eEN IDEAL ALCALÁ LA REAL. SANTA ANA (i)
SANTA ANA(i)
Santa Ana celebra el V Centenario de su
Cofradía, al amparo de la Abuela de Jesús. Se hace patente que es una de las
primeras cofradías de la ciudad de la Mota, tras las de la Nuestra Señora de la
Antigua y la Santa Caridad. Esta última muy ligada a su territorio, donde se
alberga su imagen con el nombre de la Coronada. Y, a pesar de contar con una
rica historia, resulta difícil dar con la primera noticia para justificar la
presencia de su nombre y de su ubicación por estos pagos. No es de extrañar que
varios cortijos de los conquistadores de Alcalá rondaran las cercanías de una
ermita con el nombre de Santa Ana, y fueron ellos los que ellos los que
albergaran un pequeño oratorio para traer una imagen de la Abadía, que algunos
remontan su procedencia de la mano dadivosa del Cardenal Mendoza, pastor y
benefactor que estuvo residiendo en algunas ocasiones en la ciudad fortificada
ante de la conquista o toma de Granada. Aquella ermita en el entorno de una
alameda fue el núcleo dinamizador para que, con el paso de los siglos, nada
menos que cinco- se haya convertido en la aldea más populosa de Alcalá la Real
sobrepasando con creces los mil habitantes. Pero no queda
su antigüedad en una fecha histórica, sino que Santa Ana se enreda en la
nebulosa de los millones de siglos que conformaron un paraje singular. Entre el
llano casi desértico y las frondosas huertas (muchas transformadas en casas de
segunda residencia o de campo), entre olivares y tierra de calma, entre urbana
y hábitat disperso, entre industrial y asentamiento agrícola, entre lugar de
servicios y polígonos de progreso, entre manantiales de agua y hortalizas de
verano, entre senderos, servideras y carreteras de asfalto, entre lomas y
vaguadas.
Responde su
fisonomía natural a las huellas dejadas de mar de Tethys, aquel mar que anegaba
todo el territorio comprendido entre el Norte de África y el Sur de Europa con
sus aguas someras, y que, durante el Cretácico, hace más de 65 millones de
años, cubría todas las estas tierras. Y dejó, entre los montes de la Sierra
Sur, un paraje singular que define y genera toda su naturaleza: la agreste y la
frondosa. Nos referimos a los extensos Llanos, que por estas tierras se
denominan de Santa Ana. No es de extrañar que las canteras recuerden en su
materia prima los arenales de aquellos fondos marinos, ni que en sus
superficies se propalen los fósiles, reminiscencias de un piélago viviente
entre peces, estrellas de mar y cetáceos.
Por eso, resulta curioso que el ministro Madoz, en 1850, ya definiera
este lugar aplanado, como la génesis esencial para este partido de campo: El cerro de las
Cruces tiene en su cúspide una explanada de cerca de 1/2 legua de diámetro,
terminando en casi toda su circunferencia por cortaduras y tajos; pero en
dirección de Oeste a Este, forma un suave declive, en cuya parte inferior está
colocada la aldea. de que nos ocupamos, en situado agradable y muy llana, pues
por ella se prolonga dicha explanada, conocida con el nombre do los Llanos.
Edificado el pueblo sobre canteras de piedra, en terreno arenoso, sus calles
están sin empedrar, y son muy desiguales, con barrancos formados por las
corrientes de las aguas llovedizas; y como las casas tienen corrales en lo
general de mucha extensión, aparenta esta aldea, vista de lejos, ser una ciudad
crecida.
Y las cortaduras de Los llanos dieron vida, a través de los manantiales
de las fuentes de la Hostia, Gallarda, Somera, y, sobre todo, de la Fuente del
Rey, a las ricas huertas que se cultivaron desde tiempos romanos hasta la
actualidad. Primero, el hombre trashumante de Algar comenzó a pastar en aquel
páramo de medio monte, cubierto de capa de tomillo, romero y de hierbas
resistentes a las máximas temperaturas. Y este mismo hombre comenzó a habitar en
los refugios de las cuevas que se horadaban en los tajos de los Llanos, dando
lugar a que en la zona de las viñas del Humilladero se encontraran las primeras
cistas de estos hombres del bronce, y, también los primeros sarcófagos romanos.
Y, la piedra se hiciera testigo en las aras y lápidas romanas, como las de la
joven Inicia, en el Museo local de Alcalá la Real. Y junto al Llano, la tierra
de labor se multiplicó en villas romanas, esos cortijos que crecieron entre
aguas de arroyuelos, manantiales y derramaderos de esa masa tectónica
amesetada, como son testigos los restos de tégulas en La Lancha, Mazuelos,
Chaparral, Pasailla Alta y Baja. Y esto
fue el comienzo hasta convertirse actualmente en una población con varios
núcleos o barrios muy significativos. No nos extraña que aquel ministro se la
imaginara como una ciudad.
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