Iniciar la ruta por la parte suroriental de la Sierra Sur significa compartir con la naturaleza una serie de sensaciones únicas, patrimoniales y paisajísticas. Desde el comienzo del itinerario, por el desvío de la Nacional 5432 a través de la carretera provincial que se dirige a la aldea de Charilla, se envuelve el viajero entre cerros que resuenan tiempos de viñedos otoñales, hortelanos de Guadalcotón, y zumacales de los Tajos. Charilla, se siente protegida por su atalaya, situada en un cerro, al que las calles concejiles conducen desde la ermita de San Miguel y de los restos de la ciudad de la mozárabe Flora un antiguo camino que se adentra entre olivares, la fuente de la Montijana y del cortijo de la Leyenda de María Solís. Una bella durmiente charillera que dejó su huella en la entrada de un manantial que alberga un cortijo cercano a la torre. A través de un rocoso monte mediterráneo y de pasto caprino, se alcanza una atalaya que servía de comunicación con las torres del Castillo de Locubín, de los Pedregales y las de los derredores del cerro de la Mota. Esta torre musulmana formaba parte de la red defensiva de la ciudad fortificada. De planta circular, en su primer cuerpo, probablemente horadado de su trama maciza, se abre una bóveda semiesférica, y se percibe por un amplio hueco el segundo cuerpo con dos vanos y un hueco destinado a la entrada original. Se ha desmochado su parte alta, pues se denota en la pérdida de los sillares irregulares, Desde la torre, a sus pies se extiende la aldea de Ben Jakán, el poeta charillero que cantaba, en su libro “Collares de oro!” : Me perdí, y dejé mi continencia en el desierto;/Y monté mi gozo a rienda suelta./Me ofreció la rosa de sus mejillas,/Y la recogí con la mirada sin pecado./Quise abstenerme de su amor, pero no pude,/Mostrándole seriedad en medio de la broma./Y dejé que mi corazón fuese, por el ardiente afecto,/ Como un ave con la que vuelan, sin ala, los deseos.
"la historia local contribuye a fundamentar la base del conocimiento global de los pueblos desde el estudio de los acontecimientos de las ciudades"
domingo, 30 de septiembre de 2018
ATALAYAS ALCALÁINAS EN LA SIERRA SUR MIRANDO A GRANADA (iii)
Iniciar la ruta por la parte suroriental de la Sierra Sur significa compartir con la naturaleza una serie de sensaciones únicas, patrimoniales y paisajísticas. Desde el comienzo del itinerario, por el desvío de la Nacional 5432 a través de la carretera provincial que se dirige a la aldea de Charilla, se envuelve el viajero entre cerros que resuenan tiempos de viñedos otoñales, hortelanos de Guadalcotón, y zumacales de los Tajos. Charilla, se siente protegida por su atalaya, situada en un cerro, al que las calles concejiles conducen desde la ermita de San Miguel y de los restos de la ciudad de la mozárabe Flora un antiguo camino que se adentra entre olivares, la fuente de la Montijana y del cortijo de la Leyenda de María Solís. Una bella durmiente charillera que dejó su huella en la entrada de un manantial que alberga un cortijo cercano a la torre. A través de un rocoso monte mediterráneo y de pasto caprino, se alcanza una atalaya que servía de comunicación con las torres del Castillo de Locubín, de los Pedregales y las de los derredores del cerro de la Mota. Esta torre musulmana formaba parte de la red defensiva de la ciudad fortificada. De planta circular, en su primer cuerpo, probablemente horadado de su trama maciza, se abre una bóveda semiesférica, y se percibe por un amplio hueco el segundo cuerpo con dos vanos y un hueco destinado a la entrada original. Se ha desmochado su parte alta, pues se denota en la pérdida de los sillares irregulares, Desde la torre, a sus pies se extiende la aldea de Ben Jakán, el poeta charillero que cantaba, en su libro “Collares de oro!” : Me perdí, y dejé mi continencia en el desierto;/Y monté mi gozo a rienda suelta./Me ofreció la rosa de sus mejillas,/Y la recogí con la mirada sin pecado./Quise abstenerme de su amor, pero no pude,/Mostrándole seriedad en medio de la broma./Y dejé que mi corazón fuese, por el ardiente afecto,/ Como un ave con la que vuelan, sin ala, los deseos.
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