sábado, 11 de enero de 2025

LYSANDRO

 


 

                                               I

 


El espartano Lisandro dejó tras de sí una gran fama de su persona, conseguida más por la buena suerte  que por su valor. Pues parece haber acabado con los  atenienses que llevaron la guerra contra los espartanos que mantuvieron durante 26 años. No se oculta con razón cómo consiguió esta victoria. Pues, no por el valor de su ejército, sino que lo consiguió por la falta de disciplina de sus adversarios, que, porque no obedecían a sus jefes, según lo dicho, dispersados en los campo, y abandonadas sus naves, cayeron en manos  de los enemigos.

Hecho esto, los atenienses se entregaron a los espartanos.  Lisandro,  ufano de esta victoria, habiendo sido siempre enredador y osado, de tal modo  soltó sus riendas a las  pasiones  que  los espartanos se hicieron por su culpa muy odiosos a toda Grecia. Pues, como los espartanos hubieran ido diciendo que el motivo que  ellos tenía para hacer la guerra era echar abajo  el desenfrenado dominio de los atenienses, después que, junto al río Egos, Lisandro se apoderó de la armada de los enemigos, no maquinó otra cosa que el mantener bajo su dominio a todas las ciudades, simulando que el mismo hacía esto a favor de los espartanos. Pues, una vez echados los que se habían puesto de parte de los intereses de los atenienses,  había mandado  diez vecinos en cada una de las ciudades, para delegarles el más alto mando  militar y el poder de todos los asuntos. Nadie era admitido  entre estos, sino el que mantuviese con él la correspondencia de hospitalidad o al que le había hecho juramento de estar en todo a su disposición. 

                                    






                                                                  II

 

Una vez establecido el poder del decemvirato  en todas las ciudades,  con una simple señal suya todas las cosas se gestionaban. Acerca de su crueldad y su perfidia, basta exponer un solo asunto a modo de ejemplo, con el fin de no fatigar a los lectores con la enumeración de muchas cosas más.  Al regresar vencedor de Asia y  tras  haber torcido el camino  hacia Tasos, que era una ciudad muy fiel  con  los atenienses,  -como   si     no solieran  ser  los más firmes amigos los mismos que habían sido los  perennes enemigos- deseó ganarla para si. Pues vio que, a no ser que hubiese ocultado su intención en esto,  sucedería que  los de Tasio huirían   y  se preocuparían por sus propios intereses.

                                III

 Así pues, los lacedemonios quitaron el poder de los decenviros organizado por Lisandro. Irritado  por este hecho doloroso tomó la resolución de quitar a los reyes. Pero el se dio cuenta que el mismo no podía hacer esto sin  la providencia de los dioses, porque  los espartanos acostumbraban a consultar todas las cosas a los oráculos. En primer lugar intentó sobornar al oráculo de Delfos.

Tras no poder conseguir esto, se dirigió a Dodona. Fue rechazado también de este lugar y dijo que  el mismo había hecho votos de presentar algunos dones a Júpiter  Hannón y que tenía que cumplirlos, creyendo que el mismo sobornaría  a los africanos con mayor facilidad.  Habiendo marchado con esta esperanza a África, los sacerdotes de  Júpiter lo engañaron. Pues no solo pudieron ser  sobornados, sino que enviaron legados a Esparta para acusar a Lisandro, porque intentó sobornar a los sacerdotes del templo.  Fue acusado por este delito y absuelto por las sentencias de los jueces;  tras ser enviado en ayuda de los orcomenios,  fue matado por los tebanos cerca de Haliarto.

Con cuanto fundamento  verdaderamente hubiera sido juzgado,  sirvió de prueba una sentencia   -que  tras la muerte fue encontrado en su casa,-  en el que persuadía a los espartanos que, una vez disuelto el poder, fuera  elegido como jefe para llevar a  cabo la guerra, pero esta frase fue escrita de tal manera que  parecía que estaba conforme con los oráculos de los dioses, los cuales no dudaban lograr   confiando en su dinero.  . Se dice que Cleón de Halicarnaso le e había escrito esta sentencia.

                                  IV

Y en este asunto no debe pasarse por alto el hecho de Farnabazo, rey sátrapa. Pues, como  Lisandro, siendo jefe de la armada, hubiera cometido muchas  cosas con crueldad y avaricia y sospechase que sus propios paisanos habían tenido noticia de algunas de estas cosas, pidió a Farnabazo que le  diese un testimonio para presentarlo a los éforos, con cuánta veneración  había llevado a cabo la guerra y se había comportado con los aliados y  que escribiera sobre este asunto sin cuidado alguno, afirmándole que grande sería la autoridad de Farnabazo en este asunto. Le hizo promesas generosas a este;  escribió un libro muy difuso, que le pudiese servir de testimonio  con muchas palabras, con las cuales lo ponía sobre las estrellas. Tras haberlas leído y aprobado este libro, al tiempo del poner el sello, puso debajo otro firmado  de  igual tamaño, y  tan parecido  que no podía distinguirse, en el que él  había acusado con descuido su avaricia y perfidia. Lisandro  tras haber regresado a su patria y después que  había hablado  lo que había querido sobre la gestión de sus asuntos  ante el más alto magistrado, le entregó como  testimonio  el libro dado a Farnabazo.

 Habiendo hecho retirar el libro  a Lisandro, después de haberlo leído,  ellos mismos se lo dieron para leerlo. Así pues, el mismo Lisandro, por ser imprudente, fue su propio acusador. 

 

 

 

 

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