Hay géneros de
la alimentación, que, por cierto, desconciertan a los propios vecinos cuando
los solicitan en una ciudad distinta a la suya. Pues cambian de la denominación
usual de un lugar a otro. Si se acude a Alcalá la Real, de seguro que
no le darían nada, en el caso de que se pida en un desayuno con una ración de
tejeringos (Y, eso, que aquí no se expanden al peso). Probablemente la norma
del lenguaje ha cribado este término tan extraño y poco apropiado a la hora de desayunar cuando
uno se encuentra entre sueños. Sin embargo, si pide chocolate con tallos, no le
ofrecerán nada floral. Una buena ración de churros aparecerá sobre el mostrador
en un rincón de la calle Prudencia Ratia, en el establecimiento de Antonio
Serrano, Desgraciadamente, una sola vez suelo acudir al mes, por eso del
colesterol y los malditos achaques
hepáticos y biliosos, y denoto que falta
algo o alguien en esta buñolería. Alguien
con el que mantenía una cordial conversación, siempre que pasaba por este sitio
que huele a aceite quemado y chocolate
caliente. Me refiero a su antiguo propietario Antonio Serrano. Una persona
encantadora, que pasó por la vida con su porte machadiano del mundo rural andaluz, muy lejos
del petulante don Guido. Era un autodidacta, con los estudios básicos, pero
siempre pensando en el progreso, sabiendo distinguir la paja del trigo en la
revueltas del momento histórico (desgraciadamente,
abundantes en estos sus últimos años) y
manteniendo la mesura en medio de la tormenta pasajera, porque era consciente de que
daría paso a un cielo azul y sereno, como siempre ocurre en la mayoría de los días de esta ciudad de
Alcalá la Real.
Entre sus
conversaciones conmigo, no me faltaba nunca la referencia a su estancia en Suiza; y me aludía a la
experiencia adquirida en la emigración al pasar por varios oficios de la electricidad hasta la jardinería luchando por
sus hijos y su familia, lejos de Alcalá
en aquellas frías tierras. Durante el transcurso de varias décadas de emigrante,
a Antonio se le forjó un espíritu europeo, que le daba un porte
especial y experto en sabiduría popular, que cualquiera lo confundiría con un centroeuropeo
si no se conocieran sus apellidos tan españoles,
Serrano y Sánchez. Además su pose, su ánimo y su manera de ser no se inmutaban cuando escuchaba críticas vanas o comentarios sin fundamento
sobre la pasajera realidad, pues le
gustaba fundamentarse y apoyarse en sólidos razonamientos. En voz baja, solía comentarme la noticia diaria de un ideario independiente nacional, del que era
siempre su cotidiano lector. Nunca se amilanaba ni se espantaba ante los que no
ven más allá de un metro de su vista. Siempre, se ponía a favor del lado progresista en las actuaciones del bien común y democrático al compararlo con otras épocas. Era un
demócrata de los pies a la cabeza, incluso en los momentos más malos de la vida
española.
Antonio labraba
su huerto y sus tierras, estaba orgulloso de los productos que sacaba de ellas.
No sé con seguridad, pero me refería
siempre con ardor rural por la calidad de sus aceitunas, su productos
de secano y algunas que otra fruta. Eran fruto de sus manos callosas y del
sudor a golpe de azada y del sacrificio
de la inversión de sus años en el extranjero. De seguro que su espíritu vaga
por aquellas tierras de la Fuente el Soto en medio de tantas satisfacciones que
le dio la tierra que conquistó y adquirió con tanto esfuerzo y dificultades.
A su regreso,
su vigor inquieto le llevó a montar una churrería de barrio, donde no faltaba
ni falta la prensa de papel diaria y donde los vecinos suelen convertirla en el centro de las primeras noticias matutinas y de
muchos aldeanos de la comarca de la Sierra Sur. Allí te atienden casi todos los miembros de su familia, las dos Encarna, su esposa e hija,
su hijo Antonio; a veces nos topamos con sus nietos Vanesa y Lucas e
incluso le ayudan algunas sobrinas. Todos han compartido con un sentimiento de
resignación senequiano la muerte de Antonio en un momento de que podía haberse
prolongado hasta el cenit de la profunda senectud.
Durante estos
días, se celebran las fiestas de la Asociación de Vecinos de la Huerta de
Capuchinos/ los Sauces Verdes, de la que
el era miembro y siempre acudía a la
cita mientras sus fuerzas se lo permitieron.
Por eso queremos rendirle este pequeño homenaje de asociado, porque siempre cooperó en
la manera de lo posible con ellas. Y nos vienen a la memoria estos versos de agradecimiento cambiando
algunas palabras de un célebre poeta andaluz: “¡Y cómo aquella ausencia en una
cita, /bajo los sauces que en julio dora,/ del fondo de mi historia resucita! “
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