A principios
de siglo, se extendió por todo el territorio alcalaíno una gran epidemia de
peste que obligó a las autoridades locales a tomar medidas severas para
controlar la salida y entrada de la ciudad. Tan sólo, se permitía la entrada
por las puertas Villena y la de los
Arcos. La salida de los trabajadores al campo se controló exhaustivamente, lo
mismo que la marcha de los jornaleros temporeros a las campiñas cordobesa y
sevillana. Según el acta de 17 de
abril de 1600 del Libro de Cabildos del
Ayuntamiento de Alcalá la Real, este año
no pudo celebrarse la romería alcalaína al cerro de la Cabeza, porque los
munícipes prohibieron a los vecinos acudir a la romería por no contagiarse con
la epidemia de peste[1].
“ Se ha entendido que muchas personas,
vecinos de esta ciudad, están prevenidos, y con determinación de ir a la fiesta
de Nuestra Señora de la Cabeça, y a la feria de Guadajoz a comprar ganados, y
que a estas partes acude mucho concurso de gente y hay lugares circunvecinos
que están enfermos y apestados, y de donde acudirá gente por ser campo de donde
no puede haber que se regle, y, de yr podrá resultar, de la comunicación de
unos con otros, enfermar los que de aquí
fuesen y causar daño a esta
república. Y para lo obviar se manda que ninguna persona vaya a la dicha fiesta
y feria. Con apercibimiento de que no se reciban ellos, y los ganados que
truxeren, y así se pregone”.
Hasta 1605, se
prolongó una sequía que conllevó una carestía de pan, y la imagen de la Virgen
fue llevada a la ciudad de Andujar para que se hiciera una rogativa.
Pero, no todos
los años de este siglo ofrecieron este aspecto tan deprimente para la romería,
sino que esta se desarrolló de un modo normal y, como la describen algunos
escritores de aquellos años, con algunas novedades.
Todos los
devotos y los cofrades de todas las ciudades, como es lógico también los alcalaínos, solían entrar el Viernes por la
tarde por la Torre Tocada de Andujar, donde los recibían y esperaban los
vecinos de Andujar asomados a las ventanas. Iban a caballo, a pie y en alguna
que otra carroza las mujeres. Los recibían
en el Puente de la Pontanilla el sábado,
lo mismo que los despedían el domingo en
medio de un colorido imponente y lleno de concurso y vocería de personas. Por la ciudad una capilla de música del maestro Santa María solía cantar
la Letanía y las coplas de la Concepción
acompañada con un estandarte de de la Virgen de la Cabeza y las andas que portaban
al pastor. Es la única voz que conseguía
acallar aquella muchedumbre Las cofradías solían ir acompañadas de chirimías, atabales, trompetas
y pífanos, entre banderas extendidas y
estandartes, según el escritor Manuel Salcedo, se parecían a los escuadrones de
soldados precedidos de la escuadra de música. Allí se confundían con los
caballeros diputados, tocados de bandas rojas y los miembros del cabildo
municipal de bandas verdes, además de los vestidos de los alguaciles y
oficiales de la ciudad.
Salían de la ciudad de Andujar por la alameda, hasta tomar el camino por la Viña Vieja, san
Mancio, santo Domingo y san Ginés, y por
los barrancos Alcaparrosa, y Fuente del Madroño, llegaban al río Jándula, y, en
`pasando su puente, llegaban lo más áspero y penoso, del camino, lleno deun colorido
sin igual por el color diverso de los vestidos
y saliendo al encuentro los lisiados y los pobres pidiendo limosnas. Abundaban los
ciegos que cantaban romances anónimos,
los ventorrillos se llenaban de lisiados y enfermos. Había gente con instrumentos de pitos, trompetas y
pífanos, gente conversadora, penitentes con trajes de nazareno por promesas, y al llegar al alcornocada, se divisaba de
cerca el santuario; y todo
el mundo gritaba n gozoso.
El sábado por la mañana, la cofradía como el
resto de la romería extendía su tienda
grande en una zona asignada por el
diputado, armada con guindalera y maromas. La tienda sobresalía con su lienzo encerado de
altura crecida y desproporcionada, girando de un mástil de pino y fijada con
clavos de hierros ofreciendo un espacio amplio que se adornaba con las banderolas,
fámulas y gallardetes. En su interior
colgaban la volatería, la caza y demás alimentos, y , en lugar muy importante, el gallardete y pendón carmesí, en su exterior
la puerta estaba protegida con dos arcabuceros, y a las afueras encendidas
fogatas para asar las viandas, con el peligro de ser robadas en el mínimo
resquicio de tiempo. Y en palabras de Manuel Salcedo la tienda de Alcalá se
enmarcaba en este bello cuadro “A la
falda del monte en aquellos vallecillos y llanadas, están puestas a trechos no
muy distantes las tiendas de campaña de
las Cofradías en sitios conocidos. Estas como grandes, y de altura
crecida y desproporcionada, con lo primero que se viene a la vista, y lo que al
punto despierta la curiosidad y el deseo de verlas sin tardanza”[1]
A la
hora de las Vísperas, tras el toque de campanas, salía la cofradía de Alcalá hacia el
santuario y marchaba en procesión con los cofrades vestidos de blanco y su gallardete
de rojo carmesí, con el escudo de la
ciudad y la imagen de Santo Domingo en
un lado y por otro la Virgen de la Cabeza, costosísimo y muy pesado por el oro
y bordado, de modo que tenía que ser portado por varias personas en su recorrido
y ayudado con varas, en medio de muchas
personas con vestidos variados, puestos de mercería y hombres realizando
ingenios de diversión los más inauditos. Era frecuente que los ministriles y las
capillas de muisca de la Abadía de Alcalá la Real, las que debían acompañar con
su cantos, pífano, chirimía y atabal a
la cofradía, al mismo tiempo que las panderetas, pitos y otros instrumentos de
metal, viento y percusión sencillos entre el resto del pueblo., La cofradía le
tocaba sus canciones y le alzaba el estandarte hacia el cielo. Y, tras entrar a
la iglesia, se llevaban a cabo los rezos de las Víspera de la Asunción.
En el
domingo, junto todos los romeros de la
tierra presenciaban la misa a fuera del santuario porque era ingente el número
de asistentes a la misa de romería, ya que se edificó un balcón desde se
colocaba el altar para decir a misa a todos los romeros. .
En la procesión
marchaba la cofradía de Alcalá y sabemos que, en los últimos decenios de
siglo, seguía ocupando el puesto 22º, entre
Martos y Écija y la de Arjonilla ocupaba el 69 por propia iniciativa. La
precedían de Andujar, Colomera y Arjona, Lucena, Aguilar, Antequera, Almodóvar,
Almagro, Córdoba, la Rambla , Osuna,
Ciudad Real , Iznájar, Baena, Úbeda, Rute, Cabra., Bujalance, Baeza y Teba; y seguida de Montoro , Torredonjimeno,
Torres, Alhama. Loja, Archidona, Monturque, Alcaudete, y Mancha Real, Bailén,
Pedrera, Estepa, Guadix, Castro del Río, Priego, Baños, Mengibar, Vílchez,
Linares, Torrenueva, Valdepeñas, Puente Gonzalo, CañeteCañete, Villacarrillo, Lopera, El Carpio, Cazalilla, Santiago, Huelma, Almadén, Villafranca, Íllora, Montilla y Montemayor, Espejo, Torrecampo, la Hinojosa, Montalbán, Cambil Alhabar, Luque, Vélez-Málaga, Hernán Núñez, Montefrío, Benamejí, Arjonilla y no asistían las de , Puertollano y Jaén, según expone Manuel Salcedo en su conocido libro.
También se mantenía la costumbre de los diputados y mayordomo de Andujar ir vestidos con trajes blancos, bandas rojas y bastón rojo, (el diputado con sombrero y y roquete blanco). Los cofrades solían ir vestidos de roquetes blancos y se cubrían la cabeza con unos tocadores de lienzo blancos con puntas, los cuales se recogen con una toalla atada con una cinta de seda, que ciñe y aprieta el tocador de la cabeza, y se tienden los cabos de la toalla por las espaldas del hombro hasta la cintura. Era una costumbre que se usaba desde el principio en la cofradía y se cumplía a rajatabla por los cofrades que no permitían que se acercara nadie con ellos al santuario sin esta vestidura, porque lo consideraban un símbolo de pureza. Luego fueron cambiando con una túnica blanca que podía confundirse con la de los sacerdotes, y finalmente, dio lugar a que finalmente mantuvieran los vestidos ordinarios, pero de color blanco par dar sensación de estar inmersos en la pureza de María y los cofrades de las poblaciones, los más ricos, venían con roquetes bordados. También imitaron la fiesta en sus ciudades, el domingo siguiente con la fiesta de la octava vestidos con este roquete blanco. .
Por un documento de Protocolos de Alcalá, comentábamos:
“Comenzaba prácticamente, este conjunto de fiestas con la Romería de la Virgen de la Cabeza, a donde acudían los romeros con unos atuendos entre los que predominaba unos sombreros de fieltro y tafetán blancos. Los hermanos de la Virgen de la Cabeza eran, en su mayor parte, ganaderos y solían celebrar corridas de toros a lo largo del verano, y sobre todo en la segunda semana de septiembre con el fin de recaudar fondos para dicha cofradía” . En concreto el sombrerero Juan
[1] SALCEDO OLID, Manuel Panegírico
Historial de Nuestra Señora de la Cabeza de Sierra Morena”. Págs. 277-279,
libro impreso en Madrid por Julián
Paredes en Madrid en 1677.
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