La razón de ocultar monedas y objetos de valor como
tesoros conlleva implícita la pregunta de las circunstancias que lo
ocasionaron. Generalmente, todas estas joyas enterradas responden a una misma
fisonomía, porque los individuos los han ocultado con el fin de recobrarlas
posteriormente; y, por otro lado, fueron consecuencia de momentos concretos de
migraciones forzadas y ataques de enemigos con la esperanza de su reintegración
a la vuelta a sus hogares. Como se decía en el catálogo de la exposición de las Monedas
del Andaluz.
“ Sin embargo nuestra información sobre los motivos que
conducen a la población a realizar los ocultamientos de monedas es más escasa;
los ocultamientos de monedas han sido una constante por parte de la población
desde la aparición misma de las acuñaciones y estos se realizaban por diversos
motivos: escapar de la presión recaudadora del estado, preservar sus riquezas
en momentos de peligro o tensión, tales como guerras, enfrentamientos civiles,
preservar los ahorros con la intención de recuperarlos luego, cumplían asimismo
la misión de ser los ahorros de una persona o familia”.
La importancia de los tesoros de
Alcalá la Real en el contexto de la historia local, provincial o nacional, es
muy reveladora, porque delata, con la leyenda de las monedas del de Charilla,
un asentamiento del núcleo de Sajral-Walad en época califal que perduró hasta
hoy en un contexto muy ilustrativo de este mundo repleto de leyendas, testigos
y yacimientos medievales. Se remonta su legendaria historia, nada menos que la
ciudad de Flora, esa santa mozárabe que muchos consideran patrimonio local, y,
por estos lares, también se atribuyen su residencia en el exilio de tierras
cordobesas. Se ratifica como núcleo importante del mundo árabe con la presencia
de Ben Jakán, famoso poeta que escribió Los Collares de Oro. Un episodio bélico realza el
entorno denominado la Batalla de la Boca de Charilla en el siglo XIV, entre las
tropas musulmanas que se adentraban a las tierras calatravas y las huestes de
la ciudad de la Mota, dirigidas por Fernando de Aranda.
Si a esto añadimos el cúmulo de
leyendas relacionadas con el mundo oriental, no es de extrañar que se descubriera
este tesoro en esta aldea de Alcalá la Real. Entre ellas, la más destacada la
de María Solís, encuadrada aun escaso Kilómetro del yacimiento donde se
encontró el tesoro, En el cortijo Sotillo, se transmitió oralmente, la
leyenda de esta mujer encantada, la bella durmiente que dejaba fulminados y
atontados a los campesinos que acudían de noche a responder a aquella pregunta enigmática
sobre su belleza. Esta leyenda está entrelazada con la de del descubrimiento de
los viejos tesoros orientales por parte de un iluminado, también muy extendida
por entre los vecinos de estos lares. Estos tesoros se descubren con una
condición a cumplir, como la que le falló el que fue a descubrirlos en una
cueva, cuya entrada contiene una piedra con la huella de su mano, que parece
como una señal de veto al nacimiento del agua donde aquella María Solís estaba encerrada,
a manera de ninfa, escondiendo un apetitoso y exuberante tesoro. En la versión
legendaria el aventurero no pudo sacarlo de aquella roca que mana agua, porque
no cumplió la condición de ir solo y al no ajustarse la hora que le había exigido
dicha dama. En verdad que aquella roca, en tiempos de sequía, todavía rezuma
la humedad que envuelve el misterio, porque una nueva versión se nos transmitió
de este personaje femenino, Lo hicieron sus propietarios contando que una princesa mora que quedó encerrada en
aquella fuente, y recibió el nombre de Solís tras la huida de sus padres con
motivo de un ataque de los pueblos musulmanes a esta familia mozárabe que
guardó el tesoro.
Unos cientos de metros más abajo, junto a la Cooperativa de
Nuestra Señora del Rosario los aventureros fueron los alumnos de EGB Alejandro
López, Rafael Gallego López y Miguel Pareja. No quedó esfumado ni desapareció
de aquella tierra en manos de traficantes ni anticuarios, sino que se lo comunicaron,
por enero de 1977, a su maestro Manuel Gómez Palomares. Este recorrió todos los
trámites para convertirlo en un bien de interés cultural que se exhibe desde
aquella fecha en una de las vitrinas de la sala de arte musulmán del Museo Provincial.
Otra María Solís o Zulema debió adornarse con aquellas joyas. Aquel hallazgo
contenía una diadema de oro, dos colgantes de media luna, la pulsera de seis
rectángulos de oro ye pasta vítrea, los cuatro rosetones de oro, las cuentas de
metal dorado, los cinco cilindros de oro, las cuatro sortijas (una de ellas con
inscripción árabe), varios rosetones, broches, cinta de plata, cascabel, parte
de cadena trenzada, doce cuentas y cincuenta y una perlita. Las cuatro monedas
que completaban los hallazgos proyectaron una nueva visión histórica de la
época musulmana por tierras de los Banu Said, fechando su cronología en tiempos
de Abderramán III.
Y, sobre todo, los niños, el maestro y las autoridades respondieron con la condición actitudinal de proteger el patrimonio entregándolo a las instituciones para disfrute, estudio y cultura de la humanidad. Una bella lección que tuvo su recompensa en los descubridores y propietario del terreno, en este caso María Solís no zafó el descubrimiento. En futuras aventuras, hay que seguir el ejemplo.
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