EL NIÑO DEL PASMO.Un relato del siglo XVI.PARA LEER EN VERANO.

En la capital de la sede abacial de
la sierra jiennense, Elvira García era la mujer de Juan Martínez cuando corrían
los años cincuenta del siglo XVI. Los había muchos con este nombre y apellidos
en la ciudad de la Mota, entre ellos el famoso imaginero y su padre el bordador.
Estos se apodaban Montañés. Pero aquel se distinguía por apodarse de la Peña. Su matrimonio se vio involucrado en una pleito judicial, complicado y difícil
de solucionar para la justicia de aquel tiempo. Lo hicieron de común acuerdo. Su hijo se encontraba en la cama, sin habla. Y no era raro el
día en el que acudían a los curanderos e, incluso, a las santeras del lugar para curar aquel estado de pasmo que hubiera sido provocado por los malos espíritus, el mal del
ojo o algún que un susto superior a que cualquier persona humana puede superar. El
médico Jarava se lo achacaba a cierto desajuste producido por las noches
de la ciudad fortificada pasando del frío más profundo a los días calurosos de
primavera. No tenía explicación que una pelea entre mozos había acabado en este
estado tétrico de modo que se remontaba a buscar su etiología en seres superiores o
fenómenos de envidia que se infiltraban en los cuerpos con sentido maligno. Los
físicos del lugar incluso practicaron un análisis de orina examinándola sobre
una gota de aceite para ver sus consecuencias de dispersión si era fruto de
frío o del calor. Lo cierto que el niño de Elvira había
caído postrado en la cama, víctima del pasmo y anonadamiento de modo que rondaba
los límites más dilatados de una conciencia. Es verdad que mostraba algunos
síntomas de dolor corporal y catarro, pero esto fue en los primeros días y
podía achacarlo a los aires letales que corrían por el Bahondillo causando
pasmos y vahídos intempestivos. Pero, su
hijo no era víctima de un simple resfriado, porque todo su cuerpo mantenía tensos
los músculos de modo que continuamente le recomendaba la vela y el chavo para desentumecer
el pasmo muscular.
También, se presentaba como si fuera víctima del
tétanos y se confundió con la rigidez ocasionada por esta enfermedad, que
podría haber provenido de hierro del cuchillo de aquella pelea, oxidado y con
mohín. Lo que si estaba clara que Alonso estaba más rígido que una tabla y, de
vez en cuando, efectuaba convulsiones involuntarias de los músculos. Se había
quedado pasmado.Los padres estaban hartos de acudir al galeno de
la Plaza Baja y repetirle que el pasmus o el spasmos, como decían griegos y
latinos, era una parálisis provocada por un enfriamiento tras sufrir una paliza
que le calentó huesos y el cielo de la boca. Y, en parte llevaban toda la
razón. Pues su hijo había sufrido unos golpes tan fuertes del hijo de Juan
Alonso que los habían dejado pasmado. Aun más, cada día se agravaba el estado enfermo
del niño, que estaban al punto del ultimo trance de la vida.
El asunto era grave, su vecino Alonso, hijo de Juan de
Alcalá, le había dado a su hijo del mismo nombre ciertas puñaladas con golpes,
puñetazos duros y maduros, a su hijo Alonso, un niño de nueve años. Juan
Martínez no se lo pensó dos veces, sino que, sin estar informado profundamente de aquel juego de niños,
a tontas y locas acudió al alcalde mayor Miranda de Paz querellándose con el muchacho
porque había apaleado a su hijo con golpes y estacazos y, ante el escribano
Luís de Cáceres, se levantó el auto, dando lugar a que fuera apresado inmediatamente el hijo
de Juan de Alcalá.
Quedaba
encerrado en la segunda planta de la cárcel real y no contemplaba, a lo largo
del día, mas paisaje que él que veía por las abocinadas ventanas, un poco del barrio
del Calvario, los aledaños de la torre de la Dehesilla y el encinar que rondaba
los caminos de Priego. Se divertía, cuando le bajaban a través del óculo de la cúpula
mudéjar la comida colgada en un caldero. Le dirigía improperios y burlas al carcelero porque simulaba la bajada de la cuerda y de pronto la volvía a
tensar y subir para que no la alcanzara. Las palmas de las manos daban un
forzado aplauso o se cruzaban al aire.
Juan de Alcalá no se conformaba con esta versión, menos aún
con este triste y penoso veredicto judicial. Consideraba que era un asunto de chiquillos,
que nunca podía ser fruto de una pelea entre una alternancia de golpes entre
ambos, y salió malparado el hijo de Juan Martínez. Acudía diario a la torre de la Imagen.
Por eso se presentaba al alcalde mayor todos los días y le informaba dele estado
diario de la víctima. Le insistía en que aquel niño sufría el espasmo
universal, esta enfermedad que tenía cura y que no había causado su hijo Alonso.
No lo creía el teniente de corregidor y lo evadía
diariamente. Cierto día, Juan de Alcalá se presentó al alcalde y le informó de
que en casa de Juan Martínez se notaba cierta alegría en las caras. Le pidió
que enviara al alguacil mayor y observara el estado del enfermo. Le prometió el
alcalde mayor que lo intentaría hacer. Aquella mañana se hallaba muy
concurrida la medina y pareció que con el sol primaveral había salido todo el
mundo a la calle. Juan Martínez se dirigió
por la calle del Preceptor hacia la Plaza Alta, luego entró en la Iglesia Mayor
rezó una oración a la Virgen de la Antigua. Salió por la puerta del Perdón y, a
través de la calle del Taller y de las Cuatro Esquinas, se dirigió a la Torre
de la Justicia. Topó con Juan de Alcalá, hablaron entre ellos con voz baja y se
mostraron muy efusivos como si quisieran anunciarse algo nuevo. Incluso se dieron las
manos.Juan Martínez entró a la sala de
audiencia y pidió comparecer ante el alcalde mayor. Los saludó y cortésmente
bajando la cabeza y le dijo.
-Buenos días, señor.
- Buenos días, Juan. Otra vez con el
pasmo y sus consecuencias.
-No, mi señor. Traigo nuevas noticias.
- Dígamelas. No me venga como todos arrepentidos,
se dan las paces, se pagan los servicios de los médicos y se rehacen sus amistades con el dinero.
Y a Dios paz y Santas Pascuas.
-No, mi señor. Esta, en su caso de resurrección.
- Pues, hace poco las celebramos- le espetó el alcalde mayor.
-Voy al grano.
-Espere, espere. alguacil, que venga
el escribano Pareja.
El alguacil cambió el color del rostro,
algo notaba en la orden del alcalde. Se dirigió a la plaza Baja, saludó a los
playero, al cerero, y al boticario que salía de su tienda de la muralla del
Adarve. Subió las Escaleruelas, dejando atrás los tenderos de las Casas de Cabildo,
y, se acercó a las tiendas de la Plaza. Entró en la tienda del escribano Luis
Pareja. Y le conminó a que le acompañara.
-Asunto de riñas.
-¿No será el pleito entre los Alonso? Me huele que se han tornado las picas en Flandes.
- ¿Quién sabe?
Forman el banquillo de los juicios y
el escribano se sienta en la silla ante el bufete para escribir la declaración de Juan Martínez. Le ordena el alcalde mayor que escriba
literalmente todo lo que le ha manifestado en el intermedio el padre del pasmado Alonso y lo
hace en estos términos:
Yo, Juan Martínez de la Peña declaro que
es verdad que su hijo Alonso estuvo malo y a punto de la muerte a cosa de esta
enfermedad que le vino…”. En este momento, se presentó Juan de Alcalá y le
guiña a su tocayo dando muestras de alegría. El alcalde mayor se detiene y
saluda al padre del encarcelado. Y le insta a que se espere, que parece que hay
nuevas noticias. Inmediatamente, le
ordena de nuevo al escribano que prosiga la escritua de las declaraciones del padre de la víctima:“… que le vino porque Dios se la
quiso dar”.
En este momento cambiaron los rostros
de todos los presentes, nadie se creía que se hicieran aquellas declaraciones. Quedaron todos estupefactos. Ahora, sí, que estaban pasmados. Se abrazaban entre los presentes.
Lo impidió la autoridad judicial y obligó a que se reflejara todas las
puntualizaciones:“no de golpes ni malos tratamientos que
le fuesen hecho mayormente”. El alcalde mayor pregunta a Juan Martínez:
-Cómo pudo ser esto para cambiar de
opinión.
-Se lo digo, mi señor. Mi hijo ya
habla.
.-Y qué ha dicho.
-Que el dicho Alonso, de Juan de
Alcalá, no le hizo malos tratamientos ni le dio golpe alguno. Y así lo
certifica, jura y antepone a Dios en todas sus palabras que es verdad.
-Bueno, necesitamos el testimonio
médico.
-No es necesario, mi hijo ha sido
visitado por el doctor Jarava y los otros médicos de la ciudad. No he
escatimado dinero para que prestaran sus servicios en la cura de sus enfermedad. Me lo han confirmado, mi hijo padece
la enfermedad del espasmo universal, cuyos síntomas son los que está sufriendo
postrado en la cama de mi casa, somos conscientes que es una enfermedad
peligrosa y que puede morir.
-Pero, otro está sufriendo las penas
impuestas de una pelea infantil -le espetó el alcalde.
-Que no, que ni los golpes, ni los
malas tratamientos ni las heridas son fruto de la enfermedad. Por eso me he
presentado ante usted, quiero solicitar la libertad del hijo de Juan de Alcalá.
No fue el culpable. Ha sido víctima de mi precipitación. No quiero cargar sobre
mi conciencia la ausencia de libertad y el apresamiento de un inocente
- ¿Sabes lo que significan sus declaraciones?
-Está claro que pido se le restituya
la libertad, no se le imponga cosas que no hizo, y que es nuestra y
agradable voluntad, que vuestra Señoría tenga por bien de dar salud al dicho Alonso,
hijo de Juan de Alcalá.
Se levantan todos y el
alcalde mayor ruega que se detengan las muestras efusivas del padre del
encausado. Sin pensárselo dos veces, Juan Martínez alzó la voz y manifestó que
el hijo de Juan de Alcalá ha sufrido una injusticia con su prisión y ratifica
que le ha movido a retirar la querella con el apresado, Incluso, se niega a
recibir indemnización alguna y le pide que suelte al muchacho preso.
No le queda más remedio
al alcalde mayor, tras haber consultado las leyes y los pormenores del auto judicial
solemnemente proclamar en un dos de septiembre de 1550:
-Declaramos y Confesamos
que el vecino de esta ciudad Alonso, hijo de Juan de Alcalá, no tiene culpa ni
tuvo culpa alguna de la enfermedad que de presente tiene e padece, el dicho
Alonso, hijo de Juan Martínez ni le dio golpes ni hizo ningún mal tratamiento
poco, ni mucho para que se diga que pueda padecer, que fuese para después
sobrevenirle la dicha enfermedad. Le entrega el escribano
el escrito de las declaraciones, el juez hace lo mismo con el fallo judicial de
la libertad del hijo de Juan de Alcalá. Por otra parte, desea que se
restablezca totalmente el otro Alonso, hijo de Juan Martínez. Entretanto, el alguacil se dice interiormente " me siento totalmente pasmado”.
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