Se mandaban, de vez en cuando,
cartas y no faltaban tampoco los mensajes por paisanos que regresaban a su
tierra tras licenciarse. Así lo hicieron el primer, segundo y tercer año. Entre los paisanos cuchicheaban
y extendían sospechas de que Manuel había sido e traicionado por Juana y
se había entregado a uno nuevo pretendiente, que está a punto de casarse con
ella.
Manuel ya estaba a
punto de retirarse y volver a su vida privada
en el invierno de 1757, y un buen compañero le comunicaba de que no iban bien las cosas por su pueblo. Bromeando
un paisano le dijo " no me gustaba cómo la
calzaba su perro" y Manuel mudó de color, arqueó sus ojos y,
estupefacto, comenzó a musitar. No dormía y se apuntaba a todas las noches de
guardia. En los primeros días de 1758, regresó otro paisano y le comunicaba que no le gustaba los comentarios
de Alcalá sobre su Juana , porque ya no
era su Juana. La había visto en muchas ocasiones con un tal Lorenzo Navas. Un soldado de la demarcación de
Alcalá la Real, que formaba parte de las tropas de la ciudad a las órdenes de
un alférez mayor. Parecía como si no quisiera romper el vínculo amoroso por sus
pretendientes militares y jugara con ellos como si se tratara de marionetas
vestidos de soldados.
No
se lo podía creer y se buscó mensajeros para que le confirmasen los
comentarios. Y, en verdad que le trajeron malas noticias, ya que, a finales de enero, otro paisano le aportó una copia de las admoniciones colgadas en la iglesia mayor, donde se admitían todo
tipo de alegaciones para impedir aquel futuro matrimonio entre Juana Gallardo y
Lorenzo Navas. Le daba vueltas a la cabeza, pero no podía salir de este difícil
embrollo y forzado atolladero. Se le había caído todo su castillo de naipes,
cuando estaba a punto de licenciarse y retirarse a la ciudad. No podía escapar
de la ciudad de Cuellar que era donde estaba alojado el regimiento , ya que seria declarado en rebeldía
y su cuerpo caería en los calabozos de la Cárcel Real. Se asesoró de sus mandos
más cercanos, y le aconsejaron que llevara el asunto a las autoridades
judiciales. Acudió con el cura del regimiento don Pedro de de Arzapal y dos
testigos su, su amigo Leopoldo Pérez, y un vecino de la ciudad Ignacio Puente,
a la escribanía de José de Burna y
Avendaño. Era el día 19 de febrero de 1757, hizo una carta de poderes. Para ello debía valerse de un procurador que
lo representara en todo tipo de acciones de impugnaciones, reclamaciones de
dinero y autos judiciales. En Alcalá, gozaba de
b buena fama Juan de Ibáñez Baeza , y le escribió una carta para que lo representara.
En una nota aparte, le recalcó que les
hiciera la vida imposible, tanto a Juana como Lorenzo. Manuel no dejó el asunto pendiente y se
puso pronto manos a la obra. (No lo
olvidará nunca ).
Meditaba si ya sería tarde o había llegado a la cita fuera de plazo, o si valdría para algo. Su mente devaneaba
con muchos otros interrogantes. No se podía creer que pudiera casarse con el
tal Lorenzo si ya había contraído esponsales con su persona. Se decía a sí
mismo y lo repetía continuamente: fe, mano y palabras. Envió la carta de poderes al procurador y se dirigió a la estafeta de correo, pagó los servicios y
se quedó con una copia cerrada.
Llegó el correo a su procurador alcalaíno. y mira que se dio
prisa y se puso mano a la obra. Envió a la madre de Manuel Ana Mejías
a las oficinas del Tribunal
Eclesiástico, ubicadas en el Palacio Abacial, y alegó el compromiso anterior de
los esponsales; y para hacerse de valer, les entregó las cartas de Juana a su
hijo Manuel Navajo. Todas ellas, se intercambiaban palabras de compromiso y
adjuntaba en los regalos una nota como si fuera la señal de renovación continua
de los esponsales. Lloraba como una Magdalena,
mostrando sus manos que le habían donado sus mejores joyas y vestidos. Pero de
nada sirvió. pues el gobernador no hizo
mucho caso y contestó con una forma protocolaria que aportase lo que creyera
conveniente en un plazo de veinte días.
Llegó una nueva carta a Alcalá la Real, pero ya era
tarde. Se imaginaba el soldado en tierras de Cuellar, que su procurador se presentara
ante el Vicario eclesiástico, el recién nombrado don Mateo Díaz Castaño, hombre de Leyes y sujeto de gran prudencia,
que gozaba la fama de haber regentado la
a vicaría general de Oviedo. En las oficinas de las Casas abaciales del
Llanillo, Juan de Ibáñez presentó el escrito firmado por el propio soldado y, al bajar, las escaleras le insistió al vicario.
-Señor vicario, comparezco ante
usía y el tribunal eclesiástico, y, si hace falta, en otro cualquier tribunal,
para poner toda clase de impedimentos contra Juana Galabardo y el matrimonio
que contrae con Lorenzo Navas. Y, se lo
digo con todo respecto , pero con toda la fuerza de la mayor razón, pues mi
cliente ya ha realizado las esponsales con Juana, y son nulas totalmente de pleno hecho las que quiere contraer.
-¿ Cómo?
-Sí, de pleno hecho, porque la
contrajeron de fe, mano y palabra.
´¿Y lo hicieron de promesa
mutua y recíproca?
-Sí, mi Vicario, en el día de
la Virgen de la Cabeza de 1753.
-¿Lo hicieron libremente?, o
más bien,¿ Juana, no se equivocó y fue engañada?0
-En modo alguno, no llegaron a
marido y mujer, pero fueron esposo y esposa, porque se prometieron ambos y en
común en presencia de testigos. Se lo afirmo rotundamente.
Compró el vicario unas medicinas
en la farmacia de la calle Real y se sentó en la silla del bufete de su despacho.
Comenzó a leer el escrito, se acercó a las baldeas de su estanterías al mismo
tiempo que tomó varios tratados sobre el
tema de los esponsales y el matrimonio. Veía que no se había alcanzado los siete años para que
las esponsales fueran nulas, según Torrecillas. Sí, tenía claro que había cometido
pecado mortal. Señaló con su pluma esta frase" Pido que se suspendan las moniciones en el caso de haberse
empezado a correr, y , pues en fe de la palabra, la que me tiene dada y
certificada por diferentes cartas, y en el caso de cuando llegue este poder por estar tan distante
y no se aya puesto este impedimento, por ser público y notorio haya contraído matrimonio
la referida con el expresado Lorenzo asimismo
se lo doy para que pida ante el Juez competente que la sobredicha me devuelva ,
restituya las alhajas que pasaron de
parte a parte alhajas , que dí propter nuptias, ".
Anotó el Vicario todos los regalos y alhajas que se
referían en la carta de poder y había
enumerado Manuel con santo y seña. Llamó a su criado y le mandó que le trajera
una copia de los matrimonios últimos de la parroquia Santa María la Mayor. Le
sonaban casi todos los matrimonio, pero , a veces, muchos decretos se rubricaban
de una forma mecánica. Sobre todo , le insistía que le trajera la partida de matrimonio
, si existía de una tal Juana Galabardo y Lorenzo Navas. Creía
que había firmado un decreto de desposorio de matrimonio, pero quería
confirmarlo a toda regla.Subió el criado y fue primero a la iglesia de Santo Domingo y
no encontró nada, luego a la casa del cura
párroco de la iglesia de Santa María la Mayor, don Pascual Garrido y
Linares. Estaba entretenido con varias obras suyas , que no acababa de redactar,
Le pidió permiso para entrar a su despacho y lo saludó. Inmediatamente, el cura
se puso mano la obra y , en el legajo
del libro de matrimonios últimos, tenía
registrado este matrimonio el primero de marzo de 1758. Se presentó el
criado al cura Antonio Isidoro de la Oliva. Le trajo la orden al teniente de cura para que
se pusiera manos a la obra y cumplir las órdenes de su superior. Y así lo hizo. Fue a la balda de la estantería,
donde se encontraba el Libro de Desposorios y Velaciones. Lo abrió por el folio
ochenta y en la página vuelta y se encontró de in mediato la partida de desposorios solicitada Rellenó
la partida con todos los datos en una
mitad de folio, la dobló y cerró el
folio y puso la dirección del Vicario. Con fecha del ocho de de marzo de 1758.
Se la dio al ministril para que la
entregara a su superior.
Unas
horas más tarde, el criado trajo esta nota en un cuarto de folio firmada por el cura de la Iglesia de Santa
María la Mayor de puño y letra del cura Antonio
Isidoro. Se confirmaba que nada menos
que el uno de marzo de este año, una semana antes, el cura Pascual Garrido y Linares había
cumplido con todos los requisitos para recoger el acta matrimonial: había realizado las tres moniciones canónicas
obligadas que había establecido del
reciente Concilio de Trento; y había
anexionado la correspondiente licencia del Gobernador Eclesiástico de la
Abadía, y ante el propio notario apostólico don Francisco Díaz de Arjona se llevaron los desposorios
correspondiente, porque era Cuaresma y no podían llevarse a cabo la misa de velaciones. Se dijeron las
fórmula de palabras , a la que confirmaron que eran verdad y querían casarse en matrimonio Lorenzo y
Navas y Juana Galabardo A la hora de rellenar todos los datos, confirmaron sus
padres el del primero, Juan de Navas y María de Toro; y de la segunda, Juana
Galabardo y Ana Mendoza. Presentaron por testigos a Manuel Martín y Feliz Castillo. Como es lógico no faltaba la firma del notario apostólico de la Abadía. Lo que no entendía el vicario que la partida se encontrara en el Libro de desposorios y velaciones. Pues solían existir dos tipos de libros: uno para las velaciones, en las que los novios se cubrían con un velo rojo al que sacerdote le colocaba una estolilla blanca de color rojo, le comentaban a los contrayentes que era el símbolo del rojo y blanco la unión indisoluble de hombre y mujer. Por tanto, a pesar de no haber hecho la misa de matrimonio , ya podían cohabitar, ya que era la celebración más importante. Y, aquí, se encontraban mezcladas todas las partidas.
Llamó al procurador. El vicario
le comunicó la noticia. El procurador se
alteró aún más cuando leyó la copia de
la partida de matrimonio . No se lo pensó dos veces. A poner impedimentos , y
a no dejarles respirar. "No puede
seguir la contrata con este Lorenzo, imposible, le voy a poner todas las zancadillas
que pueda, y , si no, que me devuelvan todos sus regalos. O se los pague. Sin
que falte ni un maravedí. No se va a quedar este gachón con lo que había sudado
en los campos de batallas y labrando las tierras de Alcalá"- se decía y musitaba una y otra vez a sí mismo. Buscó testigo tras testigo, esperó a algunos ausentes por el comercio playero como a
Francisco Moyano.
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