiento don Pedro de de Arzapal y dos testigos su, su amigo Leopoldo Pérez, y un vecino de la ciudad Ignacio Puente, a la  escribanía de José de Burna y Avendaño. Era el día 19 de febrero de 1757, hizo una carta de poderes.  Para ello debía valerse de un procurador que lo representara en todo tipo de acciones de impugnaciones, reclamaciones de dinero y autos judiciales. En Alcalá, gozaba de  b buena fama Juan de Ibáñez Baeza , y le escribió una carta para que lo representara. En una nota aparte, le recalcó  que les hiciera la vida imposible, tanto a Juana como Lorenzo. Manuel  no dejó el asunto pendiente  y  se puso pronto manos a la  obra. (No lo olvidará nunca ). 
Meditaba si ya sería tarde o  había llegado a la cita fuera de plazo,  o si valdría para algo. Su mente devaneaba con muchos otros interrogantes. No se podía creer que pudiera casarse con el tal Lorenzo si ya había contraído esponsales con su persona. Se decía a sí mismo y lo repetía continuamente: fe, mano y palabras.  Envió la carta de poderes  al procurador y se dirigió  a la estafeta de correo, pagó los servicios y se quedó  con una copia cerrada.
Llegó el correo  a su procurador alcalaíno. y mira que se dio prisa y se puso mano a la obra. Envió a la madre de Manuel  Ana Mejías  a las oficinas  del Tribunal Eclesiástico, ubicadas en el Palacio Abacial, y alegó el compromiso anterior de los esponsales; y para hacerse de valer, les entregó las cartas de Juana a su hijo Manuel Navajo. Todas ellas, se intercambiaban palabras de compromiso y adjuntaba en los regalos una nota como si fuera la señal de renovación continua de los esponsales.  Lloraba como una Magdalena, mostrando sus manos que le habían donado sus mejores joyas y vestidos. Pero de nada sirvió.  pues el gobernador no hizo mucho caso y contestó con una forma protocolaria que aportase lo que creyera conveniente en un plazo de veinte días.

Llegó  una nueva carta a Alcalá la Real, pero ya era tarde. Se imaginaba el soldado en tierras de Cuellar, que su procurador se presentara ante el Vicario eclesiástico, el recién nombrado don Mateo Díaz Castaño,  hombre de Leyes y sujeto de gran prudencia, que gozaba la fama de haber regentado  la a vicaría general de Oviedo. En las oficinas de las Casas abaciales del Llanillo, Juan de Ibáñez presentó el escrito firmado por el propio soldado  y, al bajar, las escaleras le insistió al vicario.
-Señor vicario, comparezco ante usía y el tribunal eclesiástico, y, si hace falta, en otro cualquier tribunal, para poner toda clase de impedimentos contra Juana Galabardo y el matrimonio que contrae con Lorenzo Navas.  Y, se lo digo con todo respecto , pero con toda la fuerza de la mayor razón, pues mi cliente ya ha realizado las esponsales con Juana,  y son nulas totalmente de pleno hecho  las que quiere contraer.
-¿ Cómo?
-Sí, de pleno hecho, porque la contrajeron de fe, mano y palabra.
´¿Y lo hicieron de promesa mutua y recíproca?
-Sí, mi Vicario, en el día de la Virgen de la Cabeza de 1753.
-¿Lo hicieron libremente?, o más bien,¿ Juana, no se equivocó y fue engañada?0
-En modo alguno, no llegaron a marido y mujer, pero fueron esposo y esposa, porque se prometieron ambos y en común en presencia de testigos. Se lo afirmo rotundamente.
Compró el vicario unas medicinas en la farmacia de la calle Real y se sentó en la silla del bufete de su despacho. Comenzó a leer el escrito, se acercó a las baldeas de su estanterías al mismo tiempo que  tomó varios tratados sobre el tema de los esponsales y el matrimonio. Veía que no  se había alcanzado los siete años para que las esponsales fueran nulas, según Torrecillas. Sí, tenía claro que había cometido pecado mortal. Señaló con su pluma esta frase" Pido que se suspendan las moniciones en el caso de haberse empezado a correr, y , pues en fe de la palabra, la que me tiene dada y certificada por diferentes cartas, y en el caso de  cuando llegue este poder por estar tan distante y no se aya puesto este impedimento, por ser público y notorio haya contraído matrimonio  la referida con el expresado Lorenzo asimismo se lo doy para que pida ante el Juez competente que la sobredicha me devuelva , restituya las alhajas que  pasaron de parte a parte  alhajas ,  que dí propter nuptias,  ".

             Anotó el Vicario todos los regalos y alhajas que se referían en la carta  de poder y había enumerado Manuel con santo y seña. Llamó a su criado y le mandó que le trajera una copia de los matrimonios últimos de la parroquia Santa María la Mayor. Le sonaban casi todos los matrimonio, pero , a veces, muchos decretos se rubricaban de una forma mecánica. Sobre todo , le insistía que le trajera la partida de matrimonio ,  si existía  de una tal Juana Galabardo y Lorenzo Navas. Creía que había firmado un decreto de desposorio de matrimonio, pero quería confirmarlo a toda regla.Subió el criado y  fue primero a la iglesia de Santo Domingo y no encontró nada, luego a la casa del cura  párroco de la iglesia de Santa María la Mayor, don Pascual Garrido y Linares. Estaba entretenido con varias obras suyas , que no acababa de redactar, Le pidió permiso para entrar a su despacho y lo saludó. Inmediatamente, el cura se puso mano la obra  y , en el legajo del libro de matrimonios últimos, tenía  registrado este matrimonio el primero de marzo de 1758. Se presentó el criado al cura Antonio Isidoro de la Oliva.  Le trajo la orden al teniente de cura para que se pusiera manos a la obra  y  cumplir las órdenes de su superior.  Y así lo hizo. Fue a la balda de la estantería, donde se encontraba el Libro de Desposorios y Velaciones. Lo abrió por el folio ochenta y en la página vuelta y se encontró de in mediato  la partida de desposorios solicitada Rellenó la partida  con todos los datos en una mitad de folio, la dobló y cerró  el folio y puso la dirección del Vicario. Con fecha del ocho de de marzo de 1758. Se la dio al ministril para que la  entregara a su superior.
   Unas horas más tarde, el criado trajo esta nota en un cuarto de folio  firmada por el cura de la Iglesia de Santa María la Mayor  de puño y letra del cura Antonio Isidoro. Se confirmaba que  nada menos que el uno de marzo de este año, una semana antes,  el cura Pascual Garrido y Linares había cumplido con todos los requisitos para recoger el acta matrimonial: había  realizado las tres moniciones canónicas obligadas  que había establecido del reciente  Concilio de Trento; y había anexionado la correspondiente licencia del Gobernador Eclesiástico de la Abadía, y ante el propio notario apostólico don  Francisco Díaz de Arjona se llevaron los desposorios correspondiente, porque era Cuaresma y no podían llevarse  a cabo la misa de velaciones. Se dijeron las fórmula de palabras , a la que confirmaron que eran verdad   y querían casarse en matrimonio Lorenzo y Navas y Juana Galabardo A la hora de rellenar todos los datos, confirmaron sus padres el del primero, Juan de Navas y María de Toro; y de la segunda, Juana



Galabardo y Ana Mendoza. Presentaron por testigos a Manuel Martín y Feliz Castillo.  Como es lógico no faltaba la firma del notario apostólico de la Abadía. Lo que no entendía el vicario que la partida se encontrara en el Libro de desposorios y velaciones. Pues solían existir dos tipos de libros: uno para las velaciones, en las que los novios se cubrían con un velo rojo al que sacerdote le colocaba una estolilla blanca de color rojo, le comentaban a los contrayentes que era el símbolo del rojo y blanco  la unión indisoluble de hombre y mujer. Por tanto, a pesar de no haber hecho la misa de matrimonio , ya podían cohabitar, ya que era la celebración más importante. Y, aquí, se encontraban mezcladas todas las partidas. 


Llamó al procurador. El vicario le comunicó la  noticia. El procurador se alteró aún más cuando leyó la copia  de la partida de matrimonio . No se lo pensó dos veces. A poner impedimentos , y a  no dejarles respirar. "No puede seguir la contrata con este Lorenzo, imposible, le voy a poner todas las zancadillas que pueda, y , si no, que me devuelvan todos sus regalos. O se los pague. Sin que falte ni un maravedí. No se va a quedar este gachón con lo que había sudado en los campos de batallas y labrando las tierras de Alcalá"- se decía  y musitaba una y otra vez a sí mismo.  Buscó testigo tras testigo, esperó a algunos  ausentes por el comercio playero como a Francisco Moyano.
            

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