SIEMPRE HUBO INDULTOS.
Una historia de perjuros
Con motivo de la reforma agrícola de Carlos III, se repartieron muchas tierras de propios y realengo, para que pasaran a los colonos alcaláinos. El rey estaba esperanzado de que la nación
prosperaría con los nuevos propietarios y campesinos; por otro lado, los nuevos
labradores se afanaba en romper montes por doquier quitando encinas y el monte bajo. Pero no se quedaba
esta política en las buenas intenciones que promocionaba el espíritu real,
sino que muchos aprovecharon cabezadas de fincas y sitios comunales para añadir
a las nuevas tierras. Era un desastre total; no podían los ministros de la
justicia parar aquel atropello ecológico a la naturaleza.
Por las sierras
castilleras, se repartieron varias tierras a colonos de la villa y estos, como
muchos otros, se excedieron en sus
propiedades dando lugar a que interviniera la justicia. Participaron de estos abusos muchas
personas, pero cogieron con la mano en la masa a dos personas. El corregidor
llamó por testigos al escribano Antonio
Gutiérrez, escribano, y Ana Iñigo mujer de Emeterio de Paradyso. Pero el asunto se complicó,
porque llevó ante el juez a Cristóbal de Abril, Pedro Aguayo Juan Carrillo,
Cristóbal Marcelino Pérez, Francisco Javita Hidalgo, Manuel Pérez el mayor y el menor fueron sobornados por
aquellas personas imputadas a las que les prometieron las primeras pagas de las rentas de sus
fincas y, al ponerse el escribano a
redactar el auto, desistieron de las
dos anteriores acusaciones y por haber
recibido sobornos. No tuvo el juez más remedio que llevar a los sobornados a la
cárcel. Pero mira que por donde que, mientras permanecían entre rejas, un pregonero les anunciaba que se celebraba
una misa de rogativa por el parto de
la Reina e iban a dar un indulto
general. Todo quedó en agua de borrajas.
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