PACO
MONTAÑÉS
Conocer
a una persona desde sus primeros pasos de su historia conlleva tener un punto
de referencia para valorar su trayectoria
y el éxito de unos augurios
anunciados. En sala de exposiciones de
la Antigua Escuela de Magisterio, se presenta la exposición de Montañés, dentro
de sus objetivos culturales, como “la
promoción artística de creadores giennenses. A través de iniciativas
como esta exposición, se persigue también acercar el rico patrimonio que genera
nuestro ámbito cultural más inmediato a la sociedad y a nuestra comunidad
universitaria, fomentando sentimientos de identidad y de pertenencia”. Paco
Montañés, sin embargo, ya es un artista
consagrado del mundo pictórico por ser uno de los pintores más reconocidos y
laureados de su generación. Es un jienense nacido en la tierra del Dios de la madera,
Alcalá la Real (Jaén), en la que tuvo la fortuna de ser heredero de los
maestros antiguos y una formación artística plagada en éxitos y reconocimientos.
Si comparamos los
primeros pasos desde su infancia (de la que tuve el honor de palpar con una de
sus obras en un dibujo artístico), la exposición de estos cincuenta y siete dibujos consagra a un
pintor, que consigue la armonía y a la belleza de la obra, siempre en silencio
y la rememoración de los clásicos como el esclavo de Miguel Ángel, ninfa. o
Ángel de Leonardo. Con la naturalidad en
el dibujo, podemos percibir las fuentes
de su sólida formación a partir
de la tradición europea, así como su contacto con el mundo oriental. El propio Montañés lo manifiesta: “sus primeros recuerdos al
entrar en el Museo del Prado, con diez años, se hallan en el Greco y en el
exceso de sus paños y sus rostros, y en Tiziano y sus carmines. Más adelante,
ya adolescente, recuerda cómo acudió a Velázquez, a Murillo o a Rubens, entre otros
grandes maestros, cuando se enfrentaba a pintar una buena cabeza, a plantear un
paisaje o a expresar el movimiento de unas manos”. Pero este clasicismo
rezuma pasión y entrega, una depurada y
serena técnica de su obra, y una excelsa
sencillez de trascendencia a la esencia de la producción artística. A lo
largo de la exposición queda perfectamente aclarada que su obra, según escribe
Pedro Galera en el catálogo, responde: “El respeto -el venerabilísimo,
diría- hacia los grandes maestros del arte que le precedieron, confeso por el
artista, lo acerca a esa idea de natural continuidad con que entiende el arte
mismo. Idea que, por otra parte, enlaza con el peso de la filosofía taoísta en
el pensamiento de Paco Montañés a raíz de su temprano viaje a Japón y
posteriormente a China, India y otras regiones del continente asiático”. En
este caminar artístico y vivencial del artista alcalaíno, su obra es un
exponente claro y evidente de “la
energía de la figura en el trazo limpio y firme del dibujo, que emerge desde un
fondo nebuloso y magmático como una aparición”. Como el cartel
de la exposición manifiesta, su obra se aclimata a la base de la
producción artística: “El dibujo, procedimiento básico del quehacer
artístico, adquiere, si cabe, mayor fuerza cuando se libera de su función
subsidiaria para otras manifestaciones artísticas, pintura, escultura o para
las llamadas artes decorativas, y se erige en género propio”. Paco Montañés
parte de una metodología, que domina en
todo tipo de materias con las que se enfrenta a sus dibujos y sus lenguajes
diferentes , (acuarela, punta de plata, carbón prensado,
sanguina, pastel óleo, gouache o su mezcla de ellos) gracias a la versatilidad de su mano. Como dice Mario Alcaraz: La explícita línea del
lápiz, tan determinada, contrasta con la mancha suave, sin bordes. El dibujo
italiano, la pintura china y japonesa, el dibujo de Fortuny, Holbein o Menzel…
y Velázquez sobrevolándolo todo, como pájaro solitario. Todas estas influencias
están presentes, sin ruptura, en el lenguaje de Montañés y pueden rastrearse en
esta exposición. A ello hay que
añadir el trabajo de la luz que envuelve
cada una de sus obras “ el artista
nos muestra la claridad mental con la que trabaja, siempre consciente de la luz
y su valor pictórico, expresivo y profundo. La elección de una u otra manera de
realizar la obra es una cuestión de necesidad artística, de búsqueda de la
expresión adecuada, de un estado de ánimo o de una experiencia interna, del
juego trascendental de la pintura”.
Además esta metodología
está basada en el recuerdo y las emociones vividas y en la transmisión de su mano ejecutora mediante
una simbiosis perfecta entre creador y espectador que Montañés comparte
fielmente. Por lo tanto, el pintor
alcalaíno consigue que cualquier rostro, cualquier cuerpo, sea un enigma
cargado de infinitas evocaciones poéticas para el ojo curioso que sabe ver. Y
con el dibujo obtiene el siguiente
efecto que señala su compañero y amigo:
Más que proteger los dibujos a sanguina y carbón de cualquier daño —su
prosaica finalidad— me parece que ese velo está ahí para cautivar la mirada y
establecer el clima adecuado para el encuentro con la belleza.
A través de Isabel Erisman,
Kokóshnik, el monje Aoyama, Akemi, Ana, Guan Yin, Hernán Cortés Moreno,
Anastasia Boiko, Calisto, Aisteimelesa, Magdalena, Anastasia, Ros, Calisto, Ishen, Guan Guan o Mario Alcaraz u otros personajes anónimos, sus
dibujos ofrecen un largo caleidoscopio
de la existencia humana que abarca desde
la reflexión de las edades del hombre hasta la
proyección de las diferencias de sexo, países y culturas sin faltarle la
vida, con el sello de su calor humano,
ni el recuerdo ni la evocación de sus
vivencias. A esto hay que añadir, que dentro de estos personajes podemos
percibir la ternura infantil, la elegancia juvenil, o el respetuoso e rostro de
los mayores; sin olvidar la sensualidad y la sexualidad ni el exotismo de los otros ni la rememoración universal de los clásicos,
con figuras como el Laooconte o la sacerdotisa de Vesta.
En la exposición de Jaén, Paco Montañés consigue ser, como dicen sus críticos, ser un pintor que dibuja, y mucho, como lo han hecho los grandes maestros del pasado y donde la pintura y el dibujo están tan unidos en cada uno de sus cuadros. De aquel dibujo a la pluma que pintó en su adolescencia hasta la vida y emoción de los retratos, esta exposición refleja que un artista nace pero que se acrecienta con su dominio y el sentido heideggeriano del dasein, ser para existir, en este caso estético.
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