"la historia local contribuye a fundamentar la base del conocimiento global de los pueblos desde el estudio de los acontecimientos de las ciudades"
Además, su infancia alcalaína
contribuyó a que ingresara de aprendiz en torno a los ocho años y bajo la
maestría del miembro de la familia sarda el famoso escultor Pablo de Rojas,
exponente máximo de la Escuela Granadina. Y, a través de sus primeros pasos de
aprendiz, en su taller pudo recibir la formación basada en los grabados y
estampas que conocía de la casa de Pedro Sardo, dibujos que traían de Italia cuando
sus padres y hermanos se desplazaban a tierras sardas y volvían cargados con una
muestra de referencias mitológicas y religiosas a la manera de los grandes
artistas que identificaban como artistas a lo romano. Ir de la mano de Pablo de
Rojas no debió costarle a su padre a la hora de acudir a los talleres de la
calle Elvira para que el niño Montañés se ejercitara en la madera y diera sus
primeros pasos entre gubias, bocetos y modelinos.
Y, en los últimos decenios, instalado
en Sevilla, no olvidó su pasado alcalaíno. A su taller acudieron varios alcalaínos
o relacionados con el entorno de la ciudad de la Mota. Desdé Gaspar de Rages,
sobrino de Pablo de Tojas, que le policromó muchas imágenes, hasta el escultor Francisco
de Villegas, casado con la alcalaína Mayor de Raxis, hija del Melchor Sardo,
hermano de Pablo de Rojas y escultor.No es de extrañar que Martínez Montañés
sintiera la muerte de su maestro Pablo de Rojas, al avisarle los sobrinos en
1611 y solicitarle permiso para acudir a su pueblo natal para recoger la
herencia. Años más tarde, se ofreció como embajador alcalaíno para recoger los
tesoros y mensajes de los indianos en tierras americanas, como lo hizo con la
familia Sánchez d Hinojosa. Siempre mantuvo el cordón umbilical con su ciudad,
y, por eso, en los momentos precisos, recordó a la familia de los Frías a la
hora de solicitar su expediente de limpieza de sangre. Por eso, recuerda perfectamente
hasta el segundo decenio del siglo XVII, sus orígenes alcalaínos remontándose a
sus abuelos maternos y enorgulleciéndose de una familia privilegiada que no se
veía relacionada en ser judío o cristiano nuevo.De
ahí que su pasión por el Dulce Nombre de Jesús, una advocación que le impulsó
su padre, cuando en Alcalá la Real regentó el Hospital de este nombre en los
años sesenta, le animara a ser miembro de esta cofradía sevillana. En concreto,
su padre fue mayordomo y, a la vez, prioste de la cofradía de la Santa Caridad,
No alcanzando el sexenio de gestión, porque solo se mantuvo entre 1569 y 1570.
Fue un momento, en el que el Hospital todavía no se había trasladado al Llanillo, sino que se ubicaba en la Alhondiguilla,
frente al torno del convento de la Trinidad. De este edificio junto
a la Alhóndiga por la calle Cava, bajó al
Llanillo por los años ochenta para acabar definitivamente, en 1601, la zona entre este y la calle que la iglesia de la Caridad del Hospital del Dulce
Nombre, dio el nombre a la calle Ramón y
Cajal o Caridad donde se mantuvo hasta mediados del siglo XIX.Todavía nos
podemos fijar en la veleta de la iglesia de la Caridad Como decía Virgilio: “flava seres mutato sidere
farra”, una frase que le cuadra perfectamente al Dios de la Madera, que se hizo
el Lisipo andaluz en tierras sevillanas. De aquella siembra, esa cosecha
alcalaína en su madurez.
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