Todos los años, le llevaba el
programa de fiestas por el mes de agosto; con apuros, ella me abría la puerta,
Le saludaba, le daba el programa, me
pagaba el recibo de la cuota, y me anunciaba que se acercaría el domingo
en la misa de la Iglesia de San Juan. Antes
de irse a la residencia me comentaba:" -Paco, los achaques, qué mas
quisiera".
Era un dialogo
con una encantadora vecina del barrio de San Juan. Mujer hidalga de Alcalá, avecindada en la calle de Luque, muy despierta, sin títulos nobiliarios ni
gentilicios, pero afectuosa y noble por su presencia, en suma mujer de raigambre
alcalaína.
Encontrarme con Enriqueta Moya,
a mi entender, significaba retroceder a los años de mi niñez, cuando mi madre
me colgaba la bolsa de tela preparada para comprar el pan en su tienda, situada
entre el cruce de la calle Llana y la calle Luque. Una tienda de barrio, donde podrías comprar desde
bolillas de anís hasta la mortadela, que sustituyó, por los años cincuenta
muchas veces al canto de pan con aceite, eso sin olvidar el chocolate de bollo,
el rico turrolate de Priego. No se me puede olvidar aquel mostrador de madera,
al que apenas podíamos asomarnos los chiquillos para verla, pero servia de
control y de diferenciación entre el comerciante y los clientes. Al conversar con Enriqueta, como si asistiera a
una sesión de cine del pasado, se me venían a la mente una cantidad de innumerables recuerdos. El pilar situado a
espaladas de su tienda, los niños con los cántaros aprovisionándose de de agua
para calmar la sed del verano, las tabernas del Atranque ( o de don Luís
Belbell, que falleció recientemente a finales del mes de junio), la de Joaquín
el Hermoso y la del Gordo; la casa de
vecinos, donde vivían la familia de los Muros, entre otros; la casa de Paco
Grande, donde nos preparábamos para irnos al Seminario ( la salida escolar ineludible
para muchos jóvenes si querían estudiar estudios secundarios).
Se me viene a la mente
también su marido Vale vendiendo el pan
por las calles como lo hacían los panaderos Madriles o los santaneros (principalmente,
el Leo), los ecos del afilaor, el arreglaor de sumiers, ollas, lebrillos….
No puedo olvidar el día que sus
hijos, mis amigos de escuela de la
Sagrada familia, emigraron a tierras madrileñas. Con ellos,
parece que se iba un a hilera de nazarenos de túnica morada con forro amarillo
que acompañaba al Gallardete, porque
Enriqueta y su familia acompañaron en muchas ocasiones de nuestra Semana Santa
a esa hermandad, incluso recuerdo que alguna vez le tocó la bola y fue hermano
mayor..
Pero el tiempo no se detiene, y
Enriqueta quedó viuda, luego dejó el
oficio de comercianta y vivió jubilosa los años de la serenidad y de descanso
del guerrero. La veíamos con Trini y con Carmela acudir a la iglesia de San
Juan. Era puntual y constante en las tradiciones. Se saludaba con sus amigas
hasta que ya no pudo más. No le quedó más remedio que mantener la sociabilidad
asistiendo al centro de día de Nuestra Señora de las Mercedes de nuestra ciudad.
Allí, continuaba con su buen humor, su optimismo y su fe en el Cristo de la
Salud. Un día se hizo memoria histórica y
nos comentó que, a las nueve de la mañana del 30 de septiembre, aparecieron
varios aviones de la base de Armilla
sobre el cielo alcalaíno apuntaron sobre la iglesia de San Juan y el
Hospital del Rosario, creyendo que allí se encontraban algunos cuarteles de los
miliciamos. Todos corrieron hacia los refugios, sobre todo niños y personas
mayores. Entre ellos su padre José Moya Toro, labrador, casado Ángeles Marañón Serrano,
un niño de nombre Francisco Rosales Guerrero y el zapatero Francisco Moya
García. Estos lo hicieron en la bodega de la casa de Alonso Rubio, con la mala
suerte de que cayó una bomba y dejó enterrados bajo los escombros a tres estas
personas, que no pudieron recibir sepultura hasta pasados varios días, por las
órdenes del comandante de la plaza. Pero, eso ya era historia, historia que
aclaraba dudas sobre el momento de la entrada de el ejército de Granada si
estas personas habían sido fusiladas, simplemente habían sido víctimas
inocentes de la guerra civil.
Menos mal que nos lo aclaró,
porque pocos días después se despedía
ante el Cristo de la
Salud , para trasladarse a una residencia de Jaén. Y hace unos
meses murió.
-Adiós, Enriqueta. Hasta pronto,
en septiembre le entregaré el programa.
-Espero venir todos los años a
ver al Cristo de la Salud.
- -Que venga para la fiesta, un
abrazo. No se preocupe por la cuota.
Que bonito homenaje y que repaso por nuestra niñez y sus mayores. Gracias Paco eres genial.
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