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lunes, 1 de septiembre de 2014

La decadencia del vino en el siglo XVIII


La decadencia del vino en  el siglo XVIII

 

            Los viñedos habían quedado reducidos a un paisaje cercano a las tierras  de la ciudad, y, en muchas ocasiones, incluso, había desaparecido de los llamados ruedos. No obstante, todavía suponían su extensión el doble de la del olivo con unas 1.910 fanegas de viñedo frente a las 873 de olivar. La producción de vino sufrió un duro golpe con la peste de los años ochenta  y las contínuas epidemias y la competencia exterior.

 Este era el caso del Castillo de Locubín, que comenzaba a una especialización del olivar- Redondal, Saetilla, Cañada de Marinieves, Lagar del Llano, Nava,- con unos viñdeos que tenían unas plantaciones de unas 1.200 cepas por fanega, mientras  en Alcalá la Real a 800 cepas por fanega, aunque el olivar todavía no influía en la destrucción del viñedo ya comenzaba a competir en terrenos nuevos como los Llanos y la Dehesilla a la hora de las nuevas plantaciones. Había quedado reducido a las laderas de los montes cercanos que, sobre todo, se denominaba Solanas, la de Montefrío  o Rosalejo y la de la Hondonera,  Camuña, las Caserías, Cañuelo, Prado Gordo, Monte del Rey, Torre de los Llanos y ya cercano a Frailes, los Torcales y la Celada.

            Como es natural, en las mejores tierras de la comarca, que se encontraban en las riberas del Río de Frailes, donde sin orden y en los lindazos, se plantaban las parras. Sin orden ni regla, a excepción de alguna que otra viña.

            Los oficios derivados de la producción vitivinícola quedaron afectados. De ahí que tan solo hubiera un solo fiel o medidor del vino, vinagre y aceite, cuyo salario se le pagaba a cuatro maravedís por arroba y no ganaba  ni una décima parte de un guarda de montes. En la ciudad no existía ni un solo un cambista o vendedor al por mayor.

            Las tabernas públicas, destinadas a comprar  vino para vender, eran solamente cinco y el resto eran públicas y secretas, porque los cosecheros vendían el vino de sus propias cosechas y no tenían un plus comercial. Curiosamente, gran parte del vino que se vendía en el año, era alcalaíno, pero  la importación de los vinos cordobeses habían hecho una gran mella en el comercio local. Lo denota que los tenderos y comerciantes son muchos de origen francés:  Los Lac, Juan de Leo,  Bertín y tan sólo dos eran alcalaínos. Muchos de ellos compartían la venta del vino, comestibles, y el aguardiente. Por otra parte, los mesones se habían convertido en sitio de pernoctar y de mantener las caballerías en los recorridos. Y nació una nueva figura: los bodegones, que  en años posteriores se confundió con las tabernas. Incluso, cuatro fábricas de aguardiente destilaban esta bebida que se va imponiendo en las costumbres de los labradores y campesinos.

            No obstante su actividad debió ser importante pues fue regulada por las Ordenanzas del año 1760. Todavía se mantiene la dureza del castigo por  hurto de uvas que era muy frecuente en los primeros momentos del mes de octubre, y, para ello impedía cualquier trasiego de uvas en canastos sin licencia o guía del corregidor, incluso,  la rebusca tan sólo se podía hacer tras estar cerrados los lagares. La pena cambiando reales por maravedís se mantenía con los mismos días de cárcel y la argolla de vergüenza pública, un siglo después.

            Curiosamente, las primeras uvas de comer eran de los castilleros que monopolizaba el mercado de la plaza pública de frutas y hortalizas. 

 

            Cuando Bernardo de Espinalt la describa en 1787 en el Atlante Español dice de esta comarca que es  fértil  en trigo, cebada, maíz, aceite, vino y legumbres...y está plantada de olivos, viñas, árboles frutales y sus montes de encinas, pinos, alcornoques, chaparros.   

 

            De estos años surgen las tradiciones que solían celebrarse en casas de los hermanos mayores de fiestas de aldeas, de Santa Lucía, de cofradías de Semana Santa, de san Miguel en Charilla, de Santa Ana , de la Virgen del Rosario en Castillo de Locbín. Tras la elección del hermano mayor, el correspondiente refresco, que consistía en garbanzos tostados y  vino. Tan sólo, en algunos casos como en la semana Santa el aguardiente, que comenzaba ser destilado en la zona, en la madrugada sustituía al vino. Para ello, algunos de los tamborileros llegó a imitar con el tambor sus peticiones musitando

 

            Tan, tan, tan,

            a casa el capitán

            allí, el aguardiente

            allí, los pestiños

            qué ricos que están..

 

 

 

            Estos son los años que surgen muchas leyendas, relacionadas con el vino. Pues, en el nacimiento de las aldeas y la separación e independencia del Castillo y Frailes se percibe que ya comenzaban a tener costrumbres propias. Una de estas leyendas está relacionada, incluso, con una fiesta que le denominaban DÍA DEL VINO. Solía ser por los primeros días del mes de mayo. Varios días componían esta festividad que había paganizado el día de la Cruz. Tuvo lugar en la Pedriza. Un vecino de ella, ansioso de  disfrutar de la bebida de su tierra, se quedó por aquellos días sin la dulce bebida, y  para saciar su apetito, no tuvo mejor acierto que molturar en un cuenco varios Kilogramos de habas. Con la gran sorpresa, que aquel jarabe, no debía ser de mucho agrado, hasta tal punto que para simular un sorbo de vino, lo acompañó de unas cucharadas de vinagre. Cual fue la sorpresa, que el dolor de vientre era insoportable para una persona. No le quedaba más remedio que encomendarse a los santos del lugar y, lo que era frecuente de aquella época, prometer erigir una  Santa Cruz en lo alto del cerro, si salía de aquel duro trance, al mismo tiempo que todos los años invitaría gratuitamente a todos los vecinos con su propios fondos en dos pilones que ponía a disposición de todos los vecinos de la aldea. Logró superar aquella dura prueba y, desde entonces, el día de la Cruz se celebraba en dicha aldea con  la tradicional rifa, el baile de aldeanos y, como publicata de fiestas, el reparto del vino entre los aldeanos por medio de unos jarritos que cada familia se llevaba a sus casas.  Al morir el  vinoso protector del vino, se  formó una asociación protectora de aquella sana costumbre que mediante unas cuotas fijas, rellenaban los dos pilones y se mantuvo la costumbre hasta principios del siglo XX dicha costumbre. Las romerías( Santa Ana, Flores y Santo Custodio) son un momento

De desenfreno , pues la peregrinación conlleva un gran sentido liberador, iniciático y ,sobre todo, característico de la cesación del amor y , por tanto, radicalmente humano por cuanto en él se aviva la naturaleza

                       


Corrige las indecencias


                        El simulacro divino

                        Y de las furias del vino

                        Aunque haya de vino un coto

                        Parece allá más devoto

                        El que está más tartamudo.

 

            El vino cordobés había ocupado los mercados granadinos e, incluso, parte de la Sierra Sur en Valdepeñas y otros pueblos. y tan sólo quedaba reducido para consumo interior. Unas cifras de  1798 : 19..000 arrobas de vino y 820 de aguardiente.

Es el momento en el que el precio del vino se encontraba tan degradado que llegó a extenderse el dicho en señal de baratura a tres y cuatro cuartos el jarro.

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