DOMINGO CANO-CABALLERO HINOJOSA

Este domingo de Cuaresma, cercano a
la víspera de las lumbres alcalaínas de San José, subimos a la iglesia
sanjuanera. Era una cita ineludible y obligada. Asistíamos a la misa por el
alma del hermano difunto Domingo Cano-Caballero Hinojosa. No era una misa
dominical más, era una misa que compartía con Domingo en su ausencia. Durante
tantos domingos, nos habías acompañado en la tribuna del sencillo templo del
barrio alto que parecía que estabas presente sentado en la silla de enea del
lateral de la epístola del presbiterio. Me vino a la mente una fotografía que
compartiste, al posar delante del dosel del Cristo de la Salud, con otra
ausencia, Manolo Cantero, el técnico de sonido de la misa dominical. Era una
fotografía que nunca presagiaba tan pronto que podía subir a un obituario por
parte de los dos integrantes de aquella escena ante el Cristo de las
Senaguíllas.
Y, en esta mañana, te veía rodeado de
su familia- los dos hijos con sus correspondientes familias y sus parientes e-
en el primer banco del templo, otrora viceparroquia de Santa María la Mayor. Te
imaginaba acompañando al capellán de la cofradía, tu querido y vecino de barrio
Antonio Pérez Rosales, en las manifestaciones penitenciales del Viernes Santo
por la tarde, con tu andar pausado y sereno, tu porte señorial de familia que
hacía honor a tu apellido de caballero, mirando al Cristo por las calles del
barrio de San Juan y escuchando las notas de la Agrupación Musical, donde
participaban tus nietas. Nunca, te ausentabas a la cita del primer domingo de septiembre,
la fiesta pegujarera que compartías con los vecinos y hermanos del barrio,
desde los tiempos en los que se degustaba como aperitivo tras la función de iglesia
el garbanzo tostado y el vino peleón, mientras acudías a la votación anual de
la elección del hermano mayor, hasta el año pasado con tu hijo al frente de la
cofradía. Menos aún, faltabas a la procesión de la tarde, disfrutaban tanto de
que tu hijo alcanzara el primer puesto para guiarnos en la cofradía del Cristo
que tu traje se te quedaba cada vez más ajustado. Parecía como si fueras el
elegido para servir a esta cofradía de tu vida.
Parecida sensación hiciste realidad
portando, durante algunos años, la
insignia lígnea de cayado de pastor, emblema de la cofradía patronal de
Santo Domingo de Silos. Conservo tu imagen señera en la plaza del ayuntamiento
delante de la imagen del santo de Cañas acompañando al párroco de esta primera
parroquia de Alcalá. Detrás de ti, se muestra la portada del ayuntamiento, te
mostrabas no como un jubilado más de la empresa señera alcalaína de Condepols,
te manifestabas como hidalgo caballero de un pueblo con el que luchabais por
mantener esta devoción del santo liberador de cautivos en la frontera con el
reino de Granada.
Tu saludo
singular de manos no era el mismo que compartimos con otras personas. Reflejaba
un afecto especial, que querías fijar, en forma de sello con un especial
apretón, que indicaba el afecto y el cariño que querías transmitir. Remachabas
siempre los compromisos ante la solución de algún compromiso por solucionar con
esta firma peculiar. Te definía lo mismo que tu semblante y tu corazón
desbordado. Un corazón que sufrió un duro golpe con la muerte repentina de tu
esposa. Parecía que no te podías recuperar. Pero, siempre intentaste superarte
con el esfuerzo y eras un ejemplo de cómo se lucha ante la adversidad con el
ejercicio matutino en el centro municipal de salud, jugando y disfrutando el
agua de este receptáculo las Nereidas. Siempre
acudías a las citas de tu compromiso colectivo con la agrupación alcalaína de
los hombres de tu partido, defendías en las asambleas con ardor tus inquietudes
y las de los demás y siempre pensando en los más necesitados y en las necesidades
de los barrios con más carencias. Ejercías el compañerismo y camaradería con
todos en las rutas y viajes en los que disfrutabas acudiendo a defender tus
ideales o compartiendo los buenos momentos de celebrar la memoria olvidada con los
recitales literarios o la presencia en los monumentos.
Siempre nos brindabas tu casa, con
tus puertas abiertas, con la misma generosidad que se manifestaba en ese
corazón grande que envolvía tu corpachón de un buen hombre, un buen caballero que
me recordaba al primero que encontré en los archivos, un militar del siglo
>XIX, que había pasado la vida en las batallas y solicitaba una tierra para
trabajar. Más bien, me recordaba los antiguos caballeros del romance fronterizo
de Caballeros de Moclín:
Para tanto caballero/chica cabalgada es
esta;/soltemos un prisionero/que a Alcalá lleve la nueva;/démosle tales
heridas,/que en llegando luego muera;/cortémosle el brazo derecho,/porque no
nos haga guerra.// Descansa en paz tras el batallar de
la vida.
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