EN IDEAL ALCALÁ LA REAL, LAS GRAJERAS
LAS GRAJERAS
Siempre
agrada visitar nuestro entorno rural, y, aunque en muchos sitios la población
se concentra en aldeas en torno a la ermita, la escuela, el lavadero público y
algún que otro centro público, mantienen algunas muestras de los primeros
asentamientos humanos en la zona rural. Un recuerdo de aquellos primitivos
campos roturados en los montes y de aquellas casas que ocuparon los labradores
de los grandes rentistas en torno a los caminos reales y de campo, abrevaderos
y descansaderos. Ese es el caso de las Grajeras, que responden ortográficamente
a su derivación de la palabra grajo, probablemente por ser un lugar donde
anidaban gran cantidad de esta variante ornitóloga. Y en verdad que hasta muy
avanzado el silgo XVIII, debió estar muy dispersa e inhabitada esta zona, que
se asumía como parte de la Rabita en la mayoría de los padrones y censos con
unos ocho vecinos o casas en tiempos del Catastro de la Ensenada; e, incluso,
muchos de ellos se recogen en los partidos de campo de las Caserías y de Fuente
Álamo en padrones más recientes. Lo mismo acontece en los primeros años
del siglo XIX, el partido de campo la Rábita todavía no se estaba muy bien
definido, porque incluía todavía a estos tres partidos y el de las Grajeras. En
1822, que se hizo un padrón por los párrocos del
arciprestazgo, se delimitaron claramente La Rábita, de las Caserías (José Serrano)
y de las Grajeras (Lucas Britz).
En tiempos del famoso
diccionario histórico-geográfico de Madoz, a mediados del siglo o XIX, el
fonema fricativo posvelar sonora /X/ se representa con la grafía de las GRAGERAS por eso de no distinguirse
durante muchos tiempos el sonido de las grafías (g ante e i, la j y X). Y se le
considera una aldea al este de la provincia de Jaén constituyendo uno de los
doce partidos de campo de Alcalá la Real, y
formando parte de su abadía y partido judicial, a una legua de la ciudad
de la Mota, de modo que su población dispersa estaba constituida por cuarenta casas sin
formar trama urbana ni calle alguna, veredas y senderos y caminos comunicaban a
los vecinos. Destacaba el cortijo del Cerrillo de amplias dimensiones frente al
resto de las mansiones reducidas y cubiertas de retama. Y de las casas de
retama a la casa de una planta, cámaras y trojes de principios de siglo XX: las
de Antonio López y Francisco Pérez por la Jabonera; entre el arroyo del Toril y
el de las Grajeras las casas y casillas de Antonio Ariza, Juan Lizana, María
Viana, José Arjona, Antonio Pérez,
Francisco Díaz, María Castillo, Pedro
Sánchez, de Juan Vicente, Juan
Vico, Vicente Viana y Juan Aguayo ; y en
la confluencia de los dos arroyos el cortijo y las casas del hacendado don José
Oria y dos de José Fuentes; entre el arroyo
del Toril y el de Moriana , la casa de Antonio Zamora, de don Antonio Ariza, Anita Regis, José Segura, varios cortijos y el de
Valenzuela; y entre los arroyos de los Pedregales y Grajeras, casas de Antonio
López y Francisco Ruiz, de Francisco Gutiérrez, molino de aceite de Francisco
Romero, casas de Francisco Escribano, de Juan Prieto, varias casas con la denominación
de las Grajeras, Juan Prieto, Pedro Cano, José Vico, Manuel Viana, Juan
Aguilera, María Márquez y de Francisca Viana y el cortijo del Cerrillo.
Si
nos adentrásemos a su paisaje, se manifestaba como un terreno nada fructífero y
cortado en diferentes direcciones por barrancos
y cañadas, y ya se celebraba un
nacimiento de agua potable poco abundante, sin pilar, del que se surtían los
vecinos para sus necesidades. Incluso, indicaba este diccionario que, convencidos los colonos de lo poco a
propósito que eran estas tierras para el cultivo de cereales, se había empezado
la plantación del olivo, la higuera y otros distintos árboles de que se va
poblando todo el término del partido.
Todavía recuerdan los vecinos actuales la roturación de sus abuelos a las
faldas de la Jabonera de la Sierra de San Pedro en los primeros decenios del
siglo XX. No olvidan momentos de la posguerra, donde se refugiaron los maquis y
la gente de la Sierra, y el episodio del cortijo de Valenzuela, cuando fueron
abatidos los miembros de las juventudes Comunistas de la provincia de Jaén.
A
mediados del siglo XIX, la familia Cano levantó una almazara que no funciona en
la actualidad, pero mantenía su
maquinaria de viga, y, junto a ella, dejaron sus huellas y mandas en una ermita
dedicada a San Vicente, haciendo honor al nombre de su primer fundador con el
que colaboraron los vecinos de aquellos primeros asentamientos y roturadores.
Remozada a principio del siglo XXI, esta ermita se yergue blanca entre el fondo
olivarero con dos cipreses silescos, su portada de un arco de piedra de medio
punto y su torre altiva que sobre un pequeño soto sirve de mirador de estas
tierras que pierden su vista hacia las tierras de las Subbética cordobesa. Las
casas de su derredor y las que se contemplan desde la plaza recuerdan años de
lucha contra la naturaleza y supervivencia en medio de algunas pitas y
chumberas.
El paisaje se ha hecho por todos los rincones olivar y,
por todos los lugares se ha buscado el agua para regar estos campos áridos, que
se extienden por los parajes de las Mimbres, de Valenzuela, Sierra de San
Pedro, el arroyo de las Grajeras, las Salinas, Fuente la Encina, Pineda, No
obstante, su gente es emprendedora y se han ensayado complementos al
monocultivo del olivar con las viviendas de turismo rural y los alcaparrones y
otros árboles frutales. Un testigo de un pasado en medio de un paisaje lunar se
encuentra por la zona de las Salinas, que todavía se alzan unas pozas, donde se
observa la recogida de la sal en siglos anteriores.
Su población parte de
aquellos 120 vecinos de mediados del siglo XIX hasta su momento álgido en los
años sesenta del siglo pasado que sobrepasaban los 600 habitantes en torno a
las casas construidas en las proximidades del barranco de las Grajeras, y donde
se instalaron una renovada fábrica de aceite, varias tiendas y hasta un centro
social en el III Milenio. Desde esa fecha la diáspora ha incidido
drásticamente, como en todas las aldeas, alcanzando en estos años la cifra de
253 habitantes, que han abandonado las casas más dispersas y alejadas de la
carretera provincial entre Alcalá la Real y la Rábita.

Gracias! Me ha encantado tu investigación. Espero poder visitar un dia el lugar.
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