I
Cimón, hijo de Milcíades, natural de
Atenas, tuvo un duro comienzo en los primeros años de su juventud. Pues no
habiendo podido librarse su padre de una multa de 50 talentos en que había sido
condenado por el pueblo  y, por este
motivo, habiendo  fallecido  encerrado en las cárceles públicas, Cimón se
veía encerrado  con la  misma custodia ni podía librarse, según las
leyes de los atenienses, a no ser que 
pagase el dinero con el que su padre había sido castigado. Por otro
lado, se había casado con una hermana hija de su padre, de nombre Elpinice,
llevado no más por amor que por la costumbre de Atenas. Pues estaba permitido
que los atenienses se pudieran casar con las hijas del mismo padre. Cierto
Calías, deseoso de este casamiento, no tan noble como adinerado, porque había
hecho gran cantidad de  dinero procedente
de las minas de  metales, trató con Cimón
para que se la diera en matrimonio, diciéndole que si la hubiera conseguido, el
mismo pagaría el dinero por  su
salvación.  Como Cimón no admitiera una
condición de tal catadura moral, Elpinice dijo que ella misma  no permitiría que muriera un hijo de
Milcíades en la cárcel pública, puesto que podía impedirlo, y que  ella en persona  se casaría con Calías, si cumplía las
promesas que había puesto por delante.
                                            II
 Cimón fue liberado de esta cárcel por este
medio y rápidamente llegó a ser el principal de los ciudadanos en autoridad.
Pues tenía bastante elocuencia, la más alta nobleza,  y una gran inteligencia en el gobierno civil
y también en el arte militar, porque se había ejercitado  con su padre desde niño en el ejército. De
esta manera no sólo tuvo de su parte al pueblo de la ciudad bajo su poder,  sino también 
su autoridad  fue muy grande sobre
el ejército. Primero, siendo general, puso en fuga, junto al río Estrimón,  a las numerosas  tropas de los Tracios, levantó  la ciudad fortificada de Anfípolis y envió a
ella 10.000 atenienses en forma de colonos. 
Otra vez, junto a Micdale, apresó, tras derrotarla,  una armada de 200 naves  chipriotas y púnicas,  y tuvo igual éxito  en el mismo día por tierra. Pues, una vez
apresadas las naves de los enemigos, hizo desembarcar sus tropas y derrotó en
un solo combate una gran multitud de bárbaros. Tras apoderarse de un gran botín
por esta victoria, como quiera que regresara su país, porque  algunas islas se habían rebelado en aquel
tiempo a causa de la dureza de su mando, 
aseguró en su obediencia a las que eran bien afectas y  obligó a las desafectas a cumplir. Despobló a
Esciro, que, por aquel tiempo, la habitaban los dolopes, porque se habían
comportado con más obstinación que las demás; 
echó  a los antiguos pobladores de
la ciudad  y de la isla, y  repartió 
los campos entre sus  paisanos. Abatió,
con su llegada, a los de Taso, orgullosos por sus riquezas. Con los despojos de
esta guerra  la fortaleza de Atenas, por
su parte que mira al mediodía, fue 
adornada-
                                                     III
Por esto, siendo el que más sobresalía
entre los  ciudadanos, le fue objeto del
mismo odio , que habían sufrido su padres y el resto de los más principales de
Atenas,  por los votos de las tejuelas,
que llaman ostracismo, fue castigado con 
10 años de exilio. Se arrepintieron los atenienses de este hecho  con más rapidez que el mismo. Pues, no
habiendo puesto resistencia alguna a la fuerte 
envidia de sus ingratos paisanos, 
y habiendo declarado la guerra los lacedemonios a los atenienses,
inmediatamente se dejó sentir  la falta
que hacía su acreditado valor. De esta manera, cinco años después que había
sido expulsado de su patria, fue vuelto a llamar a ella.  Cimón, porque se valía del derecho de
hospitalidad de los lacedemonios, teniendo por más conveniente ir  a Lacedemonia, marchó, voluntariamente,  y ajustó la paz entre estas dos ciudades muy
poderosas.  No mucho después, fue
enviado  como jefe a Chipre con 200 naves
y , habiendo derrotado a una gran parte de la isla,  tras caer en una enfermedad,  murió en la ciudad de Cicio.
IV
 Los atenienses no sólo lo echaron de menos a
este  en tiempos de paz, sino también en
la guerra. Pues fue tan grande su liberalidad que, a pesar de que tenía muchos
terrenos y  huertos,  en muchos sitios, nunca colocó un cuerpo de
guardianes en ellos, para guardar sus productos, sin impedir a nadie  a que disfrutase de aquellos, que  cada uno quisiera. Siempre los criados  lo siguieron con monedas de dinero, para tener
que dar algo si alguna necesidad se le presentaba inmediatamente. Muchas veces,
como  viera a alguno, perseguido  por la fortuna,  mal 
trajeado, le  dio  su capa. Se disponía en todos los días tanta cena
que procuraba convidabr a todos los que veía en la plaza que nadie los había
convidado. cosa que acostumbraba hacer siempre. A nadie le falto, su palabra; a
nadie trabajo personal para servir a sus amigos; a nadie cuanto tenía en su
casa. Puso ricos a muchos, enterró a su costa a mucho pobres difuntos, que no
tenían con qué enterrarse por la cuantiosidad de las pompas fúnebres.
Portándose de este modo, no es de admirar que viviese con seguridad y que su
muerte fuese sentida por los ciudadabnos.     
 


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