
El campesino, muy apegado a
su tierra, no cambiará de manera de pensar en estos dos siglos ni se verá
influenciado por movimientos ideológicos o religiosos que convulsionaron otros
núcleos urbanos. La propia abadía, muy ligada con la Corona real, nombra los
propios abades ejerciendo un control en cualquier tipo de desviación ideológica
o religiosa. Pueden predominar algún tipo de santería, pero no se hallan en
ningún libro de ordenanzas casos importantes de condena. Las propias medidas
infringidas contra los moriscos y los judíos portugueses no alcanzaron la
trascendencia de otros lugares, sobre todo, las de los primeros. Prácticamente
estaban integrados en la vida cultural y religiosa y habían asumido la religión
católica. Los portugueses se vieron implicados en una serie de autos de la Inquisición , que
tuvieron cierta trascendencia en la ciudad y cuyas prácticas estaban relacionadas
de un modo endogámico sin trascender a otros sectores. Por eso, una vez que
fueron condenados se disipó el la posible influencia en la sociedad.
La abadía se
mantuvo en un tradicionalismo durante
estos siglos, salvo la renovación, que produjo el abad Pedro de Moya con la
publicación y la puesta en marcha de las Constituciones sinodales, recogiendo
las directrices del Concilio de Trento. Incluso, las anteriores constituciones
del abad don Juan de Avila se mantuvieron hasta ochenta años después, estando
vigente la nueva normativa conciliar. Eran abades, en la mayoría de las
ocasiones, que ni llegaron a residir en nuestra comarca, dejando en manos de
gobernadores y vicarios, amigos suyos la administración el control religioso y la pastoral de la abadía. Tan sólo, en
tiempos de Carlos III, comienza a vislumbrarse ciertos aires de renovación,
fruto de la Ilustración
y el racionalismo imperante, que tendrá
algunos motivos de conflicto entre el estamento eclesiástico y la población.
Cualquier campesino reflejaba un afán
por el cultivo del campo y el cumplimiento con las obligaciones con la ciudad y
con la iglesia, a la que resignadamente
contribuía con tipo de imposiciones, limosnas y diezmos y primicias. Su meta
final era crear alguna memoria, vínculo o capellanía , por la que se ofrecieran
misas por sus persona y familiares. Raro el personaje que contribuye, salvo
familia hidlaga, con la creación de una capilla o alguna obra de arte. Estaban
más ligadas a las familias hidalgas. Un claro ejemplo de este campesinado rural
es el de Cristobal Vázquez, residente en la ribera, viviendo a expensas del
ganado y las roturaciones nuevas de tierra, que testa ante el cura Juan Cano,
capellán de dicha ermita en el año 1734. Su enterramiento era en la iglesia de
la Veracruz ,
lejos de su vivienda y había que trasladarlo desde la aldea hasta la ciudad.
Las misas normales del día del entierro se complementaban con las limosnas a los cautivos, a la casa Santa de
Jerusalen, a los niños Expósitos y a la cera del Santísimo Sacramento. Sus
devociones y promesas todavía perduran en esta población rural al Cristo del
Paño, a la Virgen
de la Cabeza ,
a la Virgen de
las Angustias- curioso en el año1734[1].

No obstante,
esto no era óbice para que en algunos momentos se acudieran a prácticas que hoy
día puedan resultar extrañas como la asistencia de frailes y personas en las que
la población creía que conseguían librar
mediante conjuros las epidemias de los campos y de las ciudades. Así no es
extraño que en los años 1672 -1673, ante la plaga de langosta se traigan
frailes que la
e echen el conjuro y pasen el agua sobre la reliquia de san
Gregorio. O, incluso, se acuda a los conjuradores locales como es el caso del
clérigo Alonso Sánchez Izquierdo que se le requirieron
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