Con
cariño a su hijo Pepe, esposa y nietos

Allá, por los
años ochenta del siglo pasado, tuve la suerte de disfrutar con ella una tarde en su piso en el que me rememoró toda su biografía de la manera más gozosa que se puede
producir. Me lo hizo cantando en medio de una tarde tormentosa, cuando
contemplábamos que los edificios de la
Mota se veían coronados por los fulgores de los relámpagos desde su apartamento del antiguo Parque Cinema. Entre el temor
y su voz ya más tenue, me cantó romances de ciegos heredados de la
tradición alcalaína, y que recogimos en el libro del “Cancionero, relatos y
leyendas de Alcalá la Real”, algunas coplas de la zona republicana como una
versión original del asedio del Santuario del Cerro de la Virgen de la Cabeza; me aportó varios villancicos
romanceados con su correspondiente musicalidad, unos conocidos en antologías
locales y otros inéditos: no podré olvidar
el que publiqué en una revista del Cristo sanjuanero allá por los años ochenta
( me quedaba embobado con su intensidad
grave de tono y la fuerza de su voz al cantarme el Niño Jesús de Pasión. el niño carpintero). Y, sobre todo, me ilustró
del mundo de la saeta y sus cantaores y cantaoras en Alcalá la Real. Me enlazó su cante saetero (una saetera de a posguerra que
renació por los años cincuenta) con la
primera generación de cantaores de
saetas alcalaínos aquellos que comienzan
a aflamencarlas en tiempos de José
Angola, un jornalero que iba a segar por
los años de la preguerra la campiña sevillana, en concreto a Paradas y allí aprendió muchos palos, entre ellos se
trajo la saeta a Alcalá la Real. Me citaba otras cantaoras como Patro Vega y su
hermana Ana María, que estaban muy influenciadas por la saeta de Puente Genil y
se veían imbuida de la letra de los
pregones cantados de nuestra Semana Santa. Incluso, algunos pregones coincidían
con las saetas romanceadas de los
pasajes de la Pasión. Aquella tarde me ilustró de todos los mecanismos y su puesta en escena a la hora de cantar
desde los balcones de la plaza del Rosario, o en la calle Veracruz, me metía en
la escena de una saetera en el momento que entabla un dúo de la tragedia pasional con la imagen
semanasantera o, en su caso, con su gallardete de Jesús, al que siempre cantó
en quinarios o en la calle hasta que le resistieron las fuerzas de su salud. Y
es que, a pesar de su debilidad coronaria, era una mujer que afloraba vigor
y fortaleza para afrontar todas las desavenencias
que le ocasionó la vida, supo hacerles frente con sus propias manos y ( en esto
son sus mejores testigos su hijo y nietos); debe considerarse como una mujer modelo, trabajadora
y creyente , porque sabía de donde podía sacar el agua de la fuente
viva. Que, en su descanso en paz del espíritu, se le premie su diaconía
musical, de la que dará testimonio con el canto de una saeta
prolongada en la vida de la resurrección eterna. O como dice una saeta suya. “¿A dónde vas,
Paloma, / a deshoras de la noche?/Voy en busca de mi hijo(bis)/ que lo
entierran esta noche./Jueves Santo murió Cristo/ Viernes Santo lo enterraron,/
Sábado tocan a Gloria, Domingo ha resucitado./.
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