
Entre belenes y pinos navideños, se
experimentan las más diversas sensaciones. Por un lado, el belén invita a la
reflexión, a recorrer todos los meses del año. Por otro lado, el pino te eleva,
te invita a planificar el futuro. Parece como si el belén fuera más acogedor, y
el pino más frío, más cortante, pero más optimista.
Ante el belén, lo primero que te viene a la mente, es la recién
estrenada estación de invierno en medio de una lluvia muy esperada, el impacto
de la emigración en la ciudad de la Mota, el frío de los cajeros que se
convierten en dormitorios humanos. Si
uno se detiene en los diversos paisajes,
el belén te acerca a la desertización y la prolongada sequía que nos ha
invadido casi todo el año; o te hace compartir el caminar diario del pueblo,
los artesanos te transportan a las
nuevas empresas y los nuevos yacimientos
de trabajo en el polígono del Llano de Mazuelos, las chabolas y cuevas te
sumergen en las viviendas de patrimonio perdido, alguno deseado como la Casa
del Pecado, y otras en trance de estar
condenadas a la picota de una letal ruina; si uno se sumerge uno en el bullicio del zoco
palestino, le deslumbran las luces de una
Navidad luminosa, las gentes que
acuden al recinto fortificado, las convocatorias de festivales, fiestas,
ferias, encuentros y congresos; si uno se fija en la mirada del rey Herodes, se
encuentra con la lucha por la violencia de género o por la exclusión; si se
monta en la barca del río Jordán, contempla los olivos y los vides ahítos de
sed.
En el pino, por su parte, la mirada
se prolonga hacia el nuevo año. Tras el paso del este otoño tan veraniego, con
el pino llegó el invierno y transformó los ciclos estacionales de modo que
convirtió el otoño en verano y el invierno en otoñal. Se adelantó la recogida
de aceituna, los frutales se encogieron, las fuentes se secaron y los pantanos
ajustaron al milímetro el desembalse para mantener el abastecimiento humano. En
su verticalidad, nuevos proyectos pretendían paliar la acogida y alojamiento de
los trabajadores foráneos. La robustez del tronco apuntaba para mejorar la
muralla del Aire arruinada, reclamaba un nuevo Urban o Edusi o sepa Dios como
se llamase para paliar la posible degradación del patrimonio. Este conífero afilaba su punta para abortar
los malos sentimientos y crear nuevos espacios de convivencia y de compartir en
una feliz patria común. Veía enlazados y repletos de empresas los polígonos
industriales, y anunciaba nuevas perspectivas para las cosechas de aceite,
cereales, espárragos y frutos. Envuelto con sus finas hojas se llenaba de
buenos deseos de felicidad para todos los alcalaínos, los que quiero compartir
con mi belén y vuestro pino para el 2018.
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