PUERTAS DE LOS ARRABALES DE LA MOTA (II)
No solo las pandemias, epidemias, pestes y otros acontecimientos
contagiosos se han originado en estos últimos tiempos, sino que, a lo largo de
la historia, se han desarrollado de modo cíclico. No nos vamos detener ni siquiera en las más
famosas como la del 1680, ni la más reciente
por su impacto como como la mal llamada gripe española ocasionada a
principios de siglo XX. Cuando se difundía una enfermedad contagiosa o una peste
animal en la ciudad, se obligaba a estar fuera de ella hasta que se comprobaba
que el individuo no tenía peste. Por eso, se abrieron, poco a poco, puertas en
los barrios o arrabales nuevos, que nacieron como albacaras de la antigua
ciudad fortificada. Se comprendía porque estos eran los recintos murados en la parte exterior de la fortaleza, con la
entrada en la plaza fortificada y salida al campo, y en los cuales solían
guardarse el ganado.
LA PESTE Y LA PUERTA DE SAN
BARTOLOMÉ
Viene esto a cuento de la
desparecida Puerta de San Bartolomé, que no debe confundirse con la
comentada el domingo anterior de Puerta Nueva. En el Cerro de los Palacios,
luego llamado de San Bartolomé, este espacio murado se desarrolló entre calles,
corralones, viviendas en forma de palacios y viñedos hasta el levantamiento de
la ermita dedicada a este apóstol. Muy cercana al campo, esta puerta cerraba la entrada Y, para
ilustrarnos de este cerramiento, con motivo de la peste el 15 de junio de 1649,
y para evitar el gusano de los montes
que destruía la bellota de los montes y el ganado, se echaron conjuros; el
regidor don Luis de Quesada Méndez llamó a fray Juan de Valdivia
de la Orden de San Francisco. Este se ofreció y se le buscó
cabalgadura y gente, que le acompañara; también el fraile pidió que el
ayuntamiento de la ciudad votase el conjuro al santo que quisiese; y, así, lo
hizo con San Antonio de Padua “y así lo exige como abogado de esta imprecación”
Le dieron cien reales al padre fraile y
otros tantos de limosna al convento de San Francisco por las misas que
se tenían que celebrar. En estos tiempos de peste, se colocaba esta puerta en
el barrio de San Bartolomé que llegaba a una era que había donde hoy sube la
carretera y camino de Rodahuevos (deformación de Rodajuelos). Allí estaba la
casa de Sebastián Ayna, donde se colocaba la puerta enfrente de la ermita de
San Bartolomé. Se abrió, en concreto, en la peste de 1600 a través de un
adaverjo y un camino, que en su último trayecto se dirigía por otra calle empinada a la Puerta Nueva. Era
el lugar por donde salían los trabajadores a las labores del campo y,
desde el alba hasta la oración de noche, permanecía abierta. Por lo
tanto, la Puerta Nueva de la Muralla del Aire hizo en siglos anteriores de Puerta del Campo para
el recinto fortificado de la Mota, pero la puerta de San Bartolomé hace
referencia a la del Barrio de San Bartolomé debajo de la Mota. Y no
debe confundirse. Pues el barrio por la parte alta de San Bartolomé se
denominaba de Puerta Nueva.
LA
PUERTA DE LA PEÑA HORADADA Y LA DEL
HIERRO
Las puertas jugaron también una función
esencial de control de los pasajeros. Ya sabemos que les impedían la entrada en tiempos de peste o
epidemia, por simples razones sanitarias. Bastaba que avisaran de Granada, el
presidente de la Chancillería, para que colocaran puestos de guardias en ellas,
se limpiaran las calles, se fijaran carteles con el nombre de ciudades
apestadas, y, en la misma puerta, se encendiera una vela, de noche para
iluminar su acceso e impedir que entrara cualquier persona. Esto se
cumplía a rajatabla, y rara fue la peste que
ocasionó muertos en la fortaleza alcalaína. Podemos decir que la ciudad fortificada de la Mota se
salvó en casi todos
los siglos anteriores al XIX menos algunos muertos aislados de extranjeros,
forasteros o vecinos del campo. En otras ocasiones, se cerraban para
impedir cualquier ataque imprevisto de los enemigos musulmanes o
franceses en tiempos de guerra o, de algún que otro monfí o
bandolero en tiempos de paz.
Ambos responden a los últimos
supervivientes de las guerras, que se echan a estas sierras
subbéticas y se dedican a saltear cortijos, otros se agrupaban con los
evadidos de la justicia y campaban en libertad sin sujeción alguna a
ninguna autoridad. Los primeros, que los hubo, fueron perseguidos por los años
ochenta del siglo XVI, por las autoridades- el corregidor, los
regidores y guardas de campo- tras las guerras de los moriscos en varias
ocasiones; los bandoleros, solían recorrer las sierras de Frailes, el
Castillo de Locubín y San Pedro, siendo perseguidos por las autoridades, sobre
todo en el siglo XVII y XIX.
Volviendo a las puertas, cuando la Mota
ya se hallaba casi abandonada, las únicas que servían era la Peña
Horadada, para controlar la salida de los campesinos al laboreo por la Mota, y,
en la nueva ciudad, la de los Álamos y la Fuente Tejuela, luego la de las
caserías de los Valencias o la Cruz de los Moros.
No
se mantuvieron siempre con el mismo nombre, ni las mismas puertas pervivieron
con la utilidad. Pues, entre las desparecidas, en 1582, era muy importante la
de la Peña Horadada, para todos los barrios del derredor de la Mota, San
Sebastián, San Francisco, San Bartolomé y para la salida del campo; recibe el
nombre a una peña, donde se libró una escaramuza entre unos musulmanes y un
miembro de la familia Aranda, que clavó la lanza Hazconada en una peña (y como
vulgarismo le dio el nombre deformado de Peña Horadada, por la cueva de su
subsuelo). Otra puerta de arrabal, la del Aire, perdió algún prestigio en este entorno, por los pocos vecinos del
Bahondillo en siglos pasados, también llamada la puerta de Santiago o de La
Pescadería; era un arco apuntado,
que actualmente ha sido por una puerta enrejada, albergado bajo un cubo de la muralla
con un suelo enladrillado de espinapez. Como puerta poterna y de entrada de
carruaje, cercana a la puerta se encontraban las Caballerizas del Abad.
Cercana a la muralla por la cara a los
arrabales nuevos, se encontraba otra puerta. Y algunos llegaron a darle el
nombre a la Puerta de la Mancebía- Se presentaba como la del primer cerramiento de los barrios del Albaicín
y Entrepuertas. Pero esta puerta,
no se conserva, y tan sólo se observa un arranque del arco antes
del tramo ascendente delante de la Puerta de las Lanzas. En un documento del
escribano Alonso Ramírez de Molina, por fin, se ha encontrado con el nombre de LA PUERTA DEL HIERRO. Aparece en una
escritura de censo de 12 de enero de 1566 que realiza el zapatero Lázaro
Rodríguez, junto con su esposa Ana Martínez de Pareja, con el regidor Pedro
Hernández de Alcaraz en 1566 (legajo 4720 folios 86-89). Para avalar esta
operación hipoteca y pone a disposición sus casas.
Se hallaban estas
casas
y tiendas, con cuatro morada, encima, que nos los principales tenemos en la
calle de los zapateros de esta ciudad, linde por abajo con casas de la viuda
de Juan Martínez y tienda de Pedro de Martos, e por arriba la calle del Albaicín
hasta dar a una calle que le dicen de la Puerta el Hierro.
Por lo que este tramo de la calle de Entrepuertas se
llamaba de Los Zapateros, y nos ubica LA
PUERTA DEL HIERRO en el tramo que denominaba a su calle.
PUERTA
DEL RASTRO
Al otro lado de la muralla
del Arrabal Viejo, estaba el Rastro, lugar destinado para vender la
carne al por mayor. Desde allí se edificó una calle en 1576 hasta el Matadero y
desde este se dirigía otra a la Puerta Nueva. Además, otra calle, en
forma de anillo y foso, iba desde la puerta de Martín Ruiz hasta la
de Santiago y continuaba pasando por el Rastro. Este
matadero se realizó, en los primeros decenios del siglo XVI, la mayor obra en
1556. Todavía quedan sus cimientos y caja de estanque en una de las fincas de
olivar del arrabal. Se componía de un corral cercado, donde en un gran patio se
recogían los ganados, provenientes del Corral del Concejo, situado a las
laderas de los Llanos, para sacrificarlos antes de ir a la carnicería, patio al
que se accedía por un portón o portada, y se encontraba con algunas galerías de
arcos para protegerse de la intemperie, empedrado y con un pozo en su interior
junto con casa de encargado.
Al
Rastro se llegaba también desde el arrabal de san Bartolomé por un
camino empedrado y desde el Arrabal Viejo por una puerta, llamada del Rastro, y
que se componía de varios arcos restaurados en 1556 en forma de portales para
guardar el ganado. Esta puerta, junto a la torre del Pico y la muralla del
Rastro, no se conserva, salvo un
arranque recientemente descubierto en las excavaciones recientes, comunicaba, a través de las calles de la
descendida y la del Matadero con el Rastro, el matadero, la Puerta Nueva y con
la alhóndiga, donde se comercializaba el trigo, el vino y el aceite, una
especie de lonja muy famosa y necesaria, que se instituyó en tiempos de Felipe
II para controlar el precio y el abastecimiento de los principales alimentos.
Era uno de los muros menos consistentes de la ciudad, porque tuvo que ser
reconstruido en 1591, y además fue el sitio por el que conquistó la fortaleza
en su primer momento. Si nos remontáramos al final de la época
musulmana y a los primeros años de la conquista, por este lugar de la muralla,
que tenía poca altura, se introdujeron
las tropas de Alfonso XI hasta llegar a la torre de la Cárcel el 20 de diciembre
del año 1340 e inició la conquista de
Alcalá de Aben Zayde, según el
manuscrito de don Antonio López de Gamboa,
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