CON LA ACEITUNA, LUGARES HABITABLES


Todo el mundo
es un analista excepcional, que sabe diagnosticar y promover propuestas. Pero
nadie ha cogido el toro por los cuernos. Hay que partir de una población en la que
se mezclan los minifundistas y los medianos propietarios. No hay que tener
oídos sordos a las personas e instituciones que se implican en campañas de
lograr una nueva situación para la llegada de inmigrantes. No hay que responder
con palabras, sino con hechos a un aspecto que solucione
esta situación y erradique de todas las miserias, porque las otras medidas de
manutención, de vestido y de asistencia social, son complementarias, pero no
arreglan el problema en su totalidad.

Si
la comarca depende, en una gran parte, de los recursos agrícolas, debemos
plantearnos una postura inteligente para hacer frente a la situación. No se puede
caer en la confusión tan común y demagógica de confundir la sociedad con el
poder institucional. Pues, si una sociedad se estructura desde arriba,
probablemente no le queda nada de iniciativa a individuo. Y viene esto a cuenta,
a la muestra de escenas que se nos repetirán estos días: las largas filas de
demandantes de trabajo en los derredores de las Estación de Autobuses, los inhumanos
lugares de dormir y en los días de los más altos fríos, los numerosos demandantes
de una comida, la llegada de muchos emigrantes que exceden el cupo de la oferta
… Y, en medio de esta trama, se violentará el lenguaje, y lo que es un
asentamiento ilegal se transformará en un hotel, una arruinada casa en un
albergue, y un cajero un hacinado en un lugar de pasar tristemente a noche. Tan
sólo se salvan los alberques municipales y aquellos patronos que previeron y
dignificaron la vida de sus trabajadores temporales.
Ahí está el reto, que es mucho
más comprensible, si nos quedamos con estas palabras de Luigi Ferrajoli que, en
sus “Derechos y garantías. La ley del más débil”, considerando la vivienda y
residencia como derecho fundamental y universal para cualquier ser humano lejos del simple carácter ciudadano
perteneciente a un Estado o comunidad determinada , afirmaba: “Y desvincularlos
de la ciudadanía significa reconocer el carácter
supranacional –en los dos sentidos de su doble garantía constitucional e
internacional- y por tanto tutelarlos no sólo dentro sino también fuera y frente
a los Estados, poniendo fin a esta gran apartheid que excluye de su disfrute a
la gran mayoría del género humano contradiciendo su proclamado universalismo. Significa,
en concreto, transformar en derechos de la persona los dos únicos derechos que
han quedado reservados a los ciudadanos: el derecho de residencia y el derecho
de circulación en nuestros países privilegiados”. En campaña electoral, es hora
de baremar lo que cada grupo propone, pero también lo que realiza para
dignificar ese derecho. Obras son amores y no buenas razones.
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