Si tuviéramos
que identificar las tierras de la Abadía con el nombre de un monumento o un
elemento del paisaje, a Alcalá la Real
le adjudicaría la fortaleza de la Mota; a Priego, el Adarve; a Frailes y
Castillo de Locubín, con los nombre del los ríos, San Juan y Velillos (
denominado con el nombre de la villa
frailera por estos lares); pero si a cada época tuviéramos que bautizarla con
nombres de personajes que hicieron patria supramunicipal, en el medievo,
señalaríamos los señores de Alcaudete; en la Edad Moderna
con la familia de artistas de los Raxis ( Pablo de Rojas, Migue, Nicolás, Pedro
y Melchor Sardo); en los años de la Ilustración, con la palabra de colono que
dieron lugar al nacimiento de las aldeas y al asentamiento definitivo la villa de Frailes. Pero si tuviéramos que
hacerlo en los últimos siglos, formaron comarca los diputados Abril (Gregorio y
Rafael), Pablo Batmala y Carlos León
Álvarez Lara y Juan Montilla Adán Adán. Pero, por encima de todos ellos, Manuel
López Ruiz ocupa el lugar privilegiado de agrandar aquella abadía y las tierras
del conde de Alcaudete con el abrazo que forjó entre muchas gentes de las tierras de la comarca de la Sierra Sur (desde
los Villares hasta la aldea de Ermita Nueva). Curiosamente, sus manos no
emplearon los fines legítimos de la política, como muchos de los personajes
mencionados anteriormente. Manolo, haciendo gala de la virtud de su apelativo
“Sereno”, empleó otras artes para atraer a su tierra adoptiva el optimismo vital,
la generosidad compartida y la pasión por lo auténtico.
Cualquiera
de los muchos que han conocido a Manolo podría rememorar muchas anécdotas
acaecidas con su persona, divulgar historias, relatos y reminiscencias de costumbres
que transmitió a eruditos, artistas y viajeros de la Sierra Sur. Tuve la
fortuna de conocerlo allá por los años setenta,
y siempre me quedé cautivado de su generosidad y de su alma de servicio hacia los demás. Fue, con
motivo del descubrimiento de una tumba romana en el límite de Alcalá la Real y
Frailes. En aquel encuentro descubrí que
Manolo reflejaba pasión por el conocer y el saber, capacidad para escuchar y empapar los frutos
del espíritu y solidez para valorar la
cultura. Este encuentro se encadenó en otros muchos momentos, de generosidad
compartida en las citas culturales de la
comarca, en los ágapes fraternales en su
privilegiada casa, más bien en su mansión de todos; en los actos que organizó
como mecenas poniendo a disposición de muchas personas todo lo suyo; y , sobre
todo, aportando la sonrisa en sus labios sin caer nunca en el
desaliento.
Hace
unos días leía estos versos de Nacha Guevvara, que me recordaban su actitud ante la vida: Cuando no hay más que amor/para abrir
el camino / y forzar el destino/ en cualquier ocasión, / Así habrá que forjar/
nuestro mundo y luchar/ sin tener nada más / que la fuerza de amar./ Ahora me viene a la mente que siempre que me adentre por los bellos
parajes de la villa de Frailes, tu espíritu volará entre las callejas dando
abrazos y saludos de amor. Pues, no sólo hiciste comarca sino que forjaste la intrahistoria del
estallido diario de tantos encuentros, cooperaste en efusiones de alegría compartidas, fraguaste mañanas de proyectos humanistas entre pueblos y armonizaste un coro de manos
entrelazadas porque, como decía la anterior poeta cuando no hay más que amor/
como única sed, como única fe, como único don… la deuda con tu persona será un
reto para los hombres de la Sierra Sur.
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