DESDE EL MIRADOR DEL ROSARIO
No
he recorrido todavía el derredor o el ruedo de la ciudad alcalaína desde los
todos miradores que describen su
anatomía urbana y social, y me he adentrado, excepcionalmente y en esta ocasión,
en el corazón de la ciudad moderna, en su eje radial de la calle Real. Es el
mes de agosto, y las circunstancias
atraen a todos al centro neurálgico de
este mes festivo por excelencia, a donde confluyen, por estas fechas patronales,
los alcalaínos del hoy y los del ayer, los que se mantuvieron ligados a su
tierra y a sus aldeas, y los que todavía
sueñan en acudir, durante estas festividades, a la ciudad que los vio nacer. Es fácil
encontrar, en esta calle, un mirador o un balcón que sirva de atalaya para
contemplar el paisaje urbano. Y no hay
que subirse a las terrazas de las casas, que antaño albergaban el convento del
Rosario, ni a las azoteas de las
mansiones de los hidalgos del siglo XVIII. Podríamos haber elegido la ramplona
tercera planta de la casa Pineda o el mirador de la casa del Pecado. Pero,
no hay necesidad de ello. La atalaya se
genera por la natura loci, la fisonomía del
lugar. La cuesta de la calle Real
no sólo te invita pronto a adentrarte
en la decumana alcaláina y rememorar un tiempo pasado, una etapa del caminar
humano y unas vivencias de un pueblo que
pasó su página de la historia, sino también te traslada, sin darte
cuenta, a un rellano elevado, como si fuera un altozano
desde donde puede contemplarse una postal única de la nueva ciudad de la Mota. Pues, en estos tiempos, ya ni la mayoría de
las casas mantienen su fachada de piedra de los Llanos ni la portada adintelada con su escudo de
nobleza salvo algunas escasas mansiones que se yerguen entre fachadas blancas
de pueblo andaluz o los bloques de pisos de los años setenta ; otras conservan
su escudo en medio de raros enfoscados;
las menos se renovaron y, al menos, mantienen la huella de aquellos famosos
maestros alcalaínos ( La Morena, Granados, Dominguito Sánchez o Candido García) que imitaron a otros lares, cuando visitaron
la capital hispalense con motivo de la feria internacional hispanoamericana.
Sin
embargo, una vez situados en el primer descansadero de la antigua plaza del
Rosario, la vista se dirige a un triángulo natural, que se muestra como una
alfombra del actual santuario de la Patrona. Con sus maceteros y parterres floreados,
los arcos de agua y los surtidores imitando artificialmente a los patios del
Generalife anuncian o hacen de pórtico del antiguo convento franciscano. Hay un
eje que a la vista focaliza, para
contemplar la mora del cántaro a través el canal de agua que te conduce a ella sin
quererlo. Y, eso, que inmediatamente te viene a tu memoria la postal del antiguo
paseíllo de la Mora con su arbolado, baranda y fuente, inundado de hombres con
sombrero cordobés y chiquillos de grandes camisones; o, te trae a tu presencia los recuerdos de aquel antiguo
mercado de arquitectura de la posguerra tan típica de la Dirección Nacional de
Regiones Devastadas. No tiene mucho duende, pero la sonrisa etrusca de la moza
te cuestiona, te inquiere y no pasas de largo. Pues esta mora petrificada te
interroga sobre una leyenda que no existió, sobre un pasadizo nunca encontrado, sobre una
fuente que se llamaba Mora Nueva por el fruto de su moral, ya que la
verdadera fuente de la Mora se encontraba en el camino de la Virgen de la
Cabeza junto a la casería del Cauchil. Son las vivencias de los pueblos, que
esculpen sus recuerdos en la piedra y luego deben trasladarse a sus arrabales
románticos.

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