EN SEMANA.PERIÓDICO JAÉN. OFICIOS PERDIDOS DE NUESTRA TIERRA (II)


Se ha producido un
cambio vertiginoso entre algunos oficios desde mediados del siglo XX hasta
estos primeros decenios del tercer milenio. Es consecuencia de la
transformación de la moda, costumbres, instituciones y medios de transporte y
comunicación. Y ofrece claro testimonio
en los espacios expositivos como los museos de costumbres, etnográficos y de tradición
popular. Podrían exponerse gran número de objetos, instrumentos, fiestas,
costumbres y variantes artesanas. Pues se ha pasado del mulo y burro al tractor,
vehículo propulsado por el gasoil; de las milicias de caballeros se abrió paso a
los carros motorizados; de las fiestas de mascaradas a las concentraciones de
grandes equipos de música y sonido. Recorrer estos cambios es fijarse en
fotografías y documentos gráficos del siglo pasado y compararlos con nuestra
visión actual. Algunos quedaron tan atrás que habría que acudir a las declaraciones
de los vecinos de aquel Catastro de la Ensenada, que obligó a dar datos y
señales hasta el último pelo de la cabeza, para encontrar artesanos de este
oficio con capacidad para sobrevivir de las polainas.
POLAINERO Es el caso de los polaineros.
Estos artesanos de prendas de vestir se dedicaban a
fabricar las polainas que no eran sino unos calentadores, unas prendas que
protegían las piernas desde la rodilla hasta el tobillo tratándose de dimensiones
largas, y desde el tobillo hasta el empeine del pie en las cortas. Eran
piezas fundamentales para labradores y pastores, y son como las medias o
calcetines cortos. Se colocaban al exterior de la bota y del pantalón, de forma
tubular y se enganchaban en su derredor sin la parte de la planta. Se unían al
pantalón con una cinta, sirga o correa, ajustados por su elasticidad y con
cierres de cremallera o botones. Las polainas eran prendas agroganaderas para
protegerse en el campo y de los oficios relacionados con la cantería. Pero no se
reservaban a estos oficios, sino que las de cuero, se utilizaron para los
uniformes militares y muchos burgueses se engalanaban con el brillo de estas
prendas. No era de uso exclusivo de los adultos, sino que también la usaban los
niños en muchas ocasiones. Los artesanos, a veces, complementaban los ingresos
de sus s tiendas o lugares artesanos con la oferta de sombreros y otro tipo de
prendas de cubrición. En algunos países, recibían el nombre de grullas y
sus tiendas solían ocupar el sitio privilegiado de la arteria principal de la
ciudad. LOS FIELES
SOBREALIENTES DE LOS DIEZMOS No debieron obtener muchos ingresos los polaineros
con esta fuente de recursos, que, cuando se consulta las declaraciones de
bienes de aquel Catastro de la Ensenada, suelen compartirlo con otros oficios relacionados
del sector de servicios Este es el caso de un tal Alfonso de Rojas, un
comerciante afincado en el Llanillo de la ciudad de la Mota a mediados del
siglo XVIII. Un tendero de esta rama, el o mismo que podía serlo hasta entrado
el siglo XX. Este polainero no sólo vivió de este oficio, sino que se
complementó con el ejercer de fiel sobresaliente de las tercias, un
subastador de los diezmos eclesiales, en otros lugares un diezmero. Pues el
diezmo era obligado a pagar a todos los vecinos de muchas ciudades en toda
clase de productos (cereales, legumbres, hortalizas, vino, ganado, seda.,
lienzos) y cuando no excedía el diezmo se pagaban las minucias, se repartían en
varios novenos y luego en tercias que correspondía desde el abad a los beneficiados
y la Capilla Real de Granada, en otros lugares al Obispado de Jaén.. Como
ordenaban las constituciones abaciales de Alcalá, debía ser una persona de confianza
y de buena conciencia, impuesto por el abad, provisor y vicario de la abadía,
que debían cuidar muy concienzudamente de su elección para el bien y la
observación de la hacienda abacial. Entre sus obligaciones, tenían que encontrarse
en el momento de coger el pan de los diezmos y otros productos para no existir
pérdida alguna, en la era de los propietarios, o en otros establecimientos como
viñas o lagares; o se calculaba para las minucias que no alcanzaban el listón
de diezmo. Estos fieles debían tener a su disposición unos libros donde
anotaban todo el pan denunciado en el diezmo, y otro en el que se anotaba todo
el que se trajera para las tercias de la ciudad. Se encargaba de enviar las
bestias y los acarreadores de traer el pan que estuviera denunciado. No
podían mezclar las tareas los acarreadores entre los trigos de las eras y el
que se traía para las tercias. Se encargaba de darle la cebada necesaria a los
acarreadores para sus bestias. Debían dar
también el pan a los acarreadores y nunca mezclarlo con el que se traía para
las tercias, y estar presente en el momento de descargar los acarreadores el
pan de la tercia en el edificio eclesiástico elegido para ello. Y debía tener
medidas y señaladas las baldas y costales de los acarretos. No
podían repartir antes de traerlo ning
ún pan a los señores que le pertenecían
parte del trigo o cebada. Ni coger trigo por lo que le correspondiera de
su salario, hasta que se repartieran las tercias. Y se le pagaba por el
provisor o vicario.
En
los tablones de las iglesias y por pregones se veía obligado a hacerle saber al
pueblo en algún domingo del año que se le denunciara a aquel que
debía de diezmar y no otro. Una vez que se remataba el acarreto, se señalaba y ponía el
fiel de tercias o sobresaliente y debía jurar todos estos cumplimientos. Este
fiel se ganaba un par de decenas de fanegas de trigo y de cebada por este
menester. Polainero y fieles de diezmo han dado lugar a las fábricas de cueros o
del textil y a los servicios contributivos. El ordenador y las máquinas
sobrepasaron la labor humana en los últimos tiempos.
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