En1789, el acto de la proclamación de Carlos IV se complementa con dos nuevos
actos que recogen una tradición anterior interrumpida en los anteriores
reinados: la bendición del pendón y la misa de Te Deum en la Iglesia mayor por
parte del cabildo eclesiástico.
En el primero
de los actos, la ciudad se reunía unos días antes en las casas capitulares con
todos sus miembros- corregidor, alcaide de la fortaleza, regidores y diputados
del común, personero y jurados. Los comisarios del acto recogían en el Palacio
Abacial al señor Abad y lo acompañaban hasta la iglesia de los Padres Terceros
de San Francisco, donde estaba la sede de la iglesia mayor. Una vez
terminado el acto, acudía al cabildo donde avisaban que estaban
preparados todo el cabildo eclesiástico y los miembros de los
distintos de las otros conventos dispuestos para iniciar la ceremonia. Tras la
orden del señor corregidor de formar la comitiva, se dirigían a la
iglesia a las doce de la mañana. En aquel año abría el orden el
sargento de la infantería de Navarra con cuatro soldados armados, le seguían
dieciocho músicos, después dieciocho volantes, vestidos de gala y en fila de
cuatro; tras ellos, el alguacil mayor y los oficiales del cabildo, los
porteros, de damasco carmesí, guarnecido con galones de oro, mazas y escudos de
plata con sus arañas, los escribanos, los jurados, regidores, comisarios de
ganado, de fiesta, regidores, alcaide, capellán del a ciudad, los reyes de
armas, vestidos para la ceremonia, el corregidor y a su derecha el alférez con
el pendón y varios regimientos de infantería. Los recibieron cuatro
miembros del cabildo eclesiástico a las puertas del templo. Tras colocarse en
el sitio destinado de la iglesia, se bendijo el pendón por el señor abad, al
mismo tiempo que se descargaron varias cargas por los regimientos uniformados
en la puerta. La comitiva volvió con el mismo orden pero uniéndose entre ellos
el cabildo eclesiástico y la comunidad franciscana. El dosel, realizado de
damasco carmesí y adornos de oro, estaba cubierto con una cortina, en un balcón
central junto al cual se colocó el estandarte. El acto de la manifestación del
retrato del rey es similar a otros anteriores, aunque destaca la
aclamación popular con una nota pintoresca:
echándose a
vuelo la campana de las casas consistoriales y de todas las iglesias de la
ciudad, tocando varios conciertos y sonatas con timbales, clarines y otros
instrumentos músicos que estaban prevenidos, resonando los vivas y aclamaciones
del numeroso público.
El acto de
proclamación se realizaba a las tres de la tarde
con los mismos pasos que en anteriores ocasiones. Sin
embargo, es interesante el adorno de las fachadas del ayuntamiento:
con colagduras
de damasco, varias arañas de cristal, gran número de cornucopias, y otras
alhajas y lo mismo las de las Casas Portales de la pescadería.
La compañía de
caballería de Alcántara, formando los cuatro primeros bastidores,
seguidos de los clarines y timbales ,y la música de la compañía de
Granada, y todo el regimiento, acompañaban a todos los actos y al
cabildo con la espada en mano, diferentes caballos,
ricamente enjaezados, y criados de librea del cuerpo y varios coches
de respeto. Sin embargo los tablados, estaban ricamente adornados con arcos
triunfales y el itinerario cambió este año por el Llanillo, calle Verácruz,
placeta de san Juan , de la Trinidad y calle Real, por encima de la fuente de
la Mora. La costumbre de las monedas de plata se hizo tradición con las efigies
del Rey y reina y las armas de la ciudad. El vestuario del cabildo cambió con
calzones y casacas de terciopelo negro, forradas de tafetán de color
de leche, chupas del mismo color, bordadas de oro, guantes blancos, botines
negros, pelucas y sombreros con los caballos también enjaezados y con cintales
uniformes con los volantes.
Por la noche
se celebraban en medio de las luminarias y fuegos artificiales las mojigangas,
en las que participaban los diversos gremios de la ciudad. Estas
pequeñas actuaciones consistirían en pequeñas escenificaciones de
disfraces tan frecuentes en la Semana Santa, aunque con un sentido
distinto festivo y lúdico.
El segundo
acto consistía una función religiosa , oficiada de pontifical, que la dedicaba
el abad en honor de la exaltación del Rey y acierto de su reinado, a
la que asistía la ciudad, participando del Te Deum y misa solemne[14].
La
proclamación de Carlos IV establece definitivamente las líneas de programación
de futuros reyes. No así, la de Fernando VII, que recibió varios aplazamientos
al no entender claramente los dos cabildos las razones de la abdicación,
quedando reducido a una misa en la Iglesia de Consolación y el acto de la
proclamación. Tan solo, destaca el de Isabel II en el año 1843, en que durante
tres días se programan el de la muestra del retrato y bendición del pendón, la
proclamación del estandarte y la misa de Te Deum, y la corrida de toros y el
baile popular en los lugares apropiados. No obstante, las fiestas de luminaria,
la iluminación de la plaza y casas de enfrente y el refresco tendrán unas
nuevas características. Así, se ampliará este acto con la invitación
del abad, el comisario y los jueces. La milicia nacional está formada por gente
de la ciudad. A la ceremonia del Te Deum se a acude con un carro que porta el
retrato de la reina en volandas. Se celebran corridas de toros y las mojigangas
de gremios se aumentan con las de los hombres del partido del campo. Destaca
que se hace una coincidencia de mojiganga, comparsa y
máscara durante todas las noches y la distinción de gremios de la
ciudad y de los partidos de los campos. Por la noche, los tres días acaban con
veladas musicales, fuegos, castillos y luminarias [15].
El acto protocolario, de acuerdo con las nuevas bases municipales y
constitucionales, que han derogado la figura del corregidor, alcaide y alférez,
son ejercidas por el alcalde segundo y primero o constitucional. Los alguaciles
y empleados del ayuntamiento ocupan el puesto de los porteros y los
escribanos.
Todos los
momentos de la vida del monarca se viven con intensidad, su participación en la
batalla por medio de rogativas, la llegada a la Corte, pero sobre todo, se
participa de los momentos de enfermedad. Dentro de ellos, aunque pocos en la
historia de España, son los atentados, el año 1852, el cura Merino atentó contra
la reina Isabel II. El día dieciséis tuvo lugar un cabildo en el que se fijaron
las fiestas por el feliz restablecimiento de la reina. A la
tradicional misa de Te Deum acudía la ciudad, representada por el ayuntamiento,
miembros de la beneficencia, militares, comisarios de enseñanza y empleados
públicos, que se les invitó tras la ceremonia. En la procesión cívica, se engalanaron
las calles de la estación y se desplazó una carroza con el retrato de Isabel
II, acompañada de música marcial y repique de campanas. Por la noche hubo
iluminarias.
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