La oscuridad no es siempre la nada.
La noche invita a encontrar la luz. Siempre descubre algo que pasa
desapercibido con la intensa claridad de los rayos del sol. Las cuevas, los túneles
secretos, los pasadizos, las hoces, las simas de las rocas siempre te encierran
en un espacio que te asfixia. En muchos rincones de la tierra, y repitiendo las
mismas escenas de esperar la rendija de la luz.

Hace unos meses, una ruta por las
fuentes del agua de la ciudad de la Mota invitó a adentrarse a las entrañas de
la tierra. Se ascendió a su primer poblamiento encuadrado en torno a los Tajos,
el cerro de San Marcos y el paraje de los Llanos, en el punto de surgencia de
un manantial que encauza sus aguas a través del paraje del Cauchil. Curiosamente,
un lugar que se remonta a varios milenios de años como asentamiento humano
calcolítico, de una sociedad y cultura que dio los primeros pasos de la
agricultura tras su paso de su intensa actividad ganadera. Un viaje casetón construido a la manera
renacentista como los de las Salinas de Filique por el cabildo municipal a
mediados del siglo XVI cobija la red de distribuidora del manantial de agua que
surtió durante muchos siglos a los vecinos de los barrios del valle de Alcalá
la Real. La noche convertía más cristalina y brillante el canal tallado a la
roca que se adentraba bajo las rocas de aquellas piedras areniscas, donde
manaban un excelente líquido filtrado por la piedra arenisca. A la entrada de
un túnel natural del casetón, un escudo aparecía con dos cuerpos, los cuarterones
del escudo de la ciudad que encuadran con castillos y leones a la llave de
Alcalá la Real, y, sobre él, una estela con
una leyenda ilegible, erosionada por esta piedra blanda que la humedad
hace más destructiva. Ambos, escudo y leyenda, denotan la mano de los
familiares sardos de la familia de Pablo de Rojas. Pero su inscripción
resultaba ilegible en su totalidad. Y la oscuridad la hacía más difícil de
descifrar. Pero mira por dónde vino la luz de la mano de las nuevas tecnologías
y pudo descifrarse aquella leyenda en gran parte “Esta obra mandaron hacer los señores regidores siendo corregidor el ilustrísimo
señor caballero, Pero Ponce de León, año de 1557”. Este descubrimiento
abrió los ojos y la interpretación de la distribución y red de agua, elemento
fundamental para los pueblos y las ciudades. Hizo comprender un lugar que
mantiene un léxico que se remonta a época romana como la Tejuela y abunda en
términos árabes (Cauchil, Hacho, era de la Barra, Azacayas…). Explicó que se
haya mantenido como un lugar de paso que se remontan al, trasiego poblacional
desde el Alto Guadalquivir a las tierras del Sur, a las campañas de invasión
desde Castilla hasta el reino de Granada. Y, como no podía ser menos, en su
entorno se vivió una gran diáspora hace ochenta y un años al tomar la ciudad de
Alcalá la real las tropas granadinas del coronel Muñoz.

No nos extraña que la oscuridad sirva
de luz y salvación para muchos que se cobijaron al abrigo de aquellas cuevas en
medio de torrenciales lluvias armadas de estruendoso aparato eléctrico, donde
cobijaron sus ganados- No es de extrañar que estas cuevas se mantuvieran de
refugio para los primeros bombardeos que soportaron los vecinos de Alcalá como
ciudad de frontera en la Guerra Civil.
Pues siguiendo el hito del agua, en
medio de la oscuridad de la noche., el agua se canaliza a través de la Corredera
del barrio de las Cruces hacia un depósito que distribuyó en los años veinte
del siglo pasado por primera vez el agua en los domicilios de las calles nobles
de la ciudad. Este depósito refleja otro estilo arquitectónico racionalista,
básicamente un mal imitador del neoclásico con estructuras dinteladas, gran
frontón, aletones y esquemático y simplista desarrollo de la portada. Este
depósito fue inaugurado en medio de un gran despliegue de exhibición y fiesta
como muestra de que el agua era la vida de muchas familias, al entrarse en las
casas y surtir de un modo perenne otros pilares. Acudieron todas las
autoridades y se exhibieron los scouts de aquel tiempo. Y curiosamente, aquel
depósito se convirtió también en punto de información de la memoria histórica.
Bajo sus estanques de depósito de aguas, incompresiblemente se reutilizó, para
albergar la sala de máquinas y llaves, otro antro reformado con una estrecha
bóveda de medio cañón, en la que no cabe apenas una persona a su ancho a lo
largo de la galería de entrada. Aquella galería era otro signo de la memoria histórica,
porque se utilizaron como refugio en los numerosos bombardeos que en la Guerra Civil
afectaron a Alcalá la Real. Desde el primer infringido al gobierno republicano
local, comprendido entre el dieciséis de agosto de 1936 y los que anunciaron la
toma de la ciudad durante la feria y últimos días de septiembre hasta los que
se repitieron años después hasta la finalización de la guerra sobre la
población que no acompañó a la dura espantada de casi cinco mil personas que
abandonaron en los primeros meses de la contienda civil la ciudad de la Mota.
Era inconcebible que la luz artificial iluminara aquel lugar, oscuro y casi
intransitable, que salvó a muchas personas. Pero otra vez la oscuridad anuncia
la luz de la salvación.

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